LAS ÚLTIMAS GLICINAS Historia novelada ambientada en el barrio de Barracas por Vigía

Octavio Vilanova es un habitante más del barrio de Barracas; natural de la ciudad de Gualeguaychú, localidad situada en la provincia de Entre Ríos, a la vera del Río Uruguay y frente a la población uruguaya de Fray Bentos en la opuesta orilla del mismo río.

por Vigía
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Comenzó los estudios primarios en la escuela N° 1 situada a solo dos cuadras de su domicilio; luego de aprobar los seis grados, ingresó en el nivel secundario para cursar el bachillerato, logrando aprobar los dos primeros años, no obstante antes de continuar con el siguiente,  arribó a la personal conclusión de que no era esa su vocación, por esta razón y contando con la aprobación de sus padres, se inscribió en la escuela de educación técnica, con el objetivo de cursar el ciclo básico de enseñanza.
 
Los dos años de estudios secundarios además de prepararlo intelectualmente, lo dotaron de la experiencia necesaria para incorporarse con mayores posibilidades de éxito en un ámbito donde el acceso al conocimiento se ve favorecido cuando se tiene una preparación previa.
 
Tres años más fueron necesarios para aprobar el ciclo básico que lo habilitaba para continuar con los estudios en un nivel superior. El único impedimento existente para realizar tal propósito radicaba en que para ello debía trasladarse a la Capital Federal, dado que en la institución local no se dictaba la especialidad apetecida, en este caso electrónica.
 
Alejandro, un amigo y compañero desde los primeros años del curso básico, lo había intentado el año anterior y le iba muy bien; cursaba la especialidad construcciones en la escuela técnica Otto Krause, institución emblemática de la educación técnica con más de cien años de existencia. La amistad cimentada a través de varios años continuaba vigente; Alejandro con su prédica, influyó en la decisión final adoptada por Octavio.
 
El grupo familiar estuvo de acuerdo cuando les comunicó la intención de trasladarse a la ciudad de Buenos Aires.
 
El objetivo consistía en cursar otros tres años de estudios puntuales referidos a la especialidad elegida y así obtener el título de técnico en la materia.
 
La intervención de este amigo, activo integrante en ese tiempo del centro de estudiantes, al interceder por él ante directivos del colegio, logró facilitar su ingreso al establecimiento, algo que no es fácil, porque estudiar en el Otto Krause es como disfrutar de un privilegio, no porque la calidad educativa sea superior a la que se dicta en otros establecimientos, si por la jerarquía que otorga ser alumno de la primera escuela técnica del País.
 
A partir de entonces Octavio con dieciocho años recién cumplidos, comenzó a formar parte de ese rebaño de jóvenes que arriban a la gran urbe con intenciones de forjar un futuro acorde a las necesidades de estos tiempos difíciles, que exigen una preparación profesional para lograr una inserción exitosa en el mercado laboral.
 
Ambos amigos ocupaban cuartos contiguos en una casa de pensión ubicada en el barrio de San Telmo, lugar al que Alejandro había arribado un año antes, cercano a la escuela Otto Krause.
 
Esta convivencia se prolongó durante dos años, hasta que Alejandro obtuvo el título de maestro mayor de obras y decidió regresar a la ciudad natal y desarrollar allí la actividad.
 
Octavio aun debía cursar un año más, que como los dos anteriores fue durísimo en cuanto al esfuerzo, alternando distintos trabajos con el estudio; ofició de lava copas, cuidador de coches, ayudante de cocina y la última actividad vendedor de libros a domicilio; pero siempre privilegiando el estudio como el objetivo principal, esa férrea voluntad culminó con la tan ansiada graduación como técnico en electrónica.
 
El hecho de dominar esta maestría le permitió llevar a cabo el trabajo que realiza en la actualidad, que consiste en la reparación, instalación y configuración de equipos de computación; también en una singular simbiosis, continua con la última tarea de sus tiempos de estudiante, vender libros a domicilio, labor que efectúa solo en horas que no afectan la ocupación principal. No es casual el hecho de continuar ejerciendo esta actividad tan disímil de su verdadera profesión, puesto que es parte de una estrategia. Con esta diligencia paralela, además de obtener un rédito económico interesante, logra que todos sus entrevistados, le compren libros o no, reciban una tarjeta de presentación ofreciendo el servicio técnico de su verdadera especialidad.
 
