Ricardo Lopa: Un indio en bicicleta

En los cincuenta, los pibes porteños; además de pelotita de goma en adoquinado como cancha, y árboles en diagonal como arcos, nos mandábamos a la bici. Los reyes magos, siempre solícitos, cada tanto nos arrimaba una.
Ricardito no fue la excepción. Primero, rodado 16, vea de muy pebete, hágase el bocho de los 6 años para adelante. La de 22, a los 10 u 11, con la cual tirábamos casi hasta los ‘largos’. El nene, a los 14; si no fuera por los vellos, tiraba un poco más. Por fin llegaba la consagración la 28. Había opciones; don Pedro y Cicarella. El primero, morador de Castro, retacón calvo morrudo y rutero dominguero. Callado el hombre, de profesión ‘bicicletero’, gauchito para cualquier arreglo. En cambio Cica, con negocio sobre Pavón ahí nomás de Castro, era primero vendedor, luego otras yerbas. Por esta razón, supongo, es que los viejos siempre le compraron la bici del nene.
Bueno ya tenés el instrumento, usalo. Dardo, nuestro vecino, “chicos, ¡ qué tal si nos largamos a la costanera ! Ayer fue nomás. Domingo tipo 11 hs, no vaya cuestión de madrugar, el ‘mayor’, con su inglesa de la guerra, y los tres nenes. Dardito, Coqui y Ricardito. Para los bepis era toda una aventura.
A esta altura, Ud. preguntará ¿y el indio, cuándo aparece?. No se apresure, ya viene maloneando. Y repregunta ¿ tanta bici, y ningún campeón ? ¡ Como de los potreros salieron muchos y muy buenos futbolistas, supuestamente, del adoquinado de Boedo también debió haber salido un gran ciclista !
Sabe viejo, dio en la tecla. Boedo, tuvo su campeón. Claro que no fue Ricardito. Ojo que andaba, pero, de entrecasa. Medio atropellado había sido el nene. Cierta vez, en rauda entrada por Castro Barros al llegar a Pavón, a un fulano, mejor no le cuento. Bueno, sí, ahí va, el tipo no tuvo mejor ocurrencia que asomar a la calle primero la escalera y después pispiar. Vieran a la bicicleta continuar su recorrido hasta la esquina, pero sin el nene, que fue desmontado, como le hubiera sucedido al intrépido gauchito que faroleó con el llobaca más jodido. Sepa, que para la ocasión, Ricardito tenía ocho años.

Le hablé que el sumun era llegar a la de rodado 28 y si de carrera con tubos, tenía cambios, punteras y botellita adjunta para refrescarse, mejor. Bueno la de Ricardito, si bien era 28, decían para conformarme que era de media carrera, minga de tubos, no tenía cambios, ni punteras, ni menos botellita. Pero algo especial la galardonaba: el armado era fruto de Carlos Alberto Vázquez (‘El Indio’) que se la había dado a Cica, en concesión, para la venta. Don Antonio, en un reyes la cachó, “esta es para el nene” y puso. Doña Elsa, la ocultó hasta el ansiado día y la cedió no antes de la madrugada del 6 de enero en los nacientes sesenta del siglo XX. ¡Qué máquina!, chamullaban los pibes del barrio.
Carlitos, vivía en Tarija, entre Castro y Castro Barros, sabe, ahí nomás de la panadería de doña Josefa y del dulce de leche suelto. Era tan veloz en bicicleta, como un ‘indio’ a caballo, inalcanzable. Por supuesto, en el barrio era el tipo a imitar. En algunas cosas imposible, en la pinta estampada en la bicicleta, con sus casi 1,90 mts de altura, bueno, por lo menos así lo veía el nene. Cuando se aproximaba, al pasar dejaba huella, era un tractor humano montado a la bici. Su sola presencia merecía respeto.
Primeros las hazañas en el barrio. Por si no lo sabe, antes se organizaban carreras por las cuadras. Recuerdo las de la calle Inclán y Castro. Carlos, siempre al frente.
La barra decidió ir a alentar al Indio donde fuere. “Boedo Presente”, rezaba la bandera, que con mucho esfuerzo, colecta de por medio, estuvo presente donde el ídolo compitiere.
Se acuerda del antiguo circuito K.D.T., Palermo, creo que tuvo una racha de cinco carreras consecutivas ganadas. “El Gráfico “ lo atestigua. La memoria es falible, si le interesa, confírmelo.
Sabe, al tiempo apareció por el rrioba, un muchacho que venía, creo, de los pagos de La Plata. Estampa y ganador como el nuestro, el Indio lo cobijó. Duilio Biganzoli se supo hacer querer.
Recuerdo, volviendo a Carlitos, que la barra fue, cierta vez, al mencionado circuito de Palermo, a ver la llegada de una “doble”. Expectativa, aparece ganador el Indio cómodo y echándose agua, así cruzó la llegada. Abrazos. Al rato largo, no acordamos del segundo ¿quién entró?, por ahora nadie, fue la respuesta. Habían pasado diez minutos. Continuamos festejando. Las malas lenguas dicen que arribó, pero ya la barra estaba en Boedo.
Le cuento, que por varias temporadas la muchachada también se trasladó al Luna Park. Si, el nuestro, corría los seis días en bicicleta. El compañero, Antonio Alexandre. ¡Qué dupla!. Supo venir el italiano, campeón del mundo, Fausto Coppi, que hizo pareja con el subcampeón mundial, el argentino Jorge Batiz. Vázquez-Alexandre, puntearon durante varios días. Todos sabíamos, parola de los mayores, que los campeones mundiales cuando salen de su país en exhibición, como la del Luna, no pierden, y lógicamente así sucedió.
Me pregunta ¿cómo continuó la trayectoria del Indio?. Después de un paso triunfal por Europa, fue campeón panamericano, que no es poco. Ah, el año, se lo debo.
¿La Barra de Boedo? Agradecida. Tenía que llamarse Carlos nomás, nuestro Gardel en bicicleta.
Le cuento, antes y después de la gran trayectoria, el Indio, cada tanto, se venía con la muchachada a la esquina, la que supo ser la mimbrería de Dardo ‘el mayor’, a chamullar. ¡Qué tal! El que es grande, lo es en toda ocasión, no pierde la humildad. Al tiempo de tener la bici, me llama “Ricardito, la armé yo” “qué tal”. Le digo, se me cayeron los broches del pantalón de la emoción. “de diez, Carlos, un maquinón”. A partir de ahí, me sentía de 1,90 mts de altura. Era Gardelito.

Recuerdo, que cuando dejó el ciclismo competitivo, se casó con una agraciada rubia, tan alta y delgada como él, se compró un Ford T, que hacía maravillas, ni la vereda se salvaba; a los ídolos se le perdonan algunas locuras, por eso son grandes, se puso una fábrica de infladores y se rajó para Ciudad Evita, donde le perdí el rastro.

Bueno, esta es la historia de un Indio, que supo andar en bici por las calles de Boedo, que era tan excelente en corridas, que ni rastro dejó.

Ricardo Lopa
Boedo, febrero de 2007