Empieza el Carnaval 2017

Durante los fines de semana de febrero la familia podrá disfrutar los corsos porteños. Este año estarán presentes las tradicionales Agrupaciones de Carnaval de la Ciudad de Buenos Aires y con una novedosa propuesta artística con espectáculos en vivo para disfrutar con toda la familia. Te damos la agenda que incluye actividades en distintos puntos de los barrios: lugares, días y horarios. Historia del Carnaval.

Los vecinos podrán disfrutar de variadas actividades al aire libre: espectáculos musicales de varios géneros (Tango, Folclore, Cumbia, Salsa, etc); sorteos para todos los asistentes, premios que otorgan las Asociaciones Civiles responsables en cada barrio. Esto se suma a las tradicionales guerras de espuma, baile de disfraces y concursos para los más chicos.

En el 2016 participaron más de 1.300.000 personas. Este año se prevé mayor convocatoria, mejor calidad de servicios y más diversión en cada uno de los barrios de nuestra Ciudad.

El Carnaval Porteño, organizado por la Dirección General de Promoción Cultural del Ministerio de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires, es reconocido como uno de los carnavales más importantes del país por su infraestructura y organización.

La edición del 2017 tendrá lugar los días:

Sábados 4, 11, 18 y 25; 
domingo 26 y lunes 27 de 19 a 02.
Domingos 5, 12, 19; 
martes 28 de 19 a 24.

Las Agrupaciones de Carnaval se presentarán en distintos puntos de la Ciudad.

Barrios: 

Almagro, Balvanera, Barracas, Bajo Flores, Boedo, Coghlan, Liniers, La Boca, Lugano, Mataderos, Palermo, Paternal, Pompeya, Saavedra, San Telmo, Villa Crespo, Villa Pueyrredón, Villa Urquiza.

Plazas y clubes: 

Club Floreal, Plaza Colegiales, Plaza Irlanda, Plaza Unidad Latinoamericana, Plaza Ricchieri, Parque Avellaneda, Parque Saavedra.

Historia del Carnaval Porteño

En 1869 se realizó en Buenos Aires el primer corso con comparsas de negros y de blancos tiznados, que relucían con sus disfraces y su ritmo, mientras su canto y su baile alocado y armónico disparaban piernas y brazos al aire.

La ciudad comienza a expandirse hacia los arrabales durante los años 20. Los barrios comienzan a cobrar importancia en las relaciones de identidad en torno al carnaval, ya que hasta esos años, cada grupo étnico (africanos, europeos o criollos) focalizaban su actividad en distintos barrios: los negros en San Telmo y Monserrat; los italianos en La Boca; los judíos al sur de Palermo; los árabes en el Once, etc. 

Es así que en los barrios nacen las murgas, una nueva forma de agrupación, constituidas por alrededor de quince o veinte muchachos, conocidos del barrio, que durante la época de carnaval salían a cantar por las calles canciones picarescas acompañados por instrumentos caseros: tambores hechos con ollas, maracas, etcétera. 

En realidad, es la barra de la esquina, más que el barrio, la que funciona como factor de identidad de las primeras murgas. Los nombres ya no incluyen el nombre de la etnia ni el de la colectividad de pertenencia; y todavía no incluyen el nombre del barrio sino la picardía y el doble sentido: «Salamin senza piolita», «Los Amantes de la castaña», » Los Amantes de las chicas bien», «Los Farristas». Los trajes eran hechos en casa, generalmente levitas de tela de arpillera o disfrazados. 

El instrumento adoptado por la murga, es el bombo con platillo, introducidos en el país por los inmigrantes españoles. El bombo cobra gran importancia en la murga porteña y se convertirá, en décadas posteriores, en un factor de identidad. 

También aparecen en la murga los instrumentos de viento, así como el bandoneón y el acordeón. 

Aparece mayor dedicación en la confección de trajes: se deshecha la arpillera, se conserva la levita pero confeccionada en géneros brillantes (raso y satén). 

