Recuerdo el caminar las cuatro cuadras que me llevaban hasta la escuela O’Higgins, al lado de la confitería Alvaro; los clásicos que se emitían por Canal 7 por la pequeña pantalla de plata del Philips holandés, el primer televisor del barrio en mi propia casa, con los vecinos gritando por uno o por otro; la plaza Paso de la calle Moldes, con mi tío Negrito y mi prima Silvia; el olor de las sandías de la estación de tren en verano; el magnífico pitido del tren al ir a dormir, cuidándonos en las noches, diciendo que el barrio está presente, que el barrio nos cuida; la maravillosa escuela de la Calle Conde, semillero de los mejores.
Mi mamá regando los rosales y los limoneros del jardín. El cine teatro Argos, monumento cultural donde debutó Nelly Omar, donde nos emocionamos con La Familia Trapp. El cine Alvarez Thomas y su programa continuado para los pibes de la escuela de Conde, con un bono, para pasarse toda la tarde de un sabado lluvioso con las de «comboys» y las cómicas. Mi amiguito Matías, cuando el nombre no era popular. La pandilla de la cuadra, atorrantes malandrines con sus hondas y pistolas de aire comprimido; el éxito del Rock Around the Clock, del hula-hula y de Paul Anka. Mi padre, el médico del barrio, suturando la herida que con un piedrazo Huguito Ortiz le infligió al rebelde de Horacito; las orejas emparchadas del vecino Bochita, el hijo del comisario, el Carlitos, más alto y más morocho que su hermano Bochita.
Mi hermano Jorge, compañero de todos los juegos, desde el Duravit al Cerebro Magico de la calle Zapiola. La llegada de mis hermanos mellizos y el festejo. Las rubias nenas suizas de la familia Genser del molino harinero. La escuela de Virrey Loreto, donde acompañé a mi mamá a votar. La fiambrería judeoalemana Edo, con excelentes fiambres y pepinos. Danubio y su Selva Negra, ya adentrada en Belgrano. La casa del Dr Baudini, el mejor amigo de mi padre, con su madre italiana amasando los fideos. La casa de Osvaldo Pugliese, ya por Ortúzar. El puente de la estación y el bar de la esquina. El 163, pasando por Federico Lacroze hacia Flores Norte. Los trolebuses de El Cano, con sus cables orillando las copas arboladas. Las maderitas de la Federico Lacroze donde se enterraban las vías del tranvía. Los paseos familiares con el Ford 39 hacia Belgrano R, las casas de los Alsogaray y de los quintillizos Diligenti.
Y más tarde, por esas no coincidencias de la vida, mi lectura de Juvenilia, libro patrón del barrio; mi primer beso a la hermosa y suave Nora en Chalom aquél sábado de timidez y rubor; mi despedida de Ani en la mismísima estación, con su rubio cabello al viento hacia Ballester; y el reencuentro con mi música y mi milonga en el Centro Montañés.
Salud, barrio querido, mi viejo barrio, Colegiales.
Raul Mandler, MD
www.raulmandler.com
(Aclaración: el autor de este recuerdo tuvo un problema con su computadora y, creyendo que había perdido este email, lo reescribió y lo volvió a mandar. Pero al recibirlos nos dimos cuenta de que ambos mensajes son complementarios, si bien algunos momentos se repiten, otros no lo hacen, por lo cual esta editora decidió conservar ambos).