TENGO DE MI CIUDAD

Buenos Aires, es para mi la suma de los más importantes recuerdos de mi vida. La ligo a mis memorias, y a las de mis seres queridos, incluso aquellos a quienes empece a querer ya lejos de esas latitudes.
                                 Guillermo Barrantes 2003
 
Descubrí mejor a Buenos Aires cuando la distancia entre la casa en que vivo y aquella que me vio nacer se hizo una brecha gigante y la ciudad grande me recibió como a un visitante ocasional que se pudo dar el lujo de caminar sin apuro por Cabildo, Santa Fe, Corrientes o Florida, decidiendo sobre la marcha adonde entrar o cuando volver; observando con detenimiento los detalles menos perceptibles de sus fachadas, el colorido de sus arboledas, el verdor de sus parques, el olor de sus confiterías y bares, el sonido de su tráfico, sus aves y su gente. En cada visita descubro cosas nuevas, de esas que son bien viejas, las que estuvieron siempre, y que tal vez por eso mismo nunca les hube prestado atención.
 
Yo nunca podría considerarme un porteño típico. Al menos no doy con el estereotipo.
 
No fui jamas tanguero, no jugué en los billares, son pocos los cafés que tomé sentado en algún bar en la mesa pegada a una vidriera, y solo en una ocasión ingresé al Maipo.
 
Así y todo dentro mío se amalgaman pedacitos del canillita de voz aguardentosa que pregona a los gritos su mercadería, del caminante curioso de las avenidas que mira sin disimulo a las mujeres, del engominado de traje oscuro y chambergo que idolatra a Carlitos, o del viejo en pantuflas, piyamas y un palillo en la boca que saca una silla de madera y mimbre a la vereda para ver pasar la vida por su puerta; tengo un poquito del anónimo y prolijo empleado siempre de traje y corbata con un maletín que nació con el cerrojo falseado y un dedo índice en reemplazo, algo del pibe con remerita y pantalón corto que pelotea hasta cansarse por el medio de la calle imaginando que los adoquines son igual al pasto verde, retengo otro poco del almacenero de delantal azul al que ni le asigno piernas porque siempre vi tras un mostrador; soy a la vez vendedor de helados en la calle y el hincha de Boca que los compra en la tribuna de la Bombonera; soy un poco el tipo de la noche, fumador empedernido cargando hectolitros de whisky en mis entrañas y otro poco el padre de familia serio y atildado que va a misa todos los domingos; van conmigo el burrero que se conoce las paradas de todos los micros gratarolas que llegan a San Isidro y el chófer de la Sesenta que acelera por Maipú dejando a un tipo puteando en la parada; atiendo a veces en el mostrador de la Ferretería Francesa, cuando no hago changas en el segundo piso de Gath y Chávez; si tengo sed me mando un vaso al tope de vino garnacha parado frente al estaño de la Fonda del Gallego Díaz y después me siento y pido un té con masas y tostadas en Harrods o El Molino cuando no una chorreante porción de muzza con fainá frente al tablón de La Mezzeta; bato palmas en una cantina a metros del Riachuelo mientras dos gordas intentan remedar una tarantella y me animo a gritar bravo al concluir una ópera en el Colón; soy algo de jardinero y regador empedernido de veranos agobiantes con glicinas, santa ritas y jazmines, pero cargo también un poncho de vicuña doblado sobre mis hombros para protegerme de esas mañanas húmedas e insalubres de julio y agosto; a veces cliente de Eduardo Sport otras de Chemea y algunas de James Smart, en ocasiones vendedor en las tres; lector del diario en las pizarras de Florida y en unos cuantos bancos sombreados de las plazas; pescador de la escollera norte y enamorado nocturno de la costanera sur; soy un poco tantas cosas!… la lista es inagotable, soy en definitiva producto de esa melange de situaciones y personas que dio por resultado mi querida y entrañable Buenos Aires.

Guillermo E. Barrantes [email protected]
2003