El nombre de la murga aparece en el estandarte que encabeza su desfile. 

El desfile se toma de las comparsas, quienes parodiaban los desfiles de bandas musicales o militares. Los ritmos y pasos de baile para el desfile surgieron de la mezcla entre los ya nombrados desfiles de bandas con los pasos y ritmos de los negros (candombe, rumba, milonga, etc.). Las canciones, el repertorio, cada vez más, fueron siendo parodias de canciones populares: a partir de la música de canciones masivamente reconocibles se componía una letra, comúnmente en doble sentido. Se incorporaron también las llamadas fantasías: banderas, grandes abanicos, representaciones de símbolos ligados al carnaval o al juego (dados), cabezudos; y disfraces característicos: el Oso Carolina (hombre disfrazado de oso que era llevado, cadena mediante, por el domador), payasos (llamados tonis), arlequines, pierrots, etcétera. 

El cambio más importante que introduce la murga por los años 50 es tomar al barrio como factor fuertemente identitario. Esto se ve reflejado, nuevamente, en los nombres: «Los Mocosos de Liniers», «Los Viciosos de Almagro», «Los Chiflados de Almagro», «Los pecosos de Chacarita», «Los Curdelas de Saavedra», «Los Linyeras de La Boca», «Los Cometas de Boedo», «Los Locos del Spinetto», etcétera. 

Barrio, nombre y colores son los tres fuertes factores de identidad de las murgas. Cada barrio creará un estilo de baile y un «toque» rítmico particular. Este es otro de los elementos a tener en cuenta al hablar de identidad. A partir de esta serie de elementos se puede decir que se construyó una suerte de nacionalismo barrial murguero, que se iba a ligar con el nacionalismo barrial futbolero y que iba a ser característico de los Centros Murga entre los años ’70 y ’80. 

La fiesta se podía apreciar en la forma y en la temática de las letras de las murgas. Se continuó parodiando canciones populares y el contenido siempre giró en torno a la crítica al gobierno de turno.

Desde la Revolución Libertadora en adelante, los sucesivos gobiernos militares intentaron controlar la fiesta de carnaval. Se encontraban con el inconveniente de que el carnaval se había extendido a otras prácticas, más allá de los corsos. En los clubes de barrio y luego en clubes más grandes (Boca Juniors, River, Vélez, Comunicaciones) se empezaron a realizar bailes de carnaval (8 grandes bailes 8), con gran asistencia de público, en los que actuaban orquestas de jazz, de tango y de música tropical. Ingresaron, entonces, al «mundo» del carnaval las empresas discográficas y la publicidad, y el carnaval siguió. 

Lo que sí pudo controlar la Libertadora fue el uso de disfraces en los corsos; para demostrar que detrás de una máscara no se escondía un ladrón había que sacar un permiso en la comisaría más cercana. Esta preceptiva, que era un edicto policial vigente, tomó mayor fuerza por esos años. Cabe aclarar que el edicto policial recién fue anulado hace pocos años a través de la promulgación del Código de Convivencia Urbano. Tanto espectadores como artistas del carnaval siguieron sufriendo controles y prohibiciones según el gobierno o la dictadura que gobernase, lo que provocó el comienzo de la declinación de la fiesta. 

Llegado el año 1976, la última dictadura militar, mediante un decreto, anuló los feriados de carnaval. Cabe aclarar que hasta ese momento el lunes y el martes de carnaval habían sido feriados nacionales, y sin feriados y en medio del terror en que se vivía la fiesta del carnaval terminó su declive. Corsos hubo hasta 1981, pero a las murgas se les complicaba mucho la realización de su espectáculo. Sin los feriados había menos días para actuar y el control sobre las letras impedía la expresión: era imposible la crítica política, más allá de alguna crítica velada al ministro de economía; la crítica picaresca se componía en doble o «triple» sentido y sin malas palabras u obscenidades. Muchas murgas dejaron de presentarse y en los últimos tres años de la dictadura (’81, ’82, ’83) no se presentó ninguna en la ciudad. 

