Mario Czemerinski: Villa Ortúzar de los Cuarenta

Villa Ortúzar de los Cuarenta

                                Mario Czemerinski

Fueron épocas gratas, no falla mi memoria:
modestas casas bajas, vecinos conocidos,
juntos aunque distintos, de la hambruna venidos
emigrados de Europa y sujetos de esta historia.

Cocoliche por lengua, siempre se comprendían.
En la calle los chicos, jugando un buen picado,
formando el arquetipo del porteño zafado,
destrozando las suelas que palizas traerían.

La escuela de la calle: Giribone – Tronador,
bajo el sol veraniengo o tiritando en agosto,
con pelota de trapo, ovillada sin costo,
pateando entre charcos, por el más goleador.

El arco hecho con piedras, que un gordo defendía.
Venían los rivales, en usual son de guerra.
¡Leña sin restricciones! Vaya la suerte perra.
Ganaban a lo macho: golees y sangre fría.

El mercachifle en ronda paseaba su circuito.
Un canastero traía su carromato lleno.
Largo alambre en gancho revoleaba el pollero.
Y al pie de la vaquita: lechero con jarrito.

Nosotros en la acera, el naipe barajando:
las treinta y tres de mano, muy bien disimuladas,
silbando muy bajito, las caras semblanteadas, 
en expentante juego, de antemano gozando.

Malabares de yo-yo, el balero tachonado
con chiches de  monturas que lustrosas brillaban.
Barriletes de color, que despacio se armaban,
rumbeando con sus colas a su destino alado.

Raúl venía poco, ahora parece un mito.
Flacucho y solitario, siempre muy pendenciero,
uranio y controvertido, peleador, hosco y fiero.
Al fin se descubrió, él era «La Raulito»

En Estomba y Charlone había una calesita.
De tracción a sangre era. Una yegua cansina
al compás de los tangos yugaba en esa esquina
mientras dábamos vueltas, viendo la sortijita.

Sabatinas visitas a la cancha de Almagro,
en Roseti y Estomba, ahí nomás, a la vuelta,
salvando el alto muro, cuan bandada resuelta,
gozando con los goles, aun en partido magro.

Forest y Alvarez Thomas, aguante del tranvía
que a Barrancas llegaba. A pata al Monumental
seguíamos derecho. Procesión fundamental
de tardes domingueras, que River merecía.

Muzza por diez centavos, vendida en La Nezzetta,
que esas casualidades, de pie aun permanece.
Está en Alvarez Thomas, firme según parece,
luego de sesenta años, supera toda treta.

En Catorce de Julio, sobre la misma aceca,
nuestro cine barrial era linda diversión,
capítulos seriados de aventuras y acción:
piratas en alta mar; cowboys en balacera.

Fueron épocas gratas, no falla mi memoria:
modestas casas chatas, veninos conocidos,
son un recuerdo más entre hechos muy vividos
que el tiempo transcurrido convirtió en historia.

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