Palacio de Aguas Corrientes

Palacio de Aguas CorrientesAv. Córdoba 1950, Balvanera – Declarado Monumento Histórico Nacional en 1987

La historia del palacio de aguas se relaciona con las necesidades de una ciudad que hacia 1871 presentaba  un estado sanitario muy precario, aquejada por epidemias de cólera y fiebre amarilla, y sin un sistema de aguas corrientes, cloacas y desagues pluviales, acorde al crecimiento que venía experimentando.

Si bien en 1869 se había inaugurado en el barrio de Recoleta una pequeña planta de filtrado que abastecía con su red a un reducido sector de la ciudad, todavía la mayor parte de la población dependía del agua que recogían del río los aguateros y de los aljibes, y el flagelo de las enfermedades no se había atenuado.

A fin de buscar una solución a este grave problema, el gobierno decide contratar al ingeniero hidráulico inglés John Frederick La Trobe Bateman la realización de un plan sanitario para Buenos Aires, que comprendiera la provisión de agua, los desagües cloacales y pluviales.

Los diseños del Gran Depósito comenzaron hacia 1871. Originariamente, se pensó en un tanque para una población de 200.000 habitantes, a razón de 181 litros diarios por persona,
que estuviera ubicado a no menos de 72 pies sobre el nivel del Río de la Plata. Las variaciones del proyecto fueron innumerables, aprobándose finalmente en 1886, e iniciándose la construcción al año siguiente.

El Gobierno había expresado con claridad desde un inicio a los proyectistas su idea sobre el aspecto que debía tener el gran depósito, pues se iba a emplazar en una zona muy elegante
de la ciudad y, más que una construcción utilitaria, deseaba levantar un monumento a la higiene pública. Una voluntad grandilocuente que el estudio del ingeniero inglés John F. Bateman cumplió con creces. Para definir el aspecto exterior recurrió a una envolvente polícroma de alto impacto ornamental: más de 300.000 piezas de cerámica -esmaltadas y sin esmaltar- provenientes de la firma Royal Doulton & Cía. de Londres y la Burmantofts Company de Leeds. Además, ambas fábricas acordaron ejecutar piezas especiales con los escudos de las catorce provincias, el de la Nación y el de la Capital Federal. Estos se sumaron a las 170.000 piezas cerámicas y a los 130.000 ladrillos  esmaltados necesarios para la ornamentación exterior.

En 1891 continuaban llegando, por barco, cajones con molduras de terracota, las que eran colocadas sobre el frente a manera de piezas premoldeadas con su ubicación perfectamente definida en planos y con un número en su parte posterior que indicaba la posición relativa sobre los ladrillos de cada fachada, debidamente preparados para recibirlas. Esta suerte de modelo para armar de alta precisión es el que permitió adherir cornisas, ornamentos, escudos, endentados sólidamente entre sí y con los mampuestos de muros, con lo que se logró una magnífica estabilidad a través del tiempo.

Aún hoy, el recubrimiento no ha perdido su atractivo visual ni el impacto que producen los
contrastes entre piezas de colores vivos y Cariátide de hierro fundido. otras de tonos pálidos. La tonalidad terracota de planta baja se realza con el ocre de los sectores que sobresalen
de la fachada (pilastras); contrastando con la apariencia de los paños horizontales de color celeste verdoso.

Al variado contraste de piezas decorativas, se sumaron ocho cariátides de hierro fundido ubicadas en las jambas de las ventanas de los cuerpos centrales en las cuatro fachadas, proporcionadas por la firma W. Macfarrlane & Co. de Glasglow.

Por dentro, la realidad era bien distinta: una estructura de hierro de 180 columnas y tres pisos, con 12 tanques capaces de contener 72.700.000 litros de agua, fabricada por un conjunto de fundiciones belgas; la principal Marcinelle y Coulliet, a la que estaban asociadas la Sociedad Anónima Sclessin de Lieja y la firma del Sr. Augusto Lecoq, de Hal. Los tanques del último nivel se encuentran tras la mansarda, mientras que los del primer piso fueron desmantelados en 1915, al crearse otro gran depósito en Caballito.

El proyecto general del depósito fue del estudio del ingeniero inglés John F. Bateman, y el diseño arquitectónico exterior a cargo de un integrante de su oficina en Buenos Aires, el arquitecto noruego Olaf Boye. La dirección de las obras fue realizada por el ingeniero sueco Carlos Nystromer; mientras que en la construcción intervinieron las empresas de Antonio Devoto y de Rocchi & Cía.

El edificio posee una planta cuadrada de aproximadamente 90 metros de lado, con esquineros exentos de sus cuatro ángulos y balcones que jerarquizan los accesos en la  parte central de cada fachada. Rodeado por jardines y la habitual reja de hierro fundido, cuenta con un patio central -también cuadrado- de 17 metros de lado, que sirve de iluminación y ventilación a los distintos niveles. En la parte inferior de este patio las aberturas poseen grandes vitrales ornamentados con el Escudo Nacional y la sigla de la institución “Obras Sanitarias de la Nación”.

En el bondadoso espacio libre entre el nivel de planta baja y el fondo de los tanques del primer piso, originalmente se pensó instalar “baños de natación”, idea que luego fue abandonada. Funcionaron en ese lugar una fábrica de baldosas y diversos servicios de mantenimiento de redes de agua y cloaca, hasta que a fines de la década del ‘20 se instalaron las actuales oficinas.

La construcción del edificio comenzó en 1887 y las obras se prolongaron hasta 1894, año en que fue inaugurado; al mismo tiempo que nacía otro símbolo de aquella ciudad cosmopolita que deseaba “vivir a la europea”: la Avenida de Mayo.

Esta ecléctica obra, emparentada formalmente con la arquitectura francesa del Segundo Imperio y ciertos modelos centroeuropeos como el Palacio de Justicia de Amberes, es un testimonio excluyente del mundo del arte y de la técnica, y está considerado como una de las máximas creaciones de la industria de fundición europea del siglo XIX fuera de Europa.

Fuente: Folleto institucional de AYSA.

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