Cuando pibe, se tienen sensaciones imperecederas. Persisten, como el amor al ser amado. Tal el caso, el frío de los inviernos de los cincuenta entrando en los sesenta. Y ahora, que estoy en los sesenta, hay sensaciones que retornan, con la sensación, que nunca piantaron, ahí están, simplemente esperando que les quite el polvo del tiempo, pero, nunca del olvido.
Pareciera, que las heladas eran más frías, y los fríos más helados. Ganas de continuar el apoliyo. chamuya que los pibes duermen más, y los jovatos menos. Lo primero lo asevero, de lo segundo, tan solo por ahora, no hay confirmación, pero con ganas de no arrimar, y, ratificar, las ganas de seguir de raje en la catrera.
El atorro en el rrioba tenía límite. Un antes y un después del “pito de Gerli”. Efectivamente, no puedo especificar el horario, pero temprano, muy de madrugada, el corte del sueño diario, lo daba el sonido estridente de la fábrica de la otra cuadra, llamando al laburo a los laburantes. Uno, tenía opciones, imaginarse a los puntos con el paquetito del morfi hecho por la patrona, bajo el brazo, solapa levantada y, quizás, con un cubre cabeza, que en el mejor de los casos, podría ser un funyi. También por su mente, pasaban las fabriqueras, señoras, para la edad del pensante; mujeres bien, de casas bien, que iban a ganarse el mango, bien.
Tiré, eso de las opciones, una era recorrer la casa chorizo, hacer pipí, y enfilar a la catrera, taparse hasta la sabiola, y continuar el atorro. Otra, era, directamente, escuchar el pito, y sin culpa, continuar durmiendo, cubriéndose más que antes.
No conozco mucho la historia de la textil Cayetano Gerli, pero era un antes y después de su presencia. Cruzando Gerli, o antes, era la referencia. Lástima el movimiento de la camionada lanar, pues su frente amplio con un solo portón por Tarija, tirando para Colombres, y una puerta pequeña, tipo oficina, buscando Castro Barros, era la cuadra apetecible para los picados con la pulpo. Claro, la “caminonada”, era laburo, pero uno cuando es pibe, piensa como tal. Pero, de cualquier manera, aseguro que, con todas las dificultades imaginables, a la que se agregaba, el cana suelto o reforzado por el “autito”, grone por ese entonces, la pelotita rodaba igual.
Cuadra ideal para la futbolera, pues imaginar una cuadra con un ala sin vecinos, era una delicia que no se podía dejar pasar, sobremanera, sábados por la tarde y domingos después de la cancha. Claro que en invierno, las sombras llegaban rápido, y el tiempo escaso. La luz mortecina de la lamparita de mitad de cuadra no alcanzaba, por lo menos, para jugar con la de “pulpo”, años venideros, ya mocitos, en otros menesteres, se le agradecerá su poca presencia. Ah, los vecinos del ala que fichaba a Gerli, de cabrón por arrebatarle la siesta, previa, al disfrute de la joda del sábado. Jodata “pesada”, algo de milonga y mucho de cine y pizza con fainá.
Si bien, la cuadra era posta para la futbolera, adolecía de algo fundamental: los arcos. De la vereda de don Cayetano, no había árboles, impensable en Buenos Aires, sobre toda la del cincuenta y sesenta. Bueno, no estaban, la cosa, era que faltaban los árboles que hicieran de arcos. El partido se hacía lungo, pues por ahí, llegando a Castro Barros, en la puerta pequeña en busca de las oficinas, había un paraíso, pero la diagonal del otro arco había que buscarlo casi a la llegada a Colombres. Que va a ser, lo ideal no existe.
La falta de árboles en la cuadra futbolera, cuasi total de una vereda, y escasa de la otra, originaba otras consecuencias, a algunos vecinos. Tal el caso de don Antonio, que cuando rumbeaba para Boedo, obviaba en invierno la cuadra mencionada. En realidad, para los de Boedo, la cosa empezaba en Cochabamba y terminaba en Independencia, lo demás eran dependencias de lo principal. La cuestión, que don Antonio, tomaba Tarija, esquivaba Gerli, doblando por Castro Barros, su ruta. El motivo, que la cuadra de don Cayetano era muy ventosa por la falta de árboles. Uno, muy pequeño, lo escuchaba al Viejo asombrado, ahora, mayor, lo comprende, no concibe cuadra sin árboles y si las hay, la esquiva en invierno, pues el viento frío se hace sentir.
Bueno, continuando con la textil fábrica, era el paso cuasi obligado, salvo, papá Antonio, para ir a tomar el tranguay, de parada en la plazoleta de Boedo y Constitución, “la barranquita”. Los altos de Boedo, desde donde Homero describía a nuestro Sur. Ido el poeta, también la parada, que se trasladó a la plazoleta, de Tarija. Ahora sí, Gerli era el paso obligado, ida y vuelta. Esta última, tenía su ventaja nocturna para don Antonio. Viérase la paradoja, la falta de árboles, la tornaba más segura, dado que se podía fichar el panorama. Al cruzar Castro Barros, la cosa se complicaba, el jovato, aconsejaba caminar por la “yeca” por seguridad, dado, que el rrocho podía aparecer y desaparecer fugazmente, protegido por la arboleda. Al día de hoy, todavía, y con más razón, me mando por la calle.
