Los caballos de los Granaderos por Susana Boragno

Los caballos de los Granaderos
por Susana Haydee Boragno
Vengo puramente a servir a la Patria y a los intereses de América, dijo San Martín al llegar a Buenos Aires en marzo de 1812.

La peligrosidad del enemigo realista inspiró al Triunvirato a solicitarle a San Martín la organización del Regimiento de Granaderos a Caballo. Fue creado el 16 de marzo de 1812 y se le confirió el grado de Teniente Coronel de Caballería atendiendo a sus méritos y servicios. José M. Paz cuenta en Sus Memorias, que “hasta que no vino San Martín nuestra caballería no merecía ese nombre”. Tuvo una trayectoria luminosa. El soldado tenía que ser un hombre valiente, honorable y desinteresado. Tomaba un recluta y los disciplinaba hasta ponerlo en pie de guerra. Un granadero sobre su caballo se consideraba invencible en el campo, en el llano o en el agua. Afirmaba que el soldado se formaba en los cuarteles. Sarmiento dijo “es el gaucho… un árabe que vive, come y duerme a caballo… y San Martín transformó a ese al gaucho en granadero y lo perfeccionó como guerrero”. Le enseñó a manejar el sable estando montado a caballo o a pie. “De esos gauchos formó… un regimiento a la europea, añadiendo a las dotes de equitador más osado del mundo, la disciplina y la táctica severa de la caballería del Imperio” Y como decía Estanislao del Campo “capaz de llevar un potro a sofrenarlo en la luna”.

El granadero era el que arrojaba la granada con la mano. Se dice que su origen viene del ejército francés donde al principio tuvieron escasa reputación. Constituyeron pelotones “d´enfant perdul”. Portaban un saco llamada granadera que contenía proyectiles de hierro. En tiempos del Rey Luis XIV adquirieron mayor estima formando un cuerpo de elite. Eran hombres de sobresaliente talla, robustos y valientes. Los adoptó Napoleón y fueron imitados por otras potencias europeas.

Granaderos a Caballo

Para formar el Regimiento, los vecinos aportaron los caballos más mansos y veloces que le darían en los combates, poder de choque. Otros donaron dinero para comprarlos y se los confiscaron a quienes estaban en contra de la libertad americana. Mansilla dijo que San Martín fue el militar que más se preocupó del cuidado de los caballos. Instruyó y preparó a sus granaderos en la atención y manutención de los animales, preparación de monturas e instrucción en la equitación. El mismo los seleccionaba, por su fuerte y armoniosa musculatura, su mirada vivaz. Tenían que tener una alzada de 1,45 metros, de costillar amplio. Debía combinar el temperamento fogoso con la mansedumbre, para poder permitir con seguridad y destreza los diferentes aires de marcha y tener movimientos ágiles en el campo de combate, para darle al soldado libertad en el uso de sus armas. Estaban marcados con una R, Caballos del Rey, (reyunos), antecesores de los criollos, que se los identificaba, cortándole una oreja o parte de ella. Era importante que pueda montar y desmontar y si era necesario cargar a otro jinete en el anca. El caballo compartía con el soldado la fatiga de la guerra y la gloria de los combates. El animal ve el peligro y lo afronta, se acostumbra al ruido de las armas, se doblega bajo la mano del que lo guía. “El caballo es un arma… y debe conservarse bien templada”.

Segunda Parte

La alimentación de los caballos del Regimiento de Granaderos era muy importante y San Martín ordenaba la ración diaria que debían tener. Consistía en 3 kg.de cebada en grano, una tipa (bolsa de cuero) de paja y un real de pasto verde. Los cuarteles estaban bien provistos de fanegas de maíz, cebada, cuartilla de afrecho, paja y pasto. A los animales se los higienizaba diariamente. Los granaderos estaban provistos de rasqueta y cepillos de cerdas fuertes. Todas estas acciones eran puntillosamente controladas y se hacían metódicamente todos los días a la misma hora. “Allí todo se manejaba por toques de cornetas, ni una voz se hacía para ninguno de estos actos… los animales estaban tan acostumbrados a esta exactitud que cuando se acercaba la hora, ellos mismos lo anunciaban, piafando, dando patadas y relinchos” así lo cuenta el Dr. Veterinario Gregorio Brejov. De esta manera el ganado se mantenía robusto. Por un tema de economía, solo una parte de los equinos permanecían en el Cuartel, al resto se lo llevaba a una estancia en los pagos de Magdalena. Permanecían en pastoreos, bien cuidados y listos para partir, si se los necesitaba que estuviesen en dos horas en Retiro.

