Alberto Pereira Ríos – Los Varela, una familia villamitrense – La Violación

-II- La Violación –

Alberto Pereira Ríos - Los Varela, una familia villamitrense - La Violación
Alberto Pereira Ríos – Los Varela, una familia villamitrense – La Violación


30 de agosto y 6 de noviembre de 1908

Dos cuadros presidían su oficina: el del presidente de la nación general Agustín P. Justo y la del extinto coronel Ramón L. Falcón.

Cerró la ventana para acallar las estridencias de la avenida Belgrano, buscando sosiego para sus evocaciones. Llamó al ordenanza para pedir café, encendió un cigarrillo y se sentó tan largo era frente a su escritorio. Recordaba sus inicios en 1907 año en el cual había formado parte del personal de la sub-comisaría 35ª con el cargo de meritorio, (1) a partir de su inauguración ocurrida en el mes de abril y puesta al servicio y resguardo de un barrio suburbano, llamado por entonces “Villa Sauce-Santa Rita. Su jurisdicción abarcaba un amplio radio de 560 manzanas. La dotación estaba a cargo del sub-comisario Juan Fernández, quien al cabo de su tarea, dejó una profunda huella en la estima y consideración de los vecinos por su esforzada e inteligente labor en favor del progreso edilicio de la villa. El personal se completaba con tres oficiales inspectores; un escribiente; dos meritorios y veintisiete hombres de tropa. La zona estaba poblada mayoritariamente por gente de condición humilde. Sobresalían como puntos de referencia una estación de ferrocarril y la facultad de agronomía. Prevalecían en el lugar quintas de verdura y una extensa zona de campamentos dispuestos para el personal de los hornos de ladrillos. Recordaba también con un dejo de humor que para disimular el número insuficiente de nuestra gente, recorríamos la zona durante la noche con alguno de los oficiales cada uno por lados opuestos, dando continuos toques de ronda, de forma

De dar tranquilidad al vecindario.

Permiso, su café, señor comisario.

Gracias.

Ha pasado ya mucho tiempo, casi ¡veinticinco años! Hoy me resultaría imposible poder precisar el número de casos en los que me tocó intervenir, sin embargo, algunos están vivos en mi memoria. De esa época recuerdo uno que tuvo como marco algunos sucesos que con seguridad formarán parte de la historia de ese barrio.

Cierto día de febrero de 1908 estaba con mi jefe reunido en su despacho, con algunos vecinos representativos del lugar, entre otros, Juan Silvio (1) y Laureano Piana, los escribanos Juan Forte y Bartolomé Parodi y los señores Juan Rabezzana y Florencio Fernández. Cambiaban ideas acerca de algunos proyectos de mejoras edilicias. Mi tarea era tomar nota de los acuerdos del día. En tal ocasión fui privilegiado testigo de un diálogo que en esencia revela el origen del nombre de ese barrio:

Florencio Fernández: Señor comisario me gustaría saber su opinión acerca de la idea de cambiar el actual nombre de Sauce-Santa Rita por el del general Bartolomé Mitre, el mes pasado se cumplieron dos años de su fallecimiento y creo que nadie, pondría en duda que, su figura amerita sobradamente que un barrio de la ciudad lleve su nombre.

Comisario: No es mala idea, mas aún, debo decirle con sinceridad que la comparto, pero antes debemos ponerla a consideración de nuestros amigos aquí presentes y en caso afirmativo, consultaremos al vecindario.

La iniciativa tuvo eco favorable entre los presentes.

Discurrían sobre el tema, cuando me avisaron por lo bajo que en la guardia me aguardaban dos personas que iban a radicar una denuncia por un caso de violación.

Al entrar a esa dependencia reparé en la presencia de una atractiva joven quien se mostraba angustiada y llorosa. Pese a que su ropa estaba en desorden se advertía que era una niña de condición social infrecuente en la zona. La acompañaba un adulto con aspecto de hombre de trabajo quien después de contestar a mi saludo, dijo con indignada pesadumbre:

Mire don, a mi hija la han violado …! y … espero que el culpable tenga su justo castigo.

– Traquilo, díganme sus nombres.

-Me llamo Pedro, Pedro Varela y ella es Martina.

-¿Martina Varela?

– Martina Varela Funes-

– ¿Edad?

-Martina diecisiete, yo cuarenta y dos

-¿Domicilio?

-En lo de Márquez

-¿Sobre que calle?

-La vivienda da sobre Terrero a unos doscientos metros del camino de Gaona, haciendo esquina con Dúngenes, que todavía no está abierta.

-¿Hace mucho que anda por la zona?

-Desde noviembre del “93”

-¿Quiénes mas viven en su casa?

– Mi señora, ella solo pasa con nosotros algún tiempo de sus vacaciones, vive en el centro.

-¿Trabaja alguien con usted?

-Si, el Luciano, pero es como de la familia. ¡Buen muchacho el Luciano!

-¿Desde hace mucho tiempo?

-Y tenía los trece, hace cuatro años, casi cinco.

