La importancia de los libros en mi vida

La importancia de los libros en mi vida
por Enrique Oscar Corsiglia Acevedo
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EL LIBRO – Un poco de historia

¿Cómo páginas amarillentas, y ajadas por el uso, me permitieron viajar por el tiempo y el espacio? Mesopotamia, Armenia, Egipto, Grecia y Roma, la Torre de Babel y las pirámides de éste y otro lado del mar.

Aparte de los escritos caldeos, hechos con punzones sobre ladrillos cocidos, unidos como las hojas de nuestros libros hasta llegar a formar bibliotecas enormes como la de Asurbanipal, las piedras fueron la materia más antigua sobre la que el hombre escribió.

El papiro fue usado por los habitantes del valle del Nilo, al que siguieron tablas de marfil y de madera cubiertas de cera. Las tiras de papiro estaban escritas por una cara, y se arrollaban a un cilindro o bastón llamado umbilicus, formando así, libros arrollados llamados volumen por los romanos. En la época de Alejandro Magno el uso del papiro fue universal y desapareció, por completo, en el siglo XI.

Apareció, entonces, la escritura sobre pergamino que se atribuye al rey de Pérgamo. Entró así el desarrollo del libro en plena juventud, por cuanto se comenzó a escribir en ambas caras y se introdujo el uso de plegarlos.

En el año 1260 los árabes introdujeron en España la fabricación de papel. En un principio, elaborado con cáñamo y lino, en Valencia y Cataluña, extendiéndose hacia Castilla bajo el reinado de Alfonso X el Sabio.

Siguió fabricándose de manera precaria y costosa hasta que Gutemberg inventó el sistema de impresión con tipos movibles (Tipografía). Con este sistema el libro se abarató y popularizó transformándose en el mayor difusor de cultura.

Ahora, mi historia…

Con 4 o 5 años de edad, en el “Jardín de infantes” de una escuela pública de una ciudad pequeña del interior, había una “maestra jardinera”, alta y delgada como un álamo, con rasgos que mostraban personalidad y fuerza de carácter pero, de la que yo recibía solo ternura y afecto en ese ámbito, nuevo para mí, que comenzaba a compartir con otros niños y niñas con las mismas o parecidas dificultades que, no pocas veces, lloraban al separarse de sus padres frente a la puerta de las rejas que rodeaban al jardín.

Ibis, era su nombre lejano y musical y percibió en pocos días mi interés por aprender y conocer el mundo entero que me rodeaba.

No escurrió el bulto y, entre tantos, me comprendió y estimuló fijando para siempre en mí, el deseo de saber y compartir y la curiosidad indeleble por esos objetos misteriosos que, pocos años después, me permitirían viajar por el espacio, el tiempo entre la gente del mundo, sus tierras, lenguas, hábitos y costumbres que cambiarían para siempre mi vida.

Ella infundió, anticipadamente, el deseo de tener entre mis manos y extraer de ellos lo que no podía alcanzar en el ámbito doméstico.

No puedo siquiera imaginarla sin esos objetos que (ahora sí) atesoro en todos los espacios que ocupo. Hasta (literalmente) debajo de mi cama.

RECUERDO INFANTIL

                     un poema de Antonio Machado

Una tarde parda y fría
de invierno. Los colegiales
estudian. Monotonía
de lluvia tras los cristales.

Es la clase. En un cartel
se representa a Caín
fugitivo, y muerto Abel,
junto a una mancha carmín.

Con timbre sonoro y hueco
truena el maestro, un anciano
mal vestido, enjuto y seco,
que lleva un libro en la mano.

Y todo un coro infantil
va cantando la lección:
«mil veces ciento, cien mil;
mil veces mil, un millón».

Una tarde parda y fría
de invierno. Los colegiales
estudian. Monotonía
de la lluvia en los cristales.


por Enrique Oscar Corsiglia Acevedo
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