Tipo alto, canoso, persiste en su elegancia de porteño apuesto. Pero, la pinta es lo de menos cuando uno se encuentra con un gomía. La tarde otoñal hace juego con el feca cortado en un café del centro. El señor Sol de apoco, como quien no quiere la cosa, cumplida su función, se pianta como buen caballero, dejando en escena a la señorita Luna, para que haga de las suyas. Un ratito cada uno, parecen decirse.
Y ahí estoy con el Pincho sesentón, con dos pocillos y un par de medialunas como excusa para el chamuyo. La parla viene de Boedo, él por nacimiento y raje, yo, por nacimiento y persistencia. Y la cosa empezó por el humo que invade la ciudad debido a la quema de pastizales en el Delta, complicada la mano, pero, excusa para que el quía me tirara que yo jugaba de local por quemero. Él que había vivido ahí nomás del Dante ido, se llevó la cuervería pa’ Lugano. Como de costumbre, los primos revivíamos la rivalidad en la primera ocasión que nos veíamos. Que haríamos uno sin el otro, nos faltaría algo; el clásico más barrial que nos quieren zarpar del domingo por la tarde.
La cuestión, que entre sorbo y sorbo, y algún fichaje a señorita que filetea elegantemente por Florida, el amigo comienza a contar su historia:
Sabés Tito, así me suelen llamar, el jovato se mandó de España. Ojo, no papá, sino Camilo, el abuelo.
Pincho, que no es ningún gil, por lo menos es lo que aparenta, pispió la araca del punto que le prestaba la cuota de oreja fresca, y al toque tiró. Te juro por esta que no te la voy a hacer lunga, y cruzó los dedos sobre la boca, en un ataque de reminisencia infantil.
Don Camilo, por los ochenta del siglo XIX, vivía con su mamá en un pueblito de León, Castilla La Vieja. Tanto el laburo como el morfi brillaban por su ausencia y el que te jedi de diez y ocho años ya estaba en edad de merecer. La jovata, mi bisabuela para el caso, de apellido Carreras, un día se jugó y empezó a escribir una carta al hermano que había hecho “carrera” en Buenos Aires. La misma la terminó a la semana, y en ella le rogaba que ayudara al nene, dándole trabajo. Sin esperar respuesta, embarcó al “castellano”, con un lagrimón de adorno en cada ojo.
Que te parece Tito, al Camilo lo fletaron en tercera para hacer primera en la América. ¿Y vieras donde ancló? Nada más ni nada menos ahí, ves, ahí enfrente, Florida casi Sarmiento, en pleno centro. ¡Qué me Contursi! De una cuasi aldea, a ser acompañante, de la comparsa del 80’.
El tío, recibe al Camilo con los brazos abiertos, brindándole el afecto del padre ante la presencia del hijo. Catrera y morfi a los fondos, laburo al frente. De ahora en más, y muy a pesar suyo, el “castellano”, por bautismo porteño, pasó a ser “el gaita”.
Así, de una te la canto, que el tío Carreras, era camisero fino, profesión que le pasó al sobrino. Te imaginarás Tito, que lo más distinguido de la elite porteña pasaron por “La Castilla”, tal el nombre del comercio. No creas que el laburo era sencillo. Se hacían camisas a medida, con puños y ojales para gemelos de prima, de orín, por supuesto. A pedido, se le bordaba el monograma, a algunos con iniciales y el escudo familiar. ¡Minga de clientela tenía el gallego tío! Te bato y anotá logi para quien laburaba el abuelo; los Peralta Ramos, los Anchorena, los Mitre, los Roca y paro, pues comprenderás que de ahí para ajoba cabía toda la clase dominante de la sociedad porteña. Y no compraban de a una, la mano venía de a media docena con colección de seis colores y fantasías.