-Bueno Martina, haga un esfuerzo y cuénteme como fue y tenga en cuenta que cualquier dato, por mas insignificante que parezca, puede resultar de interés para la investigación.

-Salí de casa alrededor de las siete y media de la tarde para reunirme con mi amiga Alicia que vive del otro lado del Maldonado, en Trelles y Magariños Cervantes, tenía la intensión de cruzar el arroyo por el puente de Bella Vista …otra vez prorrumpió en llanto desconsolada.

-Haga un esfuerzo Martina y cuénteme que pasó

-Entre sollozos balbuceó:

-Alguien me sujetó de atrás al tiempo que sentí algo punzante en mi espalda, me tapó la cabeza con una tela áspera que parecía arpillera y me empujó haciéndome siempre sentir lo que después supe que era un cuchillo. Me obligó a obedecer diciéndome que me iba a cortar, si gritaba.

-¿Le resultó familiar su voz?

-Era solo un murmullo, además en ese momento tenía “julepe” por la presión de la hoja en la cintura, así fue como me obligó a seguir hasta el arroyo, bajamos el talud por una alcantarilla, luego me empujó y …

-Animo Martina, y recuerde algún detalle del sujeto.

Tomó un respiro y dijo entre gimoteos:

-Antes de irse me obligó a ponerme de espaldas, a causa del movimiento se ladeó en algo la capucha y pude ver cuando se disponía a recoger su cuchillo que brillaba junto a mi cara.

¿Y qué?

-Que el cuchillo tenía un mango plateado… si, ¡reluciente!

-Ajá, mango plateado eh, ¿Y a él no lo vió?

-Cuando me di la vuelta distinguí solo una sombra que se perdía por sobre el talud del arroyo. Sentí pánico, angustia, cuando retomé el camino a casa a contar lo sucedido, a desahogar de alguna manera mi bronca mi vergüenza, encontré a mi padre que venía a buscarme. Es todo lo que puedo decirle.

-Mire oficial, dijo don Pedro, yo le voy a decir algo para que pueda rumbear por buena senda, Martina es una muchacha buena y decente y con la mejor educación, y la verdad sea dicha, no le deben faltar pretendientes de los buenos y de los otros, entre estos hay uno al que siempre le maliciamos.

-Dígame de quien se trata señor y nosotros nos encargaremos de averiguar si está en lo cierto.

-¿Conocen de mentas al Chino Barragán?

-¿Y como? … A ese pendenciero lo tenemos en la mira, desde hace ya tiempo; no hace mucho estuvo involucrado en un hecho de sangre en “La Canfinfla”, el bodegón de los hornos, zafó porque la víctima no murió y nadie quiso atestiguar por su fama de cuchillero. Mirando a Martina agregó: sin embargo no hay que descartar a otros, hay mucha gente de paso en la zona, sobre todo en los pisaderos y en los piringundines de Nazca y el arroyo.

-Y sí, dijo don Pedro, pero el malviviente ese hace ya un tiempo que la tiene entre ojos.

-Ajá, cuénteme Martina lo que recuerde de este sujeto.

-Donde me ve pretende arrimarse. Hasta hoy pude poner distancia. El muy ladino sabe que yo hago las compras de casa en “El Antiguo” y según el señor Luna, se pasa las horas en el despacho de bebidas esperándome.

-Hace unos días me encontró y dijo en voz alta para que todos lo escucharan: -“Esa prieta que ven ahí, va a ser mía, y lo será, aunque me cueste la vida”.

-Bueno, ahora vayan a casa y esperen al médico que dentro de unas horas va a pasar a ver a Martina. Por lo demás, nosotros nos vamos a ocupar y dirigiéndose a don Pedro le dijo: ¿Qué le anda pasando en esa pierna que la mueve con dificultad?

-Es un recuerdo del “noventa”

-¡Ah! le recomiendo que haga acompañar a su hija cuando vaya al “Antiguo”

-Ta gueno, don- …………………………………………………………

Cuando se marcharon, tuve el pálpito que al Chino no iba a ser fácil atraparlo, porque era como el tordo, siempre en nido ajeno y tenía un parejero moro que era una luz.

Algunos días después, encontrándome en la comisaría se presentó un hombre en la guardia en extremo estado de excitación y nos dijo que a causa de una pelea entre varios, estaban destrozando las instalaciones del almacén “La Carolina” y el causante principal de la riña era el Chino Barragán. Contra mis deseos no integré la comisión por orden de mi jefe. Supe después lo que había ocurrido a través de la versión del agente que acompañó al comisario: “Ya antes de entrar sentíamos el fragor del alboroto con ruido de copas mesas y bancos que caían. El jefe me ordenó guardar la puerta y desenvainando el sable, ordenó cesar la lucha a los varios que la sostenían y en igual forma los hizo salir a la calle a paso de trote, en eso, uno de ellos se separó de la fila y enderezó a la calle como un torbellino. No intentamos nada, ante la eventualidad que los demás se desbandaran. Metros más allá advertimos que era el Chino al verlo montar en su moro. A galope tendido rumbeó pal’ lado del Monte Castro.

