Personas y Personajes del Buenos Aires del Ayer: Los Lecheritos

Lechero colonial Buenos Aires 1819, Acuarela de Ermeric Essex Vidal
Lechero colonial Buenos Aires 1819, Acuarela de Ermeric Essex Vidal
Compilado por Alberto Pereira Ríos

“La ciudad de Buenos Aires se provee cotidianamente de leche de las estancias circundantes (1) o granjas que se hallan de una a tres millas (2) de distancia. La leche es traída a caballo, en recipientes de barro o latón, y cada cabalgadura lleva a cuatro y a veces seis, en unas alforjas de cuero atadas a la montura con una tira de correa (más conocida como tiento). Casi puede decirse que los lecheros nacen a caballo, tal es la temprana edad desde la cual se les enseña esta ocupación. La mayor parte de ellos son niños de menos de diez años, tan chicos que para montar en sus caballos tienen que utilizar un largo estribo que no se usa para otro fin. Montan acomodándose entre los tarros de leche (cual si fueran sapos) y, en tan incómoda postura, galopan lo más furiosamente (a galope tendido). Cuando se encuentran fuera de la ciudad, disputan carreras entre ellos y, después de haber vendido la leche, se les ve, muy a menudo, jugando en grupos, generalmente a las monedas de a real o cuarto de peso, tal como hacen entre nosotros los niños con los ochavos ingleses. Aunque no fuera más que por detalle, se podría deducir que este negocio debe ser excesivamente provechoso. Lo seguro es que la leche no se vende a un precio más caro que en Londres y no es de peor calidad. Lo único extraño es que, en un país donde las vacas producen la leche, los caballos que la llevan al mercado abundan y donde la tierra que alimenta a ambos se tiene por menos de nada, el precio de este artículo guarda relación con lo que se paga en las cercanías de la metrópoli inglesa, pero, donde el arrendamiento, los impuestos, el costo de los animales y la mano de obra son inmensamente desproporcionados (por lo tanto, su precio debería ser muy inferior al de Londres). Tampoco puede menos que causar asombro el hecho de que, a pesar de la marcada diferencia de circunstancias, es casi tan difícil conseguir leche pura en Buenos Aires como en Londres, ya que es muy común, que estos chiquillos rellenen sus tarros en el río, una vez que han vendido parte de su contenido (3).

Estos muchachos son, por lo general, hijos de humildes quinteros, van mal vestidos y completamente sucios; pero son muy vivarachos y traviesos como monos, enseñándoles a sus caballos tantas habilidades, que los hacen comparables al simio.

La manteca, o por lo menos algo que merezca tal nombre, no es hecha nunca por los habitantes de Buenos Aires. Lo que ellos usan, en los casos que nosotros la empleamos, es la gordura de la carne, derretida hasta su estado líquido, la cual meten en vegigas como si fuera grasa: a esto denominan manteca (4). Algunos ingleses que se han establecido en el país, han traído al mercado pequeñas cantidades de manteca, para lo cual encuentran siempre fáciles compradores en los residentes ingleses y norteamericanos, a razón de seis reales (más o menos unos tres y medio chelines) por libra; pero esta provisión, también termina durante los meses del verano. No es raro encontrar en la leche, que venden los muchachos, pequeñas partículas de manteca, producida por la agitación de su galope, y ha llegado a asegurarse seriamente, que los campesinos la hacen atando vegigas de nata a la cola de sus caballos, mientras realizan un viaje. Hay motivos para suponer que esto es solamente (un juego) (5) el cual, sin embargo, estaría muy en consonancia con el carácter de las gentes del país (6)”. 

Otro de los viajeros que ha pasado por la ciudad en viaje de negocios, Francis Bon Head (7), confirma lo expresado precedentemente por Essex Vidal:

Uno de los cuadros más sorprendentes en o cerca de Buenos Aires, es el gaucho joven o niño que trae la leche. La leche va en seis o siete botijuelos colgando a los lados del recado. Rara vez hay lugar para las piernas del muchacho y generalmente pone los pies para atrás y se sienta como sapo. Se encuentran estos muchachos en grupos de cuatro o cinco y su modo de galopar, con gorro colorado y poncho morado volando por detrás, ofrece un aspecto singular”.

