Hace unos días se publicó la siguiente noticia: un grupo de empresarios del rubro inmobiliario habían decidido “rebautizar” el barrio porteño de Villa Crespo como “Palermo Queens”. La maniobra tenía como objetivo hacer más apetecibles a los nuevos ricos porteños las propiedades en la zona, elevando así las cotizaciones. Pero esta vez ganaron los buenos, la asociación de vecinos de Villa Crespo realizó protestas formales ante el gobierno de la ciudad y Villa Crespo sigue siendo Villa Crespo. La noticia pasó desapercibida para casi todo el mundo, salvo para dos segmentos de la población argentina:
1.- los habitantes de Villa Crespo
2.- los que leyeron la novela “Adán Buenosayres”, de Leopoldo Marechal.
No soy habitante de Villa Crespo y creo que nunca pisé sus calles, por lo que la opción que queda para mi interés en la noticia es ser parte del segundo de estos segmentos de opinión.
Y es así nomás, no solo leí Adán Buenosayres, sino que creo que es la mayor novela argentina. Marechal inventó en esas delirantes páginas una saga porteña que hizo que Villa Crespo, Saavedra y los otros barrios nombrados, se convirtieran en una tierra mítica de sueños, como esa Malasia de Sandokán, o tal vez, más parecida al País de Nunca Jamás de Peter Pan. Todo lo que pudiere decir de esta novela siento que es poco y que es una falta de respeto ¿qué puedo decir? Que es la novela más feliz de nuestra literatura (feliz en el sentido literal, es decir, no hay en ella tristeza, ni ironía, ni perversión, solo la descripción bella de una ciudad y el cariño del autor por todos esos pequeños personajes), que es la mejor descripción sociológica de esa Buenos Aires llena de inmigrantes de todas las nacionalidades, a la que llamaban crisol de razas, que es una reinvención de la argentinidad (aunque no “al palo” del estilo patriotero nacional), que es una exploración metafísica donde nosotros mismos nos encontramos en los personajes. Hay muchísimo para decir y mucho se dijo. Aun así a los críticos literarios les cuesta incluir a Marechal en sus cánones. Si bien ha sido reinvindicado luego del exilio interior que vivió en los últimos años de su vida, esta reinvindicación no llega al reconocimiento justo como nuestro mayor novelista. Esto puede ser por su adscripción al peronismo, pero yo tengo otra hipótesis: creo que a Marechal los grandes críticos literarios lo dejan en segundo plano precisamente por la felicidad que trasmiten sus páginas. En general para nuestros intelectuales, tiene más valor lo feo, sucio y malo, que lo bello y feliz, supongo que en los “feos, sucios y malos” ven una especie de resistencia a la autoridad. Aunque esta explicación tampoco me convence. Creo que más bien, lo que odian los intelectuales es el humor. Todos nuestros intelectuales son un poco como esos monjes de “El nombre de la Rosa”, que consideraban a la risa el más terrible de los pecados. Para nuestros monjes agnósticos la risa es un sacrilegio en el templo de la alta cultura. Y la verdad es que cuando uno lee Adán Buenosayres, se ríe mucho de verdad.
Pero en esta crónica no me quiero olvidar de estos cráneos del marketing inmobiliario que quisieron bautizar “Palermo Queens”, a Villa Crespo. “Tilingos” los llamaría Jauretche, también se los puede llamar estúpidos, al caso. Pero el hecho es que ellos saben que entre los ricos existe esa veleidad bobalicona de querer vivir en el “Primer mundo”. Y para ello necesitan renegar de nuestra identidad, de nuestra cultura. Quieren ser New York. Lo paradójico es que, si estos marketineros empresarios que tanto aman todo lo neoyorkino, se hubieran tomado el trabajo de leer la “Trilogía de Nueva York” de Paul Auster, se hubieran encontrado que, en ese Queens con que ellos sueñan, en ese primer mundo tan perfecto, también hay soledades, miedos metafísicos, perdedores y amantes desolados. En fin, también allá las pobres almas buscan la felicidad en algo más que un piso de mil dólares el metro. Viéndolo desde este punto, tal vez Villa Crespo y Queens estén más hermanados de lo que creen estos giles que quieren vender departamentos. La cuestión es que Villa Crespo, aunque las propiedades suban sus valores, aunque se construyan brillantes torres llenas de empresarios exitosos, sigue siendo Villa Crespo, y los fantasmas del astrólogo Shultze y Adán Buenosayres, les seguirán recordando a sus habitantes terrenales que la entrada del infierno está ahí nomás, atrás del viejo ombú.
Publicado en http://subiela.blogspot.com