Rosa de la Fuente: Nuestros amados cafés

Buenos Aires no sería la misma sin sus cafés. Refugio cálido para la charla de amigos y… amigas, muchas veces algo importante se inició, ahí, en esa esquina de Flores, de Almagro, o tal vez de Belgrano.

Todas las tardes, a veces, algunas, quizás algún sábado del mes, el rito se vuelve a producir.

Puede ser que por la cercanía de la facultad de Filosofía las musas de Froid vuelen sobre las mesas como en la elegante esquina de Puan y Pedro Goyena, hablo de Sócrates. Es bello pero no tiene la prosapia del Tortoni o de la Boston, el preferido de Cortázar. Sin olvidarnos de La Biela o de Las Violetas.

Y… ¿Qué pasa en Versalles? Tenemos un Bar notable el que está en Arregui e Irigoyen lleno de nostalgias reflejadas en las imágenes que decoran sus paredes. Es muy cálido el Olimpo (Arregui 5794). El café es más rico y perfumado porque se mezcla con recuerdos de escuela del club, de juegos de infancia, de potrero. Es sobre todo muy nuestro.

Ahora  hace un tiempito han arribado los Starbucks, los preferidos de los jóvenes y los que les gusta hacer facha. La tentación de lo que nos llega del norte  nos produce curiosidad.

No puedo finalizar sin recordar ese niño que tenía la «ñata contra el vidrio» y le dio vida Discépolo en su «Cafetín de Buenos Aires» o la  profunda tristeza que nos produce, ese enamorado acodado a una mesa, y que no encuentra consuelo porque esta bebiendo «El último café» y su chica lo sentencia en un «adiós de azúcar y de hiel». Celebremos que los tenemos, son postales de la ciudad y muchas veces nuestros discretos confidentes.

                                                              Rosa de la Fuente
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