Emma I. Monti: Recuerdos de Coghlan (1943/4)

Tendría seis o siete años, y conocí a la que fue mi compañera y amiga, pero más que amiga, compañera de Colegio, del Colegio Sagrado Corazón ubicado en la calle Cramer, entre las calles Blanco Encalada y Olazábal en el barrio de Belgrano. Cursábamos en ese Colegio primer o segundo grado. Yo caminaba 10 cuadras, a la mañana muy temprano hasta la puerta de ese enorme Colegio. Unas cuadras antes, precisamente Avenida del Tejar esquina Guanacache. Ahí en esa esquina había una hermosa casa, un palacio, donde vivía la familia Roccatagliata, la construcción de la casa data de 1900, inscripto aun en el frente principal. Cuando iba camino al colegio, con mi uniforme azul, se abría un gran portón. Sobre Guanacache, salía de allí mi compañera acompañada por un valet, un señor alto de muy buena presencia luciendo su saco de valet, a rayas horizontales, sin mangas con una camisa blanca impecable, llevando naturalmente el portafolio de mi amiga que tenía casi mi misma edad, creo que era un poquito mayor. Me llamaba mucho la atención, después para mí era lo más habitual. Así como la llevaba, al Colegio, a la salida ocurría lo mismo, el valet llevaba su portafolio, evidentemente tenía expresas instrucciones respecto al cuidado de mi amiga. Tenía dos hermanos, uno de ellos adolescente posiblemente de 14 ó 15 años, el otro hermano tendría 10 u 11 años Ese palacio me deslumbraba con sus altas columnas, al frente que se abrían en escalinatas de mármol, con altísimas palmeras, con la sombra en el jardín, sus vidrios, de las numerosas ventanas, biselados, vitreaux, donde se traslucían hermosos cortinados. De la casa se podía vislumbrar la arquitectura de columnatas y amplias escaleras de mármol. Poseía un portón doble dónde supuestamente era la entrada para coches, de esta familia. Antes de su cumpleaños me invitó con una tarjetita (lo lamentable, no recuerdo su nombre por más que hurgue en mi memoria). Fui a su fiesta, a su hermosa casa. Al entrar vi un enorme salón con una gran mesa cubierta de manteles blancos bordados. Ahí conocí a los padres de mi amiga. La mamá muy elegante y alta, el papá vestido de riguroso traje oscuro, me saludaron con mucho cariño, italianos por su acento. Había bastantes niñas y otros invitados. Después de nuestros juegos, mi amiga me hizo pasar a su dormitorio, enorme, la cama llena de regalos para sus amigas, a mí me regaló un hermoso secretêre, réplica de los verdaderos, hecho en madera. Fue sorprendente, no salía de mi asombro, ella la que cumplía años regalaba un hermoso presente. Jugué mucho, le tenía un gran cariño. Mi compañera y amiga, era muy tímida hablaba muy poco, su única compañera en el colegio era yo; jugábamos juntas en los recreos del colegio, las demás chicas no le llevaban el apunte. Estos son recuerdos maravillosos de mi infancia, de mis 6 ó 7 años. No sé cuando se mudaron, vi ese palacio Roccatagliata, callado y sombrío, añorando esplendorosos tiempos. La transformaron en estación de servicios, kiosco y otros servicios. Abandonada a su suerte, con otros perfumes y ya no es más, el canto de los pájaros, como una música que no cesa y los árboles y las flores se secaron.