La Gata Alegría por Ricardo Lopa

 

La Gata Alegría

Hermosa tarde de marzo. La jornada de trabajo, zarpó. El día y la hora, ameritaba el tenis. Agradable deporte, que con discreción, se puede practicar hasta… Útil para desenchufarse del laburo, y proseguir enchufado en la vida. Además, no hay contacto personal, ni roces como en otros deportes. Claro, a excepción “del doble mixto”.

La cuestión que Jorge, tal el punto del otro lado de la red, a la hora indicada ni noticia. Celular apagado. El quía, Ricardo, de plantón, como punto en la primer cita del levante diquero del sábado.

¡Qué hacer durante la dulce espera! El bocho, lo compartía entre el ausente recriminado y con una frase de Paulo, “el rey del horario del court”, que me machacaba el cerebro.

Correr alrededor de la cancha, fue el inicio, luego otra llamada infructuosa, y la renuente frase de Paulo que persistía;

– qué tal la familia

– ¿ qué familia?  El gato, mi señora y punto.

– Notaste Paulo, que pregunté por la familia; gato y señora fue la respuesta, en ese orden.

– que observador habías sido Ricardo.

El gato, la pucha, me machacaba el marote ¡como lo quieren!

Solo como novio engrampado en el altar, con la raqueta como madrina, hacía tiempo hasta que la marchita anunciara la presencia de Jorge, ¡media rara venía la noma! Ojo, no confundir, es una simple metáfora. Mientras de un lado de la cancha me mandaba tres saques, e iba, del otro lado, repitiendo la maniobra, y me chamuyaba “claro el gato, parte de la familia, sin partida de nacimiento, pero con la de adopción”

De hecho, empecé a recordar la historia de Estrella.

Vos ni te imaginás la automaticidad y abstracción que se logra con la mencionada práctica de saque. Tres, caminás, pensás. Juntás las pelotitas, caminás, te preparás, pensás. Que importante es el ocio, cuando lo empleás para pensar. Necesito el ocio para pensar.

Y yo pensaba, y en mi Estrella.

Te cuento, un día de esos que no se empardan, de patacón al feca de San Juan y Boedo,  paso obligado debajo de la Autopista 25 de Mayo.

Vos bien sabés, que la función de la misma es variada. Además que circulen vehículos por arriba, por ajoba, sirve de atorro a indigentes y otras yerbas.

No le esquivo al bulto, y al pasar por la misma, percibo un chamuyo especial. Mi cuota de oreja fresca presta, lo capta. Un hermoso gato negro, que parecía decirme “Ricardo, ¿me adoptás?, la mano viene fulería para rebuscármela solo, los jovatos no dan abasto, además, estoy cansado de vivir en la yeca, y que me alimente una mina cualquiera de una casa cualquiera, dale”. Lo ficho, jeta a jeta, aprieto el libro que llevo en la zurda y continúo en busca del boliche.

Pero ya no era lo mismo, el que te jedi, te confieso, me había impresionado, le veía algo distinto al callejero, viste, como si lo conociera de toda la vida. Habiendo hecho unos cien metros, presiento que alguien me clava los ojos en la nuca. Lo primero que piensa un hombre: ¡una mina!, gil dejate de estupideces, ¡un rrocho! mil gracias, no.; ya sé, ¡el gato negro!

En verdad, sin darme cuenta el tipo me había impactado, y en realidad entre una jermu y el punto, deseaba que fuera el quía.

Bruscamente me doy vuelta, decepción, ni mina, ni gato negro, sí un groncho con un aro colgando, que lo ficho con cara de poco amigo, el tipo no entendía nada, y quizás nadie en ese momento, ni yo mismo podía comprender, que lo que esperaba y deseaba era ese cariñoso gatito negro.

Bueno, fue. Café, meditación de lo hermoso que es poder ver pasar a la gente que va y viene de laburar, como uno. Sabés, solo el que estuvo privado del placer de caminar y observar por un tiempo prolongado, puede disfrutar detrás de una ventana de un boliche, pocillo y broli de por medio, solari , ver vivir, tan solo eso, estirar la noma y acariciar la vida y ser parte de ella. Y mirando, mirando, a quien veo paradito en la ventana de fichaje, si al que te imaginás. Al Cholo, pues así lo bauticé.