-No va ir muy lejos –dijo el jefe- tiene horizontes tan limitados como su mente, esos siempre vuelven …!

Pasó el tiempo. El 30 de agosto de ese año fue un día especial para nosotros, para algunos vecinos y para el barrio en general.

Ocurrió que durante esa noche se oficializó frente al local de la comisaría la fundación oficial de la Liga de Fomento Villa Gral. Mitre, la que juntamente con la Asociación General Belgrano, fueron las pioneras del fomentismo en la zona. El barrio aún no llevaba tal nombre, no había sido aún confirmado por las autoridades, pese a que en esa fecha ya contaba con el firme apoyo del vecindario resultado de la consulta. A la misma habían adherido dos mil vecinos sobre una población de unos 5.500 habitantes y que fuera realizada algún tiempo antes.

Coincidente con tal auspicioso evento, quedó resuelto en horas de la noche de ese día, el caso de violación.

Luciano, acompañá a Martina al Antiguo antes de que se haga noche.

Hacía unos instantes que habían llegado al local cuando percibieron la achinada figura del Barragán afirmado sobre el vano de la puerta que daba al despacho de bebidas.

Miraba a Martina con ojos centellantes de lujuria. Luego que nos vió giró despaciosamente su cabeza sobre su hombro y repitió su cantinela para que escucharan sus compinches:

-Esa prienda va a ser mía, auque me cueste la vida, dicho lo cual, fue acercando su tambaleante y pesada figura a la ya atribulada joven.

-¡Pare la mano compañero, que esa prienda no es suya!

-¿Y a vos que, pendejo bocón? Andate pa’ juera ante que te dé un planazo. ¿Vos sabés con quien estás hablando?

-Si, ¡con un viejo borracho! … Vamos Martina, hasta mañana don Luna.

Al oírlo, al Chino le brillaron los ojos de puro furioso.

Vení pa’ acá y hacete cargo de lo que dijiste. A mí nadie me copa la parada, y ahí nomás, peló el verijero que cargaba en la sisa del chaleco (2) y se le fue al humo al Luciano, este giró en redondo con sorprendente agilidad y el fierro del Chino se fue a clavar en el tablero del mostrador, aprovechó la ocasión el joven para descubrir el suyo y hundírselo hasta el mango en un costado, el Chino dio un gemido y se abrazó al estaño para no irse al suelo. Martina estaba azorada y temblorosa sostenida por don Luna que se había acercado a ella con la intención de contenerla.

Vamos pa’ casa le dijo Luciano, dando la vuelta, de pronto don Luna pegó un grito de advertencia.

-¡Cuidado muchacho! El joven de espaldas no advirtió que en su dirección convergía ya como un rayo el facón del Chino, la hoja penetró tan artera como furibunda en su espalda. Cayeron ambos como marionetas de un destino trágico.

Eran las 20.y 15 cuando un agente nos vino a poner en conocimiento del hecho. Llegamos en unos minutos. Al entrar presenciamos el patético cuadro, ambos yacían muy cerca el uno del otro. La sangre que había manado de sus heridas, era un solo manchón rojo sobre el entablado del piso. Martina gemía desconsolada abrazada al cuerpo de Luciano, del que solo se veía sus brazos abiertos en cruz. En su mano derecha aún sostenía, su pequeño cuchillo en el que fulguraba, junto al carmesí de su hoja el ¡centellante plateado de su mango!

Hubo que apartar a Martina a viva fuerza del cuerpo del desgraciado joven su llanto era desgarrador. Un dolor tan profundo me indujo a pensar en lo entrañable y profunda que debió ser su relación.

-Un triste final, solo la presencia de mi jefe, puso fin a mis cavilaciones. …

-¿Otro café comisario?

-Sí, que sea cortado, por favor.

Tres meses después de aquel episodio, el barrio estaba conmocionado.

Atronaban las bombas de estruendo y resplandecían rutilantes los fuegos artificiales. Los vecinos se agolpaban frente a la comisaría ubicada en la esquina de San Julián y Zamudio. La noticia por todos esperada fue finalmente anunciada por el comisario Fernández, quien ante ellos comenzó diciendo:

-Me es muy grato informarles que a partir de hoy, estamos en el barrio de ¡¡Villa General Mitre!! Era la noche del 6 de noviembre de 1908. Mientras los eufóricos vecinos festejaban el nuevo nombre del barrio, a pocas cuadras de allí, en una humilde vivienda de Dúngenes y Terrero, la partera dirigiéndose a don Pedro Varela, le decía: -¡Es un varón, tan largo el mocito, que parece una espiga!

1) Perteneció a una de las familias fundadoras. Hombre de gran sensibilidad social y una de las figuras más destacadas del fomentismo. Falleció el 31 de mayo de 1936.

2) Cuchillo de hoja corta en punta utilizado para desollar las reses.

 Alberto Pereira Ríos email 

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