Como bien lo supo contar el cabezón, los porteños de Buenos Aires estamos inmersos en los cien barrios, que a pesar de no ser tantos, lo son cada uno con su cuita, configurando un todo con características homogéneas.
Te cuento tanito que la cosa del arraigo puede pasar a mayores, cada uno de los barrios tiene su día, escudo y hasta una Junta que dirige sus eventos culturales y otras yerbas. Bueno están los C. G. P., pero el tema es administrativo, no de querencia, porque el de Boedo es de Boedo y no de San Cristóbal o viceversa. Sabés viejo, cuestión de nacionalidades.
Te la bato de una para ir aclarando el panorama, apunto al punto que allá entre los cuarenta y cincuenta apareció en nuestra ciudad. A los otros no, me cuesta caracterizarlo, imagino que no lo manyo por la edad que deriva en costumbres diferentes, pero, segurola que también porteño al fin. Bueno, problema de ellos, que se la rebusquen para cantarla.
Contextualizado el quía, te la sigo. El sentido de pertenencia al Barrio es sagrado, hasta separatista te diría como origen no compartido. Sabés viejo, cuestión de nacionalidades
Pero, la cuestión es más profunda. Me decís “más todavía”. Efectivamente, porque la subdivisión continúa. En principio, es la ciudad con sus diversas manzanas que constituyen el Barrio. Manzana que el porteño sabe trozar para degustar, siendo cada gajo la patria chica dentro del rrioba.
Para el caso, como hombre de Boedo nuestro pequeño trozo de manzana, era Castro como cuadra y Tarija nuestra esquina. Cada integrante de la cuadra era patrón y sota de la misma y propietario sin título de la esquina, legitimado por años de usufructo. La esquina solía incorporar adherentes de las cuadras vecinas, obraba como un fuero de atracción sobre los que no tenían sentido de pertenencia en otros lares. Los límites de influencia estaban dados hasta donde comenzaba a tener ingerencia otra barra de otra cuadra con otra esquina de parada. Para nuestro caso, el parate era Constitución y Castro, la contra se hacía fuerte en el boliche de Goro. Nuestra esquina no tenía un joraca de arrabalera, era portadora de la carnicería de Pascual y Vicente.
Tano la fui de chamuyeta, la cuestión era ponerte en tema de las partes del todo. La ciudad madre por un lado, el barrio como hijo mayor por el otro y la cuadra, la menor de las hijas. Ésta la eterna soltera generadora de la adoración de muchos. Cariño que con el paso de los años se acrecienta transformándose en amor eterno. Ésta que no se enamoró de nadie en especial y que paradójicamente origino el metejón de los muchachos de la barra.
Hasta ahora Giusepe te canté tan solo divisiones y subdivisiones. Pero como hombres de Boedo, integrábamos la gran familia del Sur. El sur persiste con su confederación de barrios formada por Boedo, Patricios y Pompeya. Comunidad jurídica de hecho, con fisonomía edilicia y social bien definida. Porque, a pesar de los años transcurridos, Boedo no es Madero, ni Patricios es Palermo “Sojo” y mucho menos Pompeya Palermo “Hollywood. Ojo tano, ni mejores ni peores, somos nosotros.
A esta altura de la cantada, te bato y me pregunto, ¿soy el indicado para el chamuyo del Sur? Si bien toda comparación es ingrata e injusta de movida, quien mejor que el Barba, para graficar al Sur y su gente.
El que te jedi con su Aña que siempre lo acompañó, fue hombre de la Confederación del Sur.
Del Boedo culturoso, que sin pedir permiso de puro guapo nomás corajeó como Barrio mucho antes del reconocimiento oficial, supo ser habitante querendón por residencia familiar, por la primaria de 24 de Noviembre y la de Humberto 1º y sus compañeros, por elección como caminante bohemio con Cátulo en busca de los comités Cochabamba al este. ¡No fue el Teatro Boedo que escucho la verba estridente y clamorosa de Homero, en el acto que dio el puntapié inicial FORJA, allá por el 2 de mayo de 1935!
De Patricios, patacón por Rioja de blanco delantal almidonado en la José María Gutiérrez, mayor en el Benigno y de once por Luna al sur, junto a Julián, en busca de ese amor que no se negocia. ¿se entiende tano? Segurola que la manyás.
Y de la Pompeya que recreó, por la adolescencia secundaria del Luppi, los metejones de bepi en maduración y las amistades entrañables que perdurarán.
Y el Barba lo dijo “Un pedazo de barrio, allá en Pompeya…” el Sur es mucho más que Boedo, Patricios o la misma Pompeya, que son tan solo un “pedazo” Pompeya es un poco de todos nosotros integrantes convencidos de la Confederación de nuestros barrios. Para el caso, ¡me pianté de Boedo para casoriarme primero, y bautizar a mis hijas después, en nuestra querida Iglesia de Pompeya!, pero convencido que todo queda en casa, El Sur, siempre el Sur.
También es cierto cuando el viento sur arrimaba a Boedo el silbo querendón del maquinista a la pebeta que siempre supo estar aunque no la veamos, cuando la pampa era más pampa y la estación Sáenz estaba ahí nomás, nos hacíamos el bocho de “un farol balanceando en la barrera y el misterio de adiós que siembra el tren” “y del dramón de la pálida vecina que ya nunca salió a mirar el tren”.
“Un ladrido de perros a la luna”. Ahí veo al Sultán con la ayuda de don Antonio laburándose a la luna de Boedo, que más que un rezongo era la parla melancólica de nuestra esquina porteña pidiéndole a su manera que no la deje de iluminar. O me vas a negar, che José, que los mensajes de los ladridos de los rropes de Pompeya y Patricios, contenían un dejo romanticón que brillaban por su ausencia en los que podían proferir los del departamento del décimo piso allá en el norte. Te das cuenta que no es lo mismo, de cajón que no lo es, pues están en un jonca. Y de seguro, que la luna siempre enamorada, tira para el Sur en busca del metejón que le labura el Sultán.