San Martín dijo que era imposible marchar sin las bestias herradas, so pena de quedar el ejército a pie y se ocupó para que cada compañía contara con su herrador, sus útiles y con un albéitar. La palabra proviene del árabe y este del griego compuesto de caballo y médico. Otra versión: el término hippiatrós tuvo su origen en Grecia y deriva al-bay´ar que, castellanizado en albéitar, pasó a designar al veterinario. El vaso del animal crece y se desgasta por eso es necesario frecuentemente herrarlos para su protección. En la época de los romanos se les colocaban una especie de sandalias. No se escatimaron clavos, herraduras ni limas de puntas romanas. Por entonces, el inglés Robert Jackson fue quien proveyó 7.500 herraduras y 77.000 clavos. En diciembre de 1813, marcharon hacia el Norte, tres herradores que San Martín había solicitado. Eran esclavos libertos que habían comprado por 400 pesos, para el herraje de los caballos. Y fue bajo la condición que, a los 6 años de buen servicio, deberían quedar libres, gozando todo ese tiempo de gratificación de dos reales diarios. Para el cruce de los Andes, el herraje fue un tema importante a resolver. Se forjaron herraduras por millares. Se trabajaba día y noche en los talleres de las fábricas de armas de Buenos Aires y de Mendoza con la dirección de Fray Luis Beltrán.

En enero de 1826, regresaron los pocos sobrevivientes de tantos años de lucha. Depositaron sus armas en el Cuartel de Retiro, desde donde habían comenzado la gesta gloriosa en una sencilla caja de madera. Solo siete granaderos de los que partieron quedaban vivos. No fueron distinguidos “por pensión ni gracia alguna”.

El Regimiento quedó inactivo por 77 años. A principios siglo se pensó que era conveniente conservar en el Ejército de la Nación la representación de uno de sus cuerpos. El decreto fue firmado por el presidente Julio A. Roca el 29 de mayo de 1903. Cuatro años más tarde otro decreto del 17 de julio de 1907 firmado por el presidente José Figueroa Alcorta designó al Regimiento de Granaderos a Caballo como Escolta Presidencial, debiendo conservar el uniforme que usaba. En el año 1918, el presidente Hipólito Yrigoyen considerando como un acto de justicia agregar el nombre de San Martín al Regimiento. La unidad pasa a denominarse Regimiento Granaderos a Caballo “General San Martín”.

Fanfarria en el Campo de Polo

El 18/2/1926, se creó la Fanfarria Militar “Alto Perú” en el Regimiento de Granaderos a Caballo. Es una organización musical que cuenta con instrumentos que se manejan con una sola mano, la izquierda se necesita para llevar las riendas de los animales. Es importante que cada soldado tenga confianza y esté adaptado a su caballo. Para los timbales se necesitan animales robustos, de contextura fuerte porque deben llevan el peso del armazón, los timbales y el jinete. En este caso las riendas se atan en los estribos porque se necesitan las manos libres. El Mayor Maestro de Banda y Fanfarria ® Juan Carlos Montes fue director durante los años 1990/91. Su caballo se llamaba Apipé y cuenta de uno que quedó en recuerdo de todos. Se llamó Chupete (1959/1992). Pasó a retiro con el grado simbólico de Suboficial Principal. Después estuvo habilitado para circular libremente por el cuartel. Cuando oía los acordes de la Fanfarria que se aprestaba a partir para algún acto, salía raudamente a reunirse con la comitiva tomando su lugar de timbalero, sin jinete y lamentando que no era de la partida. Fue honorable y disciplinado como le gustaba a San Martín. En el lugar donde cayó para morir una placa lo recuerda así: “aquí descansan los restos de… Chupete, último exponente de la raza Orloff, que prestara sus servicios en esta unidad durante 30 años interrumpidos de timbalero”.

por Susana Haydee Boragno