Te busco en el lugar indicado, en la mesa de la Esquina Sur que da por San Juan, al oeste de mi Boedo natal.
Sorpresa, mesa aquerenciada, ocupada ¡vine temprano! Pero, no, el bobo marca las 15 hs, lamentablemente, o para bien, el boliche, está lleno, el morfi va y viene. Ah, la tele, fiel compañera de todas las malas noticias, clavada en su canal vitalicio, está muda, pero, sus títulos, quieren decir mucho.
En un rincón medio olvidado, hay una mesa vacía haciendo juego, que presto arrimo el bochín. Mientras, el mozo canta “marche un milanesa a caballo para la siete, y una de muzzarella con morrones a la ocho” Muy achicado, en vos baja, para no quemarme, “Negro, traeme lo de siempre”.
Mientras espero, ahí nomás me ofrece el diario, éste con sonido, como queriendo prolongar el mal augurio televisivo, me resisto.
Al rato cantás presente, te acercás de la noma de Manuel, mozo de moño del lugar. No te achicás, para bien o para mal, siempre estás, y me comenzás a chamuyar.
Y me contás que te bancaste las fulerías y agotadoras tardes de invierno, de tan requerido la compañía ofrecer. Y me tirás, que en verano no te borrás. Ni hablar de la primavera que a tayar comenzás, y del otoño la estación ideal.
Allá por marzo de 2009, Ella y Él, estudiantes ellos y el final por rendir. Se sentaron, inquieta Ella, más sereno Él. Aparecí, me integré, y fui excusa, de poco estudio, y chamuyo de Él, y sonrisa de Ella. A la hora, repitieron y poco leyeron. Volví con más fuerza, Él dejó el libro, suavemente la mano de Ella acarició. Ésta, al roce la suya unió, me dejaron en banda sin consumición, y de raje piantaron buscando mejor satisfacción.
El mes de abril, preanuncia la anticipada sudestada de llovizna duradera. Ella y una silla vacía. Espera. Ansiedad, los eternos segundos se van. Espera. Me da entrada, la veo preocupada. Me revuelve sin cesar, como queriendo los nervios calmar. Mira por la ventana llueve, ahí viene, no, ansiedad. Sin prisa me consume, como no queriendo terminar. Los segundos son minutos. Agacha la cabeza me ficha, pidiéndome la explicación que no le puedo dar. Sus labios me saborean ayudando la angustia calmar. La mesa, ella y una silla vacía, yo para acompañar; el otoño con la lluvia parece llegar.
A otra mesa de muda miradas, suelo arrimar, llovizna, charla que no dice nada, miradas que dicen mucho. Final, me dejan enfriar, despedida, palabras que no dicen nada, ojos que dicen mucho («el valor de la mirada»).
Los días que se hicieron meses, pasaron, y Julio llegó. Y entraron dos tipos meta cabrón. Sin que me pidieran, el mozo de fórmula me acercó. A la mesa me integré. De una, la bronca percibí. Hablaban un idioma, indescifrable hasta ese momento para mí. Primero creía escuchar taka taka, que pase acá, pase allá. Me asusté ¡volvieron! Enseguida me tranquilicé, al escuchar, del arquero al tres, de éste al cinco, luego al cuatro, vuelta al cinco y al ocho después. La mitad de cancha quedó atrás, y el diez la lleva sin chistar, elude a uno y al once le alcanza la pelota, se la devuelva a puro toque, y el gol está por llegar.
Al rato, comprendí, que de tiki tiki se trataba y un estilo embellecido del fútbol jugar, que generalmente sirve para ganar. Pero, me enteré, que no fue el caso en la gran final, la mano vino de choreo, según cantaban los puntos al chamuyar. Fui la excusa, una vez más, para la bronca descargar. El puño de uno la mesa golpeó, me quedé vacío, pues al otro me volqué. Casi ni me garpan, pero fue apronte por olvido nomás. La función cumplida, y la bronca desparramada. Hombros encogidos, solapa levantada, manos en los bolsillos vacíos, los puntos resignados, se alejan rumbo a Pompeya, aliviados.
El frío empieza a piantar, la primavera se hace notar, pues, los pájaros cantan sin cesar. Un beso en la mejilla para empezar, como quienes falta intimar. Mientras doy vuelta por el mostrador, los ficho, acurrucados de cara, pero, escondiendo la realidad. A pedido, y de la mano de Manuel, comienzo a participar. Esto no va andar, murmura Ella, mientras vacila al hablar. Él se resiste a aceptar, y me saborea despacito, como queriendo que el tiempo no transcurra más. Soy cómplice mudo, de una relación sin principio y con final. Él sabe que me puede convocar una y mil veces y no le fallaré, pero, Ella, piensa, ¡dónde estará!, por eso me saborea despacito, como queriendo que el tiempo no transcurra más.
El calor, perezoso se resiste a laburar. Entonces, al hombre que está solo y no espera, lo hube de bancar. Es el punto que no busca a nadie para charlar. El que necesita consigo mismo estar, pero no está solo, pues, lo he de acompañar. Es el que mejor recibe y trata. No me degrada al solicitar, jerarquizándome, pues el mozo me trae sin preguntar. Me arrimo en pocillo, me acaricia suavemente con la cuchara, y comienza a leer. Ahí está, es mi primo hermano, el libro, componente mudo de la comparsa, que el hombre conmigo supo integrar. Me endulza un poco, no mucho, haciéndome más grato al paladar. Repito, no mucho, para no empalagar, y así calor le pude suministrar.
Frío acondicionado del verano y él, preocupado vestido de gris. El hombre espera en una tarde sin fin ¿vendrá? Pide el diario, me arrimo para la escena completar. Con un movimiento de abrir y cerrar los dedos, corta mi actuación. Una hoja y dos, la clavada se ve venir, pero, soy sustancia psicoactiva, lo empujo a combatir. Continúa. Su equipo perdió, omite el deporte, mira el reloj y duda en repetir. “Che mozo”, decidido en reincidir. Cosa que no llega a decir, mejor, traeme dos, soy feliz, Ella acaba de venir.
Rotación, el fresco malévolo retorna sin permiso pedir. Al veterano, le cuesta el breto cargar, son muchos abriles de andar y andar. Lo ficha al mozo y con un simple guiño, me arrimo para calentar. Son años de duro trajinar, prohibido fumar. Las ansias quiere calmar. Intento aportar, pero no es solo a mí a quien viene a buscar ¿dónde está? pregunta sin cesar. Al rato con un miau, se arrima, y el punto la comienza a acariciar, es Romina, la gata del lugar. En la falda la hubo de incorporar, le chamuya despacito, como si la parda mina lo hubiere de escuchar. La quía se acurruca y se deja mimar, mientras me termina de tomar. Calentito el veterano, breto en mano, se aleja del lugar, la Romina lo comienza a extrañar y yo, por otras mesas a deambular.
Después de un año de trajinar la melancolía suele llegar. Los estudiantes, ¡dónde andarán!, al igual que las mina que espera sin cesar. Las miradas que se entrecruzan sin concretar y, los futboleros que broncaron tampoco están. Todavía se parece escuchar, “esto no va a andar”y al hombre que está solo y no espera, lo empiezo a extrañar. Recuerdo la alegría del que la vio llegar. Por ahí anda Romina, buscando al amigo para abrigar.
Al rato cantás basta, y te rajás de la noma de Manuel, el mozo del lugar, buscando otro punto para historias contar. Complacido, me piro caminando por San Juan, satisfecho de los chimentos que me supiste narrar en la mesa de la Esquina Sur que da por San Juan, al oeste de mi Boedo natal.