El Museo de la Ciudad, dependiente de la Dirección General de Patrimonio, Casco Histórico y Museos de la Ciudad de Buenos Aires, invita a la inauguración de Azulejos franceses en suelo porteño el día jueves 12 de octubre a las 19 horas en la sede del Museo Sala PB Exposiciones Temporarias, ubicada en Defensa 223. La entrada es libre y gratuita. La exposición podrá visitarse todos los días de 11 a 18 horas hasta el domingo 26 de noviembre.
Buenos Aires, a diferencia de las capitales de los entonces ricos virreinatos de México y del Perú, no conoció mayores elementos decorativos en su arquitectura hasta comienzos del siglo XIX.
Hasta entonces los mayores lujos que sus vecinos podían permitirse para embellecer sus casas se reducían a los techados de tejas, algún modesto coronamiento, alguna pesada pilastra, puertas pintadas de verde y rejas con sencillas eses por todo trabajo artístico.
Pero los primeros años de ese siglo, con sus ideales de libertad, trajeron aires de remozamiento y un cierto eclecticismo romántico, que fueron ganando lugar en el estilo de las construcciones y en la decoración de los edificios.
Aparecieron cancelas de hierro de origen sevillano, en los patios se reemplazó el empedrado por el ajedrezado en mármol blanco y negro y tanto en la arquitectura civil como en la religiosa, aparecieron elementos decorativos hasta entonces raramente usados, entre ellos, el azulejo.
Los primeros – y escasos – azulejos utilizados en la ciudad, fueron de origen español (catalanes, valencianos y sevillanos) y napolitano, pero en la medida que creció el rechazo por aquello que evocara los tiempos de la colonia y se acentuó el gusto por lo francés, la preferencia en materia de azulejos se orientó a los fabricados en ese país, en particular hacia los producidos en la pequeña villa de Desvres, en el Departamento de Pas-de-Calais.
A diferencia de los azulejos españoles y napolitanos, los azulejos franceses – también llamados «azulejos stanniferos» por su fondo hecho a base de óxido de estaño – no estaban pintados a mano sino decorados con el método de plantilla calada y al resultar más económicos su uso comenzó a popularizarse a partir de mediados del 800, no solo en Buenos Aires, sino también en muchas ciudades del interior.
Y si bien su aplicación no alcanzó a la difusión que tuvo en viviendas particulares en Montevideo y otras ciudades de Uruguay, si fue muy utilizado para la decoración de cúpulas y cupulines de templos religiosos, como todavía puede apreciarse en la Catedral Metropolitana y en las iglesias de Montserrat, de la Concepción y de San Miguel, entre otras.
El azulejo de Pas-de-Calais tenía tres características distintivas: su fondo era generalmente de un color blanco lechoso, los colores predominantes de los motivos eran azul o morado y los dibujos estaban compuestos por líneas entrecortadas, puntos o pequeños dibujos.
La primera característica devenía del color que tomaba el óxido de estaño, luego de la primera cocción de la pieza. La misma se producía con arcilla – de la que la región de Pas-de-Calais contaba en cantidad y calidad – que se amasaba hasta hacer una pasta o «bizcocho», la que prensada y cortada a la medida correspondiente, era emulsionada con óxido de estaño disuelto en agua.
Se usaban principalmente el azul y el morado (producidos por óxido de cobalto y óxido de manganeso, respectivamente), por cuestiones de moda y económicas. Las piezas de la región de Pas-de-Calais seguían las tendencias de la industria ceramista holandesa, en la que en la época predominaban los motivos azules, violetas y morados y como cada emulsión de color debía hornearse para fijarse (grandfeu o petitfeu, si se hacía simultáneamente o para cada uno por separado), en general la coloración quedaba restringida a esos dos colores.
El estilo «puntillista» que caracterizaba a los azulejos de este origen, estaba dado – por su lado – por la técnica de pochoir utilizada para su fabricación, la que consistía en aplicar sobre la pieza una plantilla calada (o «trepa») de madera o metal, sobre la que se extendían los óxidos disueltos en agua. En tanto la plantilla solo permitía el paso de la emulsión en porciones discontinuas de superficie, los motivos se componían por la sucesión de trazoso pequeñas figuras que quedaban coloreadas tras el horneado.
Con el advenimiento del siglo XX llegó a Buenos Aires la revolución decorativa del Art Nouveau, los gustos en materia de decoración cambiaron y comenzaron a usarse azulejos ingleses, alemanes y españoles, con preeminencia de motivos basados en estilizaciones vegetales y mayor variedad de colores, pero aunque estos ganaron su lugar en zaguanes, patios y cocinas, los de Pas-de-Calais aún se lucen en los altos de muchos templos de la ciudad.
Sergio Borelli
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