Fina tapín la del abuelo, bueno, modestia aparte, todos los Castellano la tenemos, ah, ese es nuestro apellido. Empilche de prima, chaleco bordado y funyi al tono. “Lucís con orgullo tu estampa elegante…” (1) Al tiempo, el gaita fue un porteño más. Supo distinguir con su presencia a las confiterías del centro, “De regios programas tenés a montones, con clase y dinero de todo tendrás…” En realidad era un bacán en potencia “ Paseas por Corrientes, paseas por Florida, te das una vida mejor que un pacha. …”
Pero, en uno de esos días que no se empardan, el destino lo lleva a los arrabales porteños. Que tendrá Boedo que atrae, ¿Será sus calles anchas, arboladas, cargadas de tradición y malevos? ¿Será sus pibas’. Camilo no dudó, aceptó el reto. “Barrio de hacha y tiza, papuso, canyengue,/ande tuvo cuna la nueva emoción,/ande el alma rea sigue usando lengue/y el tango se tuerce como un bandoneón…” (2).
La cuestión que en la excursión a San Juan y Boedo, conoció algo que hasta ese instante creía que nunca le iba a picar ¡enamorarme, jamás! Se engayoló de una hermosa y agraciada napolitana, Ángela Yuro, “la pelirroja”, mi futura abuela. El metejón, que no fue berretín, le vino por partida doble, “la peli” y Boedo, quedando prendado de ambos. El bichito le picó con tutti. Minga Florida, minga Corrientes y sus cabarutes, minga las namis de ocasión. Los ojazos de la piba de rrioba se le aparecían en la cheno del trocen. “Pero yo se que metido vivís “pensando” un querer..” Y el cuore juvenil compartido, no hizo la pausa, se piró al sur, para no penar por el querer.
A todo esto, el tío Carreras tenía planes para Camilo. La agraciada era la hija del gallego Pérez, “el millonario del pan porteño”. Confiterías le sobraban.
¿Comprenderá el Tío? Se planteaba y replanteaba Camilo. Había que encararlo y batirle la justa.
El camisero, que de logi no tenía nada, se la palpitaba. Las actitudes y vestimenta poco apropiada para Florida, deschavaban al Camilo, que de hecho había optado. Tomaba distancia de la estampa pituca de Florida, con su nuevo andar compadrito a lo Barquina, funyi y lengue, en busca del percal de Boedo. No fue un chamuyo de permiso, era decisión tomada, con casorio y todo. La respuesta no se hizo esperar: “Ud. que vive en Florida se aleja para casarse con una chica cuya familia no conoce y se va a vivir a Boedo lugar de pendencieros, quintas y zanjones” Textuales palabras, que don Camilo solía repetir en la mesa familiar como anécdota.
Parece que el abuelo las tenía bien puestas, se tomó el piro de Florida en busca de sus amores, “La Peli” y Boedo. Se casorió, hijos no le faltaron, mi viejo fue uno de ellos.
No obstante, un tiempo más se aguantó al tío y el trabajo en la camisería de Florida. En realidad al buen tipo de don Carreras había que comprenderlo; después de todo se lo había bancado a él, pero él era él y le pagaba con laburo y honestidad. El amor no se negocia.
El tío pasó a ser más trompa, que familiar. Contaba el abuelo, que el yugo era de Lunes a Domingo al mediodía, ‘de acá’ “sábado inglés”. Imaginátelo un domingo de primavera, en la que Buenos Aires parecía decirle “dale gaita, soy toda tuya”. Volviendo del laburo, hace planes de salir a solear con la familia por el rrioba. Al encuentro, le tira a la abuela, “vieja, mientras colás los tallarines me tiro un rato, llamame”. La cama lo espera, se desbrocha el chaleco, boca arriba duerme como el mejor de los humanos reventado de cansancio. “Viejo, los fideos están servidos” Camilo no contesta. Ángela, preocupada, se corre a la habitación y ahí está como un angelito durmiendo en paz. Lo mira y le tira un beso. La mujer y los hijos, almuerzan el domingo de la familia, sin el padre de familia. Camilo despierta, es oscuro, chau, se le piantó el domingo, un lagrimón le cubre la araca. Ese fue el último domingo que el abuelo laburó en Florida para el tío.
