Revista Barriada,
En respuesta a una señora que por medio de la revista pidió información sobre los orígenes del Club Fulgor de Villa Crespo, situado en Loyola y Serrano, y en respuesta a una versión errónea que acabo de leer envío los siguientes datos fidedignos y reales.
El club nació en los altillos de Castillo 694, la casa de mi abuelito, para trasladarse en el año 1933 al actual domicilio donde se halla la sede.
El club es el resultado del impulso de un grupo de pibes, entre ellos Ernesto, Luis y Humberto Guaglianone, y el apoyo comprometido de adultos como don Ernesto Guaglianone padre, don Juan Baggetta, don Cayetano Perrone y don Enrique Mórtola, entre otros. Todos estos apellidos, así como estos antecedentes históricos no suenan rimbombantes, pero pertenecen a la sencilla historia de la fundación. No caben dudas de la visita al club de ciudadanos ilustres y de figuras simbólicas del tango, pero el club se creó por el espíritu propio de la época, surgió del mismo modo que la gran mayoría de los clubes barriales, que brotaban de los sueños de la juventud de los hijos de los inmigrantes en las décadas del 20 al 50. Por respeto a los fundadores y por reivindicación de los hechos auténticos pido -tal vez con poca esperanza- que estas líneas sean publicadas. Los actores principales no han sido FAMOSOS, pero han dejado plasmada la esencia del proyecto de lo que hoy es el club, y es justo reconocerlo. Y podría presentirse que dormitan los fantasmas del tango de los bailes, que se desplegaban en los patios de las instalaciones de los viejos tiempos, para despertarse en la realidad de los bailarines de hoy. Esos bailarines que desconocen que en esos escenarios otra generación lejana, construía el refugio de sus inquietudes juveniles y resguardaba la bohemia de la poesía del empedrado, para transformarse con los años en el reducto familiar donde estos soñadores reunían a todas sus familias para compartir fiestas, tangos y milongas. Estos soñadores, los socios fundadores, fueron partiendo a la eternidad y por eso no pueden gritar que ellos fueron parte de la lírica historia de la Buenos Aires de los clubes de aquellas «barras de la esquina». No pueden gritar ni con la voz física, ni con la voz de los apellidos reconocidos; pero aún pueden reaccionar a través de la memoria del afecto que supieron legar a quienes heredaron el cariño a ese pedacito de Villa Crespo, esos herederos que también dejaron en esas baldosas las huellas de su propia infancia. Por la memoria de mi papá, Ernesto Guaglianone(hijo), de mis tíos Luis y Humberto Guaglianone, de Ernesto Guaglianone (padre), mi abuelo y de aquellos nombres que aún resuenan en mis oídos como el de los Pollola, los Atilio, los Baldach, los Louza, los Colordo, los Epelbaum, los Litvak -la primera comisión con Baggetta como presidente- aunque no sea de interés general, hago conocer esta simple reseña de los principios de un club de barrio, que cobijara la juventud de todos esos pibes que no son evocados a la hora de hablar de la historia del Fulgor. En lo que a mí respecta, estoy convencida que en las paredes de ese espacio la voz de un cantor de barrio que se llamó Ernesto «Coco» Guaglianone todavía sigue latiendo, mientras exista algún memorioso que no deje morir aquella página romántica escrita por aquellos adolescentes: Fulgor de Villa Crespo. Y a pesar de la distancia y del tiempo este nombre significa un pedazo del hogar de mis padres y de mi propia caminata, aunque hoy este muy lejos.
Susana Guaglianone
P.D..Ojalá estas líneas fueran publicadas, solamente por justicia.