Te cuento la reticencia, era por no quedar prendado del cariño del Cholo, pues la experiencia en tal sentido había sido buena, pero con un triste y solitario final.

Cuando pibe, vino de ronga Estrellita. La mamá, afincada en lo de Rafael, el sotipe de enfrente, había tenido cría de unos cuantos ejemplares, y la que te jedi fue colocada en casa.

Estrellita, desde su llegada iluminó la casa con su blanco resplandor. Blanca teta, como solía decir ingenuamente la abuelita, limpita, y mimosa la mocosa. Empilche de prima, sombrerito haciendo juego, rubricado con moño y adorno rosa. Era agil como una gata, que otra cosa podía ser. Eso si, la mina era independiente. Se adaptó al ambiente pero puso condiciones, a saber: morfi y atención veterinaria, es decir, como tener una obra social. Era la alegría de la casa, “la gata alegría”.

La muy engrupida, al tiempo, le agregó al petitorio; variedad  y graduabilidad en la alimentación, pues la piola manyaba, que si bien estaba cómoda, la obsesividad iba en aumento, debido a la gran cantidad de comida y al sedentarismo.

Claro que era una solicitud muy especial, un pedido de miradas y hechos, sin audio. Quedaba en mí, hacerle más confortable el ambiente, para que logre el bienestar apetecido. Era, como cuidarle la silueta y el carácter a una piba en crecimiento, con la diferencia que ésta, quizás, alguna vez, deje de emitir reclamos.
La pobre Estrellita, dependía mucho del quía, no podía controlar el ambiente, pero, por esa misma razón, había que crearle el hábitat. No escapaba a mis temores que la minita se pirara, buscando en la yeca el libre albedrío, pasando el control a sus manos.

Claro, comprendía que la casa, a pesar de ser más holgada que un departamento, la limitaba a la pobre. Pero, no obstante, y ella lo sabía, cumplía una misión familiar importante. Sabés, se nos arrimaba en invierno, no sé, si para darse o darnos calor, ese calor de hogar que ella y nosotros, la familia, presentía. En verano, de raje, salvo, la muy rana, cuando el aire acondicionado le brindara el alivio que no tenía en el exterior. Pero siempre el hogar de por medio.

Le tiré unas pelotitas de tenis de segunda, para que nuestra mina juegue en primera. Claro, que mucho no le duraba, los pelos de la pelota eran su deleite, ¡si la habré llevado a lo de doña María para que le mida el empacho!.

Pero la especialidad de la casa, era cuidarnos de los roedores, ¡que los hay, los hay! El paraíso, especie de árbol, son criaderos en sus boquetes y agujeros, especialmente cuando tienen unos años, como el de casa. La cuestión que con la Estrellita aliada, nunca una rata, ni lauchita, por pequeña que fuera.

Además, el inmenso árbol que penetraba en casa por sobre la terraza, le daba la posibilidad de ejercer sus funciones naturales, además de hacer un poco de gimnasia, y entrenarse para no perder las cualidades innatas de la especie.

La amplitud del inmueble, y la función de guardiana, le disminuía el sufrimiento psicológico y el stress que le generaba el ‘cautiverio’.

La cuestión que la minita, si bien no tenía el ambiente ideal, tenía la suficiente libertad para sus ‘cositas’, pero no para el libertinaje, bueno, eso ella no lo sabía. Le trataba de generar situaciones para que se encuentre cómoda y se sienta útil, y ella, lo sabía. Estaba saciando con este comportamiento su apetito, enfrentando el stress con relativo éxito, pues a la libertad, se le agregaba la utilidad. Además no se sentía vigilada, pues en sus andanzas por los árboles, el nuestro y los vecinos, la Estrellita, tenía los estímulos necesarios para vivir como gato, sin que nadie la controlara, bueno, por lo menos, era lo que ella creía y ¡yo le creía a la muy pícara!