Don Carreras, de puro caprichoso, le canta al cochero – “agarrá por San Juan derecho al oeste”. Y así fue nomás, que unas pocas cuadras de cruzar Boedo, llegando a Castro, se topa con una trifulca. Se anoticia que era en la cantina del tano Carmelo, suegro de Camilo, en la que el “Patrón y Soto”, juego habitual por el chupi, había generando la batahola. Efectivamente el “trompa” se había hecho el “soto” zarpando a algunos paisanos con el novi, dejándolos secos. La cana, no se hizo esperar y a la 10º de Senillosa a los puntos llevar. El tío, en busca al sobrino va, pero, la taquera le canta; masculino, negativo. Y se topa con el sobrino que va, pero va por San Juan, y el tío le canta – Ud. se vino de Florida para esto. La respuesta fue al toque – Ud. que se vino de Florida, no ve que ‘Buedo’ es la vida, y Florida, tan solo una invención. Y es que Camilo no iba solo, con la derecha apretaba a la Angelita y con la del cuore, al pibe de sus sueños. Ah, y de pilche con la samica que sabía confeccionar. Gracias tío.
“Boedo, Boedo/la calle de todos/la alegre Florida/del triste arrabal….Y entonces, Boedo papuso canyengue/al ritmo rasposo de un dulce gotan,/verá a una pebeta que agita su lengue/cuando se despide de su gavilan”
Mozo, cóbrese los fecas. Dejá Pincho, yo garpo. Y viva el amor y el ‘Buedo’ de la realidad que derramó José González Castillo con César y su Grupo en un Tiempo de “gloria” en la Biarriz de la Pacha Camac. Chau, fantasiosa Florida, que fuiste puro Grupo y sin Peña”
Señor, ¿y las medialunas?, – patalea el zomo. Que las banque al abuelo, – patalea Rodolfo (Pincho) Camilo Castellano, el nieto. Y el mozo, que de gil no tenía nada, bate – “manyen a éstos, en el 2008, todavía discuten si Boedo o Florida”
(1) “Pero Yo Se”, letra y música. Azucena Maizani. (2) “Florida de Arrabal”. Letra: D. Linyera. Música: R. Brignolo.
Letra: Azucena Maizani
Música: Azucena Maizani.
Llegando la noche
recién te levantas
y sales ufano
a buscar un beguen.
Lucís con orgullo
tu estampa elegante
sentado muy muelle
en tu regia baque.
Paseas por Corrientes,
paseas por Florida,
te das una vida
mejor que un pacha.
De regios programas
tenes a montones,
con clase y dinero
de todo tendrás.
Pero yo se que metido
vivís pensando unquerer,
que queres hallar olvido
cambiando tanta mujer.
Yo se que en las madrugadas
cuando las farras dejas
sentís el pecho oprimido
por un recuerdo querido
y te pones a llorar.
Con tanta aventura,
con toda tu andanza,
llevaste tu vida
tan solo al placer.
Con todo el dinero
que siempre has tenido,
todos tus caprichos
lograste vencer.
Pensar que ese brillo
que fácil ostentas
no sabe la gente
que es un puro disfraz.
Tu orgullo de necio
muy bien los engaña,
no quieres que nadie
lo sepa jamás.
Al regreso de las tareas pasaban por La Colorada y jugaban ´a la pasadera´ que era más o menos como el viejo juego de origen itálico que se llama Patrón y Soto. El juego consistía en que quien ganaba decidía lo que debían hacer los demás. Había 15 en la mesa, llegaban 15 cervezas. Entonces el tipo disponía quien debía tomar y quien no. A veces se repartía más o menos equitativamente, pero otras veces eran dos o tres los que bebían y los demás… secos. Otra vez uno solo estaba destinado a mandarse las quince botellas. y en los dos extremos: ´Se armaba cada trifulca – recuerda Miguel [Guazelli] -y los tipos que no eran convidados le decían al patrón de la baraja: “¿Y a mí…? ¿Qué te creés que soy yo, una basura…?”´