La oferta de libros comienza cuando promedia la mañana en un sector del barrio seleccionado con anterioridad. En esta oportunidad la fracción elegida corresponde a la zona donde está situado el Parque Leonardo Pereyra, frente a la Basílica del Sagrado Corazón de Jesús, Las 10 AM, es la hora propicia para iniciar las visitas casa por casa en la franja barrial elegida.
 
En esta zona las construcciones por lo general son bajas y muchas de ellas  bastante antiguas, algunas muy cuidadas, otras que revelan el escaso interés de sus ocupantes en conservarlas y muestran el paso del tiempo en sus vetustos muros deslucidos por los años y la falta de sustento.
 
Es acertado conjeturar que las posibilidades de venta serán más viables en las propiedades que mejor aspecto tengan, porque se supone que sus ocupantes tendrán acceso a mejores condiciones económicas. A veces, el lugar donde se vive, el ámbito que rodea al individuo, indica el mayor o menor grado de capacidad económica, por lo general asociado con el nivel cultural que posee.
 
Una acertada frase del escritor californiano John Steinbeck referida al resultado que ocasiona el escaso acceso al saber, dice:
«Por el grosor del polvo en los libros de una biblioteca pública puede medirse la cultura de un pueblo».
 
En la actual geografía barrial subsisten modelos del ayer, en algunas de sus arterias perduran construcciones que son la expresión de un estilo arquitectónico vigente en la Europa del siglo XIX, que llegó al país en esos tiempos en que Argentina había logrado ser el séptimo país en el concierto de naciones del mundo.
 
En una de las calles vecina al parque Pereyra se muestra una casona que por su estilo clásico responde a la época antes enunciada; una residencia de aspecto señorial.
 
Un muro de escasa altura, a lo sumo de treinta centímetros sobre el piso cuyo destino es dar soporte a una artística reja de hierro de opaco color negro, en el centro del enrejado se muestra una generosa puerta del mismo metal que da acceso a un camino revestido con el característico ladrillo de barro cocido que se utilizaba en esos tiempos, destacándose la colocación de las piezas que forman distintas figuras geométricas, en el margen derecho inmediato a la puerta principal, un portal también de similar diseño para la entrada de carruajes, que habilita el acceso a un largo sendero que linda con la pared vecina al predio y con el camino de ladrillos en el lado opuesto.
 
El jardín que ocupa el margen izquierdo de la senda central, muestra arbustos de distintas especies que acompañan la pared medianera hasta llegar a la casa propiamente dicha, el césped verde muy cuidado, rodeando un par de canteros circulares en los que conviven floridos corales junto a prímulas y azaleas.
 

Las últimas glicinas, por Vigía

Antes de llegar a la entrada principal de la mansión con grandes ventanas enrejadas, se observa sobre el camino principal, una pérgola poblada de glicinas, planta trepadora de origen asiático que se utilizó en épocas coloniales como adorno y a la vez para dar sombra en patios con galerías cubiertas con los floridos y fragantes racimos de tono violáceo poseedores de una belleza muy particular; en la actualidad prácticamente ha desaparecido, ya no existen esos patios sombreados, salvo raras excepciones, que se dan en algunas zonas periféricas de la gran ciudad, como en este caso en el populoso barrio de Barracas.
 
Es acertado suponer que este espacio es el lugar de reunión de la familia en las tardes soleadas de otoño, cuando ya las hojas comienzan a vestirse de amarillo.
Gratamente sorprendido frente a ese vergel, contempla el paisaje verde que se ofrece a la vista de los curiosos como una muestra de algo que las actuales costumbres han condenado al olvido.
 