Y quien no tuvo en el Barrio el lugar oficial del rasque diario, “el amor escondido en el portón”. Los mayores sacaban turno para filetear en el portón de Tarija al 3800, a mitad de cuadra, donde o casualidad, la bombita que desparramaba la poca iluminación se quemaba. Portón multifuncional, supo ser en su techo depósito de la madera rejuntada por la pebetada para la fogarata de San Pedro y San Pablo. Si Tano, no pongas esa araca, ya te la voy a hacer lunga, pero en otra ocasión.
La laguna del Barrio te la debo, pero el chamuyo del bandoneón decía presente en las hábiles manos de Juancito, residente reservado de Castro al 1300, que para la ocasión nunca faltaba. Era como la música de fondo “ y a lo lejos la voz del bandoneón” que bancaba a la barra de la esquina. Por ahí me zumba al oído, que el Juancho hizo pie en la típica de Tití Rossi, vaya uno a saber, pero que el bandoneón lo escolaseaba, lo escolaseaba.
“Calles lejanas ¡cómo estarán! En esta te fallé Josecito. No me puedo hacer el bocho melancólico, te canto que de puro caprichoso el destino me hace continuar en la Castro de la barra que fue del Barrio. Una capa de asfalto sobre los adoquines y chau picho cambio hecho. Que tal si ese jovato empedrado batiera todo lo que le chamuyaron los reos a la hora de la siesta con la de pulpo. Mejor, dejémoslo ahí, a ver si también tira de puro oreja los aullidos de los molestos vecinos. Sin embargo, hay cosas que faltan y muchas. La calle tendrá asfalto, más luces, y muchos autos, pero hay cosas que faltan. Los sillones a la tardecita en la vereda y el empilche haciendo juego de doña Elsa y don Antonio, viste que hay cosas que faltan. Si bien por un lado zafo, por el otro mi presencia por más de sesenta años aumenta la nostalgia del tiempo pasado. Pero a pesar de las ausencias irremplazables, a la que se suma la irrealidad de “Juana la rubia que tanto amé”, el presente tiene la presencia de la rubia verdadera, a la que tanto amo.
Barrio que no tuve tiempo para transformarte en recuerdo, porque que no me piré, y si es verdad que se necesita faltar para añorar, no es menos cierto que un atardecer cualquiera de un domingo cualquiera, todos los años de mi vida acumulados como residente de Castro se te vienen encima y te cargan de recuerdos. Por ahí aparecen los muchachos de la barra, que sin ser amigo, hoy ni recuerdo. Caminando con la chuequera futbolista cada uno imitando a su ídolo después de la cancha, la de goma no podía faltar. Había que despuntar el vicio. De la mimbrería de Dardo en Tarija y Castro venía el centro para cabecear al arco de árbol de la carnicería, vereda de enfrente. Pobre Vicente el carniza, las broncas que se habrá agarrado al tener que venir de raje para bajar la cortina levantada por un taponazo de un gomia cualquiera de un domingo cualquiera. Domingo futbolero querendón y nostálgico como nunca, hoy si que no volverá. Esto no tiene remedio tano, hay cosas que faltan. “Viejos amigos que hoy ni recuerdo ¡qué se habrán hecho, dónde estarán! ….Barrio de tango, luna y misterio ¡desde el recuerdo te vuelvo a ver!”
Te canto por si no te avivaste, que éramos propietarios sin título de la esquina de Castro y Tarija, tal como lo acreditábamos por la posesión ininterrumpida durante años, con sol, lluvia, ofri o lorca. No me vas a negar, y de seguro que ni lo intentás, que los silbos tangueros de la muchachada de nuestra esquina un sábado a la tarde bien tarde esperando la milonga, no se diferencian en lo más mínimo de los de Centenera y Tabaré ó de Caseros y Rioja. “Un coro de silbidos allá en la esquina” No me digas que parar en una esquina de Boedo, punto joven medio encorvadón manos en los bolsillos dejo de pretendido malevo con la crencha engrasada y con algo de Barquinazo al caminar, silbando la canción que todos silban y entonan distinto, no te da dique y pedigrée, para anclar en cualquier esquina de Pompeya o Patricios, fichando medio de cheronga medio de queruza las restantes.
Y en la otra esquina de Castro, vieras el almacén de la Constitución aguantadero de la contra que no frecuentábamos más por pibes y rivales que por otra cosa, ¿no era un lugar de timba y escolaso común a todos los boliches del sur? “El codillo llenando el almacén” Ojito no confundas viejo, la trifulca era por los porotos y nada más.
Ahí me veo bancando en el pescante al Beto adolescente que con la “zurda amarrada la rienda”, se dejaba guiar por La Nena “por las piedras de Constitución”, en busca de San Cristóbal y del respiro merecido a la fiel yegua después del laburo. “Vamos Nena que ya llegamos y el morfi espera”, cariñosamente le chamuyaba el amigo a la oreja de la conductora de “la chata entrando en el corralón”
Me fichás con jeta de poca paciencia. Finalicé, fuiste el logi que puso la araca para que la chamuyara a mi Barrio de Tango, con Homero Manzi como interlocutor excepcional. Así traté de evocar sus días que fueron míos, con mi esquina de Castro y Tarija que fue de muchos, mi Boedo, de muchos más y el Sur que fue de todos.
Ricardo Lopa
Boedo, Castro y Tarija. Marzo 7 de 2008