El agua y los baños en la época colonial por Mabel Crego

1854 - Ribera¿Cómo se aseaban los porteños en la época  de la colonia?

El lugar natural para los baños era el río, no como el que hoy conocemos contaminado,  sino aquel cuyos únicos estorbos eran las toscas y algunos traicioneros pozos.

Cuenta Carlos Pellegrini que los baños en el Río de la Plata eran habituales en la ciudad colonial, ya que los baños en las casas eran prácticamente imposibles debido  la escasez de agua y al precario sistema de cloacas, por eso el río era una de las diversiones favoritas de los habitantes de la época en verano.

Existía  la costumbre  de que las señoras de la clase “decente” esperaran para ir a disfrutar de los baños del río hasta el 8 de diciembre, día de la Inmaculada Concepción de la virgen, en que los padres franciscanos y dominicos se bañaban para bautizar las aguas del río.

Desde diciembre a marzo la costa del río se convertía en playa a la que concurrían todas las clases sociales.1888 Vista de la ribera de Buenos Aires con mujeres lavando la ropa en pozos hechos en la tosca del Río de la Plata. Puerto Madero no existía, al fondo se ven la Casa Rosada recién construida y la Aduana de Taylor, y sobre la derecha aparece el murallón que contenía a la actual Avenida Leandro N. Alem.

Dice “Mister Love” primer cronista inglés, que durante el primer período revolucionario, las ordenanzas policiales prohibían los baños mixtos, pero las reglas nunca fueron respetadas.

A comienzos del año 1830 la policía decreto que “los hombres debían bañarse a la izquierda del muelle hasta la recoleta y las mujeres y los niños menos de 7 años a la derecha”.

Otra Ordenanza policial sancionaba con multa a “todo individuo que entre al río a bañarse sin traje cubierto de la cintura abajo a cualquier hora que fuese”.
Sin embargo Beumont cuenta que “jóvenes de ambos sexos se bañaban y chapoteaban en el agua”.

Cuenta “mister Love” que las mujeres de la elite porteña, se bañaban con vestidos sueltos de muselina que tenían debajo de sus trajes de calle, antes de entrar al agua se despojaban de sus pesados trajes que dejaban al cuidado de esclavas.
Pellegrini menciona “como los hombres las observaban cuando regresaban del agua con los vestidos mojados,  las madres estaban atentas al baño de sus hijas y fulminaban con la mirada a los curiosos que observaban a las muchachas”.

Mucha  gente  y familias enteras, se iba al río desde la mañana hasta la noche, los comerciantes lo hacían después de cerrar sus tiendas al anochecer. Muchas familias se sentaban en el pasto y esperaban a la noche para entrar al agua dejando sus pertenencias al cuidado de las sirvientas negras, luego del baño se sentaban a comer fiambres y vino hasta la medianoche, disfrutando del viento fresco del río.
La concurrencia a la orilla del río tenía también una finalidad higiénica  personal, la falta de agua corriente que recién se efectivizó medio de siglo  después.

La única “fuente de agua  pública” con que contaba Buenos Aires para 1826 era “un pozo de balde” situado en la plaza Mayor, a un costado de la recova.

La provisión de agua en Buenos Aires se lograba con la construcción de pozos y aljibes (que era muy costoso) y por la distribución del agua del río por los carros de aguateros.

El agua del aljibe era utilizada para beber y cocinar en cambio la de pozo de balde, de baja calidad, se utilizaba para el aseo familiar y  la limpieza del hogar.

Concolorcorvo dice “el agua del río era muy cara y muy turbia, se dejaba reposar en grandes tinajas de barro cocido donde se clarificaba, porque los aguateros la extraían de la bajada del río por las peñas, donde lavaban la ropa las lavanderas, sin molestarse a internarse mas a la corriente del río, para evitar el fango”.

Emeric Essex Vidal, dejó un fiel retrato de la ciudad y de los carros de aguateros, el balde que se ve en sus pinturas en la parte trasera de la carreta, tenía capacidad para cuatro galones  y cuatro de estos baldes costaban medio real.

Patio colonial en Montevideo y Bartolomé MitreEn ocasiones era necesario emplear alumbre u otro medio de filtro, para clarificarla.
En algunas casas de vecinos importantes como la de Azcuénaga, tenían dentro del aljibe, unas pequeñas tortugas de agua que mantenían limpia de insectos el agua.
Los aljibes eran entonces un valioso recurso, pero solo  unos pocos se encontraban instalados en casas de familias muy adineradas, (a pesar de tener estas azoteas planas y con declive para acumular el agua potable).

Cuenta Calzadilla que el aljibe más lujoso se encontraba en la calle del empedrado (Florida 87) de Mariquita Sanchez de Thompson y el aljibe más importante de la ciudad, de 190 varas cuadradas y paredes dobles, estaba en la quinta del Parque Lezama.

Durante el frío invierno porteño, los baños  eran muy escasos y se utilizaban tinas que las esclavas llenaban con agua que calentaban en los fogones. El mismo agua era usada por toda la familia, comenzando por el padre, madre, hermanos (por edad) y luego hasta los criados!

El vocablo enaguas viene de allí, ya que las damas se bañaban en las tinas, con “enaguas”  livianas para no mostrarse desnudas frente a sus criadas, que las frotaban con  jabones y perfumes traídos de Europa.

Mabel Alicia Crego – Maestra Secretaria email
Docente JIC 4 d.e. 6º

Fuentes:

Las beldades de mi tiempo de Santiago Calzadilla
Buenos Aires 70 años atrás de José A. Wilde
Historias de la ciudad Nº 16
Recuerdos del Buenos Aires Virreynal de Mariquita Sanchez de Thompson