Tambo de la Rivera
Tambo de la Rivera

Vemos aquí, en la litografía de Carlos Morel (8), verdaderamente una notable composición de conjunto (9), el galerudo y encorbatado caballero saboreando su vaso de leche, mientras una señora de elegante tocado y gran peinetón, da a sus niños la ración correspondiente; más allá otras damas y caballeros esperando su turno; las negras mazamorreras con sus canastas a la cabeza; el tambero y sus vacas en plena actividad; a la izquierda de la estampa, las velas aflojadas de algún barco atracado en la ribera; y, más allá, entre sus cornúpetas amigas, el buen caballito criollo con un tarro en cada flanco del recado. Todo una exacta y fiel visión de Buenos Aires de hace ciento ochenta años, notablemente compuesta por Morel, el pintor y litógrafo porteño.

El primer depósito de leche pura y fresca establecido en Buenos Aires fue en 1823. Estaba ubicado en las cercanías de las esquinas de San José y Victoria (actuales Perú e Hipólito Yrigoyen).

El dueño era Norberto Quirno, quien la hacía conducir diariamente desde su chacra de San José de Flores, y en cantidad suficiente para proveer a varios cafés y a las familias que, en regular número, surtíanse allí todas las mañanas (10).

Como corolario algunas precisiones:

1° Este singular servicio delivery, se extendió hasta fines del siglo XX sustituído por el sistema de distribución domiciliario por cañerías.

2° ”Bautizarla” no fue, ni antes ni después, una exclusividad de niños sinverguenzas, en toda época y lugar hubo y habrá, por decirlo de algún modo, émulos desaprensivos.

3° Lo que sí consideramos censurable, es mezclarla con agua impura del río. Lo cual demuestra elocuentemente la sorprendente eficacia del sistema inmunológico de la clientela adscripta al sistema.

4° Lo de “atar vegigas de nata en las colas de los caballos” para fabricar manteca revela que hasta lo escatológico es válido para conseguir resultados preconcebidos.

Notas

1) Las estancias no circundaban la ciudad.

2) En esa época se les deba el nombre de Chácras.

3) ¿Rellenaban los tarros con agua del río? Digamos que esta era potable en tanto y en cuanto se decatara. Las familias la procesaban en grandes vasijas de cerámica, y luego de un tiempo, podía beberse si reparos. Pero estos desaprensivos muchachos no tomaban tales recaudos.

4) Es obvio Tal producto no sería recomendado hoy día, ni por por los cardiólogos ni por cualquie persona medianamente informada.

5) Propio de la naturaleza del gaucho proclives a la chocarrería no siempre bien intencionada.

6) Emeric Essex Vidal, marino y pintor inglés. Estuvo varias veces en Buenos Aires y tuvo ocasión de conocer la vida y costumbres de la época, observando con gran interés lo tipos de la ciudad y la campaña, así como el paisaje rural. Pintó a la acuarela un gran número de motivos y escenas de un gran valor documental para el estudio del ambiente general, y de la indumentaria de la época. Con las pinturas de Vidal tenemos por vez primera, un panorama casi completo de lo que era Buenos Aires alrededor de 1820.

7) Francis Bond Head nació en Inglaterra en 1793. Muy joven se alistó en el cuerpo de ingenieros y siendo capitán aceptó la dirección de la Compañía Minera del Río de la Plata, lo que lo trajo a Buenos Aires. A su regreso a Inglaterra publicó un libro de viaje que denominó Las Pampas y Los Andes, donde describe usos y costumbres de las provincias del Río de la Plata en 1825.

8) Carlos Morel, fue un pintor argentino. Nació en Buenos Aires el 12 de febrero de 1813 fallece en la misma ciudad el 10 de septiembre de 1894. Se formó con maestros europeos en la escuela de dibujo de la Universidad de Buenos Aires como los profesores Pablo Cassianiga y el suizo José Guth

9) Litografía existente en el museo Ferández Blanco de Buenos Aires.

10) De “Paseos evocativos del Viejo Buenos Aires”, Julio B. Jaimes Repide. Peuser, Bs. As. 1936, pg. 332

A. P. R.
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Mar del Plata
12/2018