A través de los negros barrotes de la reja a la vera de una mesa instalada debajo de la florida pérgola, se ve una joven observando lo que aparenta ser una revista. Batió las palmas de sus manos para que notara su presencia.
 
La moza giró su cabeza en respuesta a ese palmoteo semejante a un aplauso y dejando su asiento acudió al llamado.
 
Caminaba con lentitud, ese andar cansino le permitió observarla con detenimiento; dedujo que podía tener dieciocho o veinte años como máximo, vestida con una especie de túnica de color natural cerrada en el cuello que caía muy suelta, marcando así la turgencia de los senos, hasta llegar a los pies calzados con ligeras sandalias blancas.
 
Se acercó sonriente hasta las rejas y le habló con voz muy suave:
   –  Buen día, ¿Qué se te ofrece?
   –  Buen día y gracias por atenderme. Soy vendedor de libros, tal vez te resulte molesto que alguien inoportuno como yo, se atreva a incomodarte con una actividad que si se quiere es fuera de lo común y por eso mismo es que te pido me disculpes.
   
La joven, lejos de mostrarse incómoda, con una amplia sonrisa lo invitó a que continuara.
 
   – La editorial que me patrocina está tratando de impulsar esta modalidad de venta en distintas zonas de la ciudad, Barracas es el barrio que a mí me corresponde atender debido a la cercanía con mi domicilio. El objetivo consiste en satisfacer a quienes deseen algún libro en particular, cualquiera que fuese; con el título y el nombre del autor basta para que nosotros nos ocupemos de ubicar el texto, una vez logrado si es posible, que por lo general lo es, comunicamos el precio y el momento de la entrega que se fija de común acuerdo; no se solicita ningún anticipo de dinero, es una operación basada en la confianza mutua. Los precios no son mayores al de las librerías en general.
 
   – Interesante ¿Y da resultado el sistema? -Preguntó la joven.
 
   – No tanto como yo quisiera, hace ya un tiempo que lo hago y he comprobado que no es tan satisfactorio, el éxito depende de la cantidad de visitas que se efectúan, debido a que el promedio de interesados es de solo un diez por ciento del total de personas entrevistadas.
 
   –  Aunque te parezca extraño llegas en el momento preciso, estoy interesada en un texto de Archivald Cronin, llamado «La Ciudadela» ¿Podrías conseguirlo?
 
   – Cronin, Cronin?.si, escritor escocés que también es el autor de «Las llaves del Reino» entre otros. Si mal no recuerdo se trata de un libro donde el autor expone en el relato, las injusticias de la práctica médica en Inglaterra. ¿Cómo es que te interesan esos temas?
 
   – Porque me apasiona todo lo relativo a la medicina y aquello que de una u otra forma se refiere a esa ciencia me preocupa, además tengo entendido, y es lo que más me interesa, que el contenido del libro influyó en gran medida para la implementación de lo que luego fue el sistema de salud británico.
 
   –  ¡Cierto! no es común que alguien tan joven se preocupe por temas sociales. ¡Te felicito! Bueno? no te molesto más, en un par de días he de volver con la respuesta sobre la disponibilidad del libro y su precio. ¿En qué horario te encuentro?
   
Ella, luego de fijar su mirada en un pequeño reloj pulsera que lucía en su muñeca, señaló:
 
   – A esta hora me encuentras siempre, son las once y media, casi el mediodía.  ¿Cuál es tu nombre?
 
   – Octavio ¿y el tuyo?
 
   – El mío es Malena.
 
   – Ha sido un gusto conocerte, pasado mañana vuelvo. ¡Ah! algo que no puedo dejar de decirte ¡Eres muy bella! Hasta pronto. Se marchó del lugar llevándose el regalo de la sonrisa que iluminó el rostro de la joven. De ese patio florido resultó ser la flor más hermosa entre las tantas que se veían.  Malena, igual a la del tango, «Sus ojos son oscuros como el olvido» dice Homero Manzi en su poética obra. Mientras se alejaba se preguntó a sí mismo: ¿Hay algo más oscuro que el olvido?
 
 Así comenzó una historia de amor que si ustedes quieren; se la cuento.