El regreso de la democracia no implicó una rápida recuperación del espíritu festivo. Recién a fines de los años 80 la gente por fin vuelva a ver en la práctica del carnaval un hecho social y cultural superador del miedo, sin que ello implique la negación del dolor ni de la memoria. 

En este contexto de lenta recuperación, en 1997 el ex Concejo Deliberante de la Ciudad de Buenos Aires sanciona la Ordenanza Nº 52.039, por la cual «se declara patrimonio cultural la actividad que desarrollan las agrupaciones de carnaval» y se faculta al Gobierno de la Ciudad a «propiciar las medidas pertinentes para que las mismas puedan prepararse, ensayar y actuar durante todo el año en predios municipales que puedan adaptarse a tales fines o bien a gestionar espacios en clubes y sociedades de fomento cuando las circunstancias así lo requieran» (cf. Ord. Nº 52.039/97). 

Esta misma normativa pone en manos del Gobierno la responsabilidad de promover la organización de corsos en los barrios, estableciendo en la Secretaría de Cultura el ámbito de la coordinación con las entidades intermedias y en esta misma Secretaría y la de Promoción Social la articulación de políticas sociales integrales que sean afines a sus objetivos: campañas de integración educativa y cultural, alfabetización, asistencia en recursos de salud, alimentación, vivienda, trabajo, etc. 

El artículo 7º de esa ordenanza establece la creación de la Comisión de Carnaval, integrada por un representante de la Secretaría de Cultura del Gobierno de la Ciudad, un representante de la Comisión de Cultura del Concejo Deliberante (hoy Legislatura) y dos representantes titulares y suplentes de las agrupaciones de carnaval, todos ellos designados ad honorem. A esta comisión se le atribuye la responsabilidad de acordar las políticas tendientes a dar cumplimiento a lo establecido en esa ordenanza y en la Nº 51.203/96 que instituye el llamado «Festival de Candombe y Murga» en la ciudad de Buenos Aires. 

Si bien este reconocimiento oficial marca un hito en la crónica de la evolución de los festejos de carnaval en cuanto a su repercusión en algunos sectores de la sociedad porteña, hay que decir que en la actualidad no están ausentes los reclamos vecinales por las molestias que el desarrollo de esta actividad provoca, especialmente en algunas zonas de la ciudad. Es la Comisión de Carnaval el ámbito de resolución de estos conflictos, la cual pone por encima de cualquier interés sectorial, la búsqueda de una convivencia sana y armónica entre vecinos. También esta Comisión administra la provisión de permisos de ensayo para las agrupaciones, lleva un registro oficial de las murgas existentes y de sus características de identificación, organiza concursos y talleres tendientes a un perfeccionamiento cada vez mayor del nivel estético de sus presentaciones artísticas, y coordina los distintos aspectos involucrados con la realización de los corsos de la Ciudad. 

El día 24 de Junio de 2004  la Legislatura Porteña aprobó la Ley N°1322 que declara días no laborables los días Lunes y Martes de Carnaval. Un paso adelante para reestablecer aquellos carnavales que nuestros abuelos supieron disfrutar, donde se vivía la fiesta popular en toda su dimensión. 

En función de esto último, en el mismo año y mediante la Ley 1527 se aprueba la creación del Programa Carnaval Porteño dependiente de la Dirección General de Festivales y Eventos Centrales que tiene como uno de sus objetivos generar el impulso de las acciones positivas que el Gobierno de la Ciudad propicie con vistas al desarrollo de la comunidad del Carnaval, como ser emprendimientos productivos, sociales y culturales que potencien la acción de las agrupaciones de Carnaval, campañas de prevención de enfermedades,  de difusión de propuestas contra la discriminación o la violencia, etc.

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