Hola, mis queridos nostálgicos villaortucenses:
¿Se acuerdan de los bailes de carnaval que se hacían en la calle Tronador, entre Guevara y Fraga?
Se realizaban a fines de la década del 50 y principios del 60. Esa cuadra estaba ocupada de una mano por los vecinos, y del otro lado por una empresa llamada «La Papelera». Para esas fechas, la papelera donaba desinteresadamente la electricidad por medio de un cable que salía por una ventana de la misma, y los audaces tecnólogos de la época conectaban desde ahí el tocadiscos (creo que todavía ni había aparecido el Wincofon) y los parlantes que algún vecino había prestado generosamente, más las lamparitas de colores y las guirnaldas de papel barrilete, que iban de vereda a vereda, demarcando alegremente la pista de baile, que era sencillamente el medio de la calle. Cuando llegaba la hora, aparecían en la cuadra de los vecinos sillas, sillones y banquitos donde se sentaba ellos, más amigos y parientes para disfrutar del baile. Yo tenía a la otra cuadra una tía de mi mamá, y un día, cuando estaba por cumplir los 14 años, ella nos invitó a presenciarlos. Esa noche, a la hora convenida, me puse mi mejor y único vestido, y caminé junto a mi madre las tres cuadras que separaban mi casa de el lugar de reunión. La tía nos había conseguido un lugar de privilegio, lejos del humo de los choripanes. Estábamos muy entusiasmadas mirando bailar a las parejas, casi todas conocidas, porque eso era como estar en el casamiento de la prima, nos conocíamos casi todos. De repente me doy cuenta que un muchachito se acercaba ¡para sacarme a bailar! Aterrorizada, y pidiendo socorro la miré a mi mamá, y con su mirada ella me ordenó: salí a bailar. Nunca en la vida me temblaron tanto las piernas; creo que si en ese momento se hubiera detenido la música se hubiera escuchado el ruido que hacían al chocarse.
Después del clásico ¿Como te llamás? yo dije «no se bailar» y este caballero andante de aquella época me contestó: «a bailar se aprende bailando» y luego de dos o tres pasos me explicó » no te mires los pies, no importa lo que pase, siempre derecha y al frente». A partir de ese momento, y durante las ocho noches que duró ese carnaval, donde casi obligué a mi mamá a acompañarme, bailé al ritmo de Ray Coniff, el trío Los Panchos, los cinco latinos y otros y hasta las últimas dos noche aprendí a bailar tango y milonga al ritmo de los conjuntos de aquellas épocas. No recuerdo el nombre ni el rostro de aquel muchacho, pero sus palabras fueron un paralelo para la vida: A vivir se aprende viviendo, y hay que ir siempre derecha y erguida para enfrentarla. Bueno, esto ya se está poniendo muy largo, deseo de corazón que alguno de ustedes hayan compartido este recuerdo de un tiempo hermoso y que desgraciadamente ya se fue.
Norma Casalnuovo [email protected]