Y el pito de Gerli, continuó llamando al laburo. Y uno, fue, inevitablemente, creciendo y apoliyando menos, vio, por eso de las obligaciones, no por falta de ganas.
Por ahí recuerdo, que en época de lluvias y tormentas, a los pibes, siempre nos conmovieron los rayos venidos del más allá. Pero, si el más allá nos traía preocupación y pagura, Gerli nos tranquilizaba. Los papis batían, “tranquilo no pasa nada la Gerli tiene pararayos, nosotros a una cuadra, estamos protegidos”, o algo parecido. La cuestión que don Cayetano obraba de protección familiar, y, por sobremanera, de menores. ¡ Qué me Contursi ! Al día de hoy, no en los sesenta, pero, sin con los sesenta, le bato a mis pibas en días de alerta meteorológico, como se dice ahora, “no pasa nada, está Gerli”.
Y el pito de Gerli, continuó llamando al laburo. Y uno, fue, inevitablemente, creciendo y apoliyando menos, con más obligaciones, pero, con ganas de continuar el atorro.
Y la primaria, se dio por la tarde en la Intendente Alvear, de la calle Constitución, ahí nomás, unas tres cuadras y un cachito. Y el “pito”, fue un simple recordatorio laburante, no escolar.
Pero la Gerli, siempre presente, aun en las fuleras. Cierto mediodía, “en la de Constitución”, ¿será? Efectivamente, era don Antonio. ¿Qué sapa? Cambiar la prueba de Torrasa de quinto, por un problema familiar, no era negocio. Para agrandarla, el jovato venía de empilche, como novio de prima en presentación a la parentela. A la lejanía se escuchaban como petardos, bueno, para las fiestas navideñas falta un montón, medio año para ir al negocio de Américo, San Juan y Quintino Bocayuba, a provisionarme. Los supuestos cuetes, pasaron a ser, supuestas bombas de estruendo. La cosa se complica, o se aclara, cuando varios padres adhieren al de uno. ¿habrá reunión? No, para el caso vendría doña Elsa. En realidad, el viejo aparecía en las complicadas. Conclusión, la situación no era de joda. Ahí esta, el bepi de 11, peinado al gopo, ojos grandes, y oídos prestos, y la sensación que el mundo se viene abajo. Y el portero, que me nombra, junto a unos cuantos compañeros, pues no retirábamos.
En la calle, los ruidos se acrecientan, a los que se suman aviones que hacen la pasadita a baja altura. No costaba mucho deducir, por la araca de papá y otros mayores, que la situación no daba para el festejo. La tragedia había entrado en nuestro país, y de pura mal educada no había pedido permiso. La prepotente había ingresado a los tiros y bombazos.
Llegado a casa, el raje a lo de Coqui, el amiguito, pues, de su terraza, esquina Castro y Tarija, podíamos pispiar el entuerto.
En el medio del intento, se escucha el “pito de Gerli”, esta vez, precisamente, no llamando a laburar, ni mucho menos a festejar.
Ya en las alturas vecinas, lo primero que se observa es la fábrica como un gran paredón, y después, ma’ que entuerto, la masacre. Los aviones de la armada argentina, parecen que hubieran elegido a don Cayetano, para el giro en su vuelta a bombardear la Plaza de Mayo. Toda una tarde, meta Gerli, fichaje obligado al este castigado, y meta aviones con aviadores y civiles argentinos que matan a argentinos que de rutina andaban por el trocen.
La retina de un nene, no la borra el tiempo, están Gerli, los aviones y el desastre. Era el 16 de junio de 1955.
Y el “pito de Gerli”, continuó llamando al laburo. Y uno, fue, inevitablemente, creciendo y apoliyando menos, con más obligaciones, pero, persistiendo las ganas de continuar en la catrera.
En el setenta y tres, la siempre presente fábrica, fue testigo de la vuelta de la democracia. Presidente de mesa en el comicio, orgullo de madre y sacrificio del hijo boga. Y no fue una vez, sino tres. Cuarenta y nueve días duró el triunfante, luego, un interregno por renuncia de la fórmula, nuevas elecciones, y, para hacerla completita, elección de senador por la Capital Federal. El orgullo de madre, por su nene abogado presidente de mesa, se acrecienta, al igual que el cansancio del que te jedi. Es más, en otra vuelta a la democracia, pues los argentinos tuvimos muchas, y esperando que sea la definitiva, el abogado, con más experiencia, ya casoriado y con dos hijas, es convocado nuevamente, en la infaltable Gerli, y ahí sí, por última vez. ¿Será?
Y el pito de Gerli, ya no continuó llamando al laburo. Y uno, fue, inevitablemente, creciendo y apoliyando menos, con más obligaciones, pero, de atorro pendiente.
Ya la Argentina es otra, estamos en los noventa, la industria nacional se muere. El uno a uno, motiva a muchos, no todos, a surtirse del exterior. De la epidemia de lo importado, quedó engranpada nuestra querida fábrica.
Pero, si embargo, aun cerrada, al día de hoy, se mantiene orgullosa, ostentando su estampa elegante. Quizás, esperando la vuelta a la actividad. Como premonición, y génesis del relato, un día de esos que no se empardan, de pasalacua, observo en su fachada “Pidamos lo imposible”, pucha, me pregunté ¿el mayo francés en Boedo? Desgastado, pero no imposible, que el “pito de Gerli” vuelva a despertar al rrioba.
Ricardo Lopa – Boedo – 26 de noviembre de 2008