En un par de años, era una veterana en los quehaceres domésticos. Morfi de prima, pero, se mantenía ágil, por las diversas tareas que llevaba a cabo.

Pero, hay días inconcebibles en la vida. Bueno, uno puede comprender la muerte en ciertas instancias lógicas y esperables, pero el raje no, eso no.

Era un miércoles, si, seguro que lo era. Lo recuerdo bien porque es mi día libre. Bueno, como se mire, sin clases, pero ocupado en otros menesteres.

El ritual, de pasalacua para el ñoba, la caricia diaria a Estrellita de atorro en el sillón. Sorpresa. No estaba, era la primera vez en años que faltaba. Se habrá ido de excursión por algún lugar de la casa. ¡estará en la planta baja!. En mi excursión en busca del diario, la esperanza, que todavía persistía, se esfuma como la Estrella.

Negativo, bueno, ya aparecerá. Próximo paso, el ritual de la afeitada. ¡Qué joda! Sí, pues mientras te rasurás pensás, y el bocho trabajás. Y en el chobo, Estrella era la ‘prima donna’. Tenía un presentimiento fulería. Y así fue nomás. La pebeta se tomó el raje. Primero como todo hombre engañado “claro, la alimentamos, la formamos, y cuando estaba de prima, se tomó el piro a callejear”. “La cuestión que la minita, si bien no tenía el ambiente ideal, tenía la suficiente libertad para sus ‘cositas’, pero no para el libertinaje, bueno, eso ella no lo sabía”, y ahora comprendía, que yo tampoco.

Pasados los días, la  bronca se transformó en melancolía y tristeza por la pérdida de una más de la familia.

Comprendés ahora, la reticencia en adoptar Al Cholo. Ah, te habrás imaginado de donde viene el nombre. Así se los llama cariñosamente a nuestros paisanos de tez oscura. La realidad era que el Cholo estaba ahí afuera, por San Juan esperando, meta hacerme caripela.

Me  hice el fesa y empecé a desandar lo andado en busca de casa. Pero, lo curioso que el Cholo hacía de guía, señalándome el camino. ¿y éste de que la va? me preguntaba.

Meta por San Juan, llegamos a Castro. Ojo, que ya habíamos hecho tres cuadras y el punto siempre al tefren. Castro, otras tres cuadras, el Cholo de dorapa en la puerta, esperando que abra. Después de lo cual, se mandó sin pedir permiso, como uno más de la familia, se había autoadoptado, y de hecho fue aceptado. No te batí que era cachorro, del mismo tiempo que Estrella cuando apareció. Claro que me la hizo recordar, pero era inevitable.

Trepó felinamente las escaleras, y, ¿dónde fue a acurrucarse? En el mismo sillón que usaba la desaparecida. En ese instante, volvió a mi mente la ocasión que lo vi por primera vez, y comprendí recién ahora la sensación; el quía no me resultaba extraño, pareciera que lo conocía de toda la vida, y él también, con las actitudes que tomaba.

Los comentarios familiares, el rito de la comida y al apoliyo.

Por como te dije, hay días que no se empardan. Por esas cosas que tiene el destino, también era un miércoles, primero yo. La tarea cotidiana, y al pasar por sillón cama, observo no uno, sino dos gatos; uno negro y otro blanco, juntitos como si fueran familiares.

Luego me enteré, por esas fantasías que tiene la vida, que La Estrella, se había enamorado, en sus andanzas por el paraíso, de un gato de la yeca, y decidió seguirlo a callejear. Tuvo muchos hijitos, y un buen día se dio cuenta que no los podía alimentar y cuidar como correspondía, la crisis mundial le había alcanzado, y decidió instruir a un par para que se vengan para el pago, pues sabía la buena vida que les esperaba.

La cosa, que en vez de uno, ahora teníamos dos, El Cholo y El Cristalino. Pero te canto la justa, ¡Estrella, cuánto te extraño!

Ricardo Tito Lopa
contacto: [email protected]
Boedo, agosto de 2009

 

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