Con el correr del tiempo y el advenimiento de las nuevas generaciones, es propicio el considerar y aceptar el cambio de procedimientos y costumbres, que si bien fueron y son arraigadas por la rutinaria costumbre, no dejan de ser susceptibles a los cambios. Uno de los cambios que tomaran lugar, ya hace tiempo, fue la celebración anual del Carnaval. Afortunadamente para el mundo, la misma sigue en pie en Brasil, permitiendo a sus afortunados participantes celebrarlo intensamente para el deleite de los mismos.
Villa Devoto, en mis tiempos, no solamente que no era excepción a dicha celebración, sino que también se constituyó en un barrio-líder del festejo sino que también se constituyó en un barrio-líder de la celebración máxima y más de una vez ganó el título honorario del mayor “Corso” de la temporada. Empezando la primera semana del mes de febrero, el barrio se “paralizaba” en sus actividades diarias y la mente y la rutina del vecino se transformaban totalmente para dar lugar a actividades, e inclusive a ideas, tendientes a la creación del mejor disfraz y la forma de celebración. Para la juventud del barrio, era el de juntarse en pequeños grupos de muchachos usando los disfraces que las madres elaboraron por días y horas cosiendo en sus máquinas en las casas. Los más innovadores, llevaban carteles pintados a mano, identificando en sus grotescos nombres, a las diferentes “murgas” que cantando, gritando, bailando y ejecutando sus instrumentos, producían el más intenso resultado en movimiento y presentación.
Otra de las actividades que los niños gozaban era el de llenar diferentes tipos de globo con agua y depositarlos en un balde llenos de la misma, para su conservación, hasta el momento de ser utilizado como “bomba” a ser arrojada desde la distancia y dejarla caer desde los techos a toda posible “victima” que tuvo la mala suerte de pasar o caminar por un lugar y en un momento erróneo. Las “victimas” ideales eran las niñas de corta edad pero de entendimiento normal para aceptar semejante broma que las dejaba en medio de la calle totalmente empapadas y sin saber qué hacer.
La actual Avenida Francisco Beiró, por su “anchura” y extensión, en mis tiempos se la conocía como la Avenida Tres Cruces”, fue elegida como el lugar ideal para la celebración del “Corso” y consecuente Desfile Anual. Básicamente, la celebración tomaba lugar desde Chivilcoy hasta Segurola y los “palcos” (plataformas elevadas para la ocupación por celebrantes) corrían paralelas a lo largo del tramo dividiendo la Avenida, al ser colocados en forma continua desde su comienzo. Desde allí, las familias disfrutaban de una ubicación muy estratégica que les permitía, por la altura, arrojar serpentinas de papel, papel picado y el que se atrevía, las bombitas de agua. La avenida, al término por la medianoche, quedaba completamente cubierta por diversas “capas” de papel que había servido como munición para esa forma especial de batalla entre los dos bandos, los que estaban en los palcos y los que desfilaban.
Como complemento ideal para este “desfile-guerra”, todavía existía otro grupo de participantes, generalmente familias, que para estar unidos , se habían colocado parados/sentados en las aceras de las calles, y desde esa posición se unían en el arrojo de serpentinas y papel picado, mas sus gritos y ademanes, que en general, producían una euforia y alegría que solamente se podría calificar como un esfuerzo en común de sentirse alegre y feliz. Era solamente una vez al año, que el habitante de Villa Devoto formaba parte de la comunidad, que en número, se unía para efectuar actos personales que en otros momentos, podrían ser considerales anormales. Esto servía para conocerse mutualmente y “tomarse confianza”, elementos necesarios para el buen convivir, ocasión que era ofrecida solamente durante estos días de Fiestas.
Luego, al término del desfile, generalmente como a las l0 de la noche, se producía el desbande de los participantes, quedando el individuo/s que recorría nuevamente el trayecto del mismo para entablar o reanudar el contacto con los vecinos y de esta manera, sociabilizar con ellos en un ambiente de alegría más que propicio, hecho anormal durante el año. Como resultado de todo esto, el Carnaval, más que una de nuestras Fiestas durante el año, servía como renovación total de nuestros problemas personales y afianzamiento de nuestras relaciones personales con los vecinos de la Villa.
El término de esta celebración era solamente el comienzo de una segunda etapa de la misma, ya que ahora las personas jóvenes, después de una bien merecida cena, se acicalaban en su presentación personal y se unían para asistir a unos de los clubes sociales de la zona, sea el Club Villa Devoto o el Gimnasia y Esgrima en el cercano barrio de Villa del Parque. Los mismos ofrecían sendos “Bailes” y competían entre ellos para brindar lo mejor de una orquesta típica de tangos como una de música de Jazz, que en la década del ’40 era parte integrante de nuestro repertorio musical.
En esa semana de celebración contigua, desaparecían todos los esfuerzos rutinarios que teníamos y el empleo, estudio y cualquier obligación personal, desaparecían para dar lugar solamente al festejo y diversión en un ámbito artificial que nos brindaba el Carnaval. El pretender o esperar el poder dormir cuando se era vecino de estos Clubes, era un sueño. La alta música propagada por sendos altoparlantes era dominante hasta las 5 de la mañana, cuando terminaban y la gente recién se iba a dormir hasta altas horas en la tarde y de esta manera, recuperar las horas perdidas.
Como comentario especial, y ahora que tengo la oportunidad de analizar el hecho, desearía llamar la atención del lector, al hecho de que a pesar de que estas Fiestas nunca fueron aceptadas como “excusa” para beber bebidas alcohólicas y emborracharse con sus consecuencias personales, como consecuencia, nunca existieron actos anormales y siempre fueron festejadas con toda tranquilidad y en un ambiente amistoso.
foto: Pintando las Máscaras para el Corso – www.friki.net