La Calle Larga por Vigía

La Calle Larga de Barracas es poseedora de una historia que se mide en centenas de años; comienza cuando solo era una senda polvorienta identificada como el Camino a Ensenada de Barragán y Pampas, la vía obligada por la que transitaban las carretas tiradas por bueyes para llegar al Río de los Querandíes, un afluente que más tarde fue llamado Río Chuelo y también Río de Buenos Aires, distintos nombres con que se denominó a ese curso de agua, hasta llegar al que hoy ostenta, tal vez el más acertado, «Riachuelo de Barracas»; como dio en llamarlo el poeta Esteban Echeverría.

por Vigía
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Hubo una época en que la Calle Larga comenzó a ser llamada Santa Lucía, fue en homenaje a la virgen homónima; hecho que ocurrió cuando promediaba el año 1783. Por propia decisión de una dama de la aristocracia porteña llamada María Josefa Alquizalete que ordenó el traslado de la imagen de la virgen desde la capilla ubicada en su residencia céntrica donde se veneraba desde el año 1773, hasta su quinta de fin de semana situada en la Calle Larga; hecho que llevó a cabo con el beneplácito del entonces obispo de Buenos Aires Fray Sebastián Malvar y Pinto.  
 
Con el correr del tiempo estas tierras se transfirieron varias veces a distintos propietarios, una familia de apellido Serantes, últimos adquirentes, fueron los que cedieron el dominio a la diócesis de la ciudad. 
 
En el año 1803 la capilla fue convertida en oratorio público por el obispo Benito Lué y Riega. Recién en 1884 el sacerdote Mariano Antonio Espinosa consiguió los fondos para construir el templo actual. La piedra fundamental fue bendecida por el entonces Arzobispo de Buenos Aires, Monseñor León Federico Aneiros y apadrinada por el intendente de la ciudad Don Torcuato de Alvear.
 
La arquitectura de la iglesia responde al estilo renacentista francés, fue bendecida e inaugurada el 13 de diciembre 1887 con la presencia y padrinazgo del entonces presidente de la república doctor Juárez Celman. Se instituyó como parroquia el 13 de diciembre de 1889 y su primer párroco fue el siervo de Dios José A. Orzali. Es uno de los santuarios más antiguos de Buenos Aires. 
 
El padre Espinosa fue nombrado arzobispo de Buenos Aires por el papa León XIII, el 31 de agosto del año 1900.
 
Las fiestas patronales se celebran el 13 de diciembre de cada año. En esa época los festejos se prolongaban durante ocho días. Como en el mejor espectáculo circense, se levantaban carpas donde actuaban acróbatas y malabaristas, la Calle Larga entonces Santa Lucía se mostraba engalanada por múltiples adornos; banderas, coronas de flores, arcos de luces, no faltaban los tradicionales puestos de rosquillas y cirios, calesitas para los más pequeños y también se encendían fogatas; había carreras de caballos y de sortijas. Las fiestas contaban con la participación de toda la vecindad, ávida de esas manifestaciones de alegría, que por cierto no eran frecuentes en las postrimerías del siglo XIX.
 
Era el tiempo de las tiendas de abasto, una suerte de almacenes de ramos generales donde se vendían mercancías para el consumo de variada índole, calzado, comestibles, remedios, vestido y del mismo modo bebidas alcohólicas al por menor entre otras cosas; una forma de mercado persa. Además eran lugar de reunión de trabajadores, payadores y vecinos del lugar apurando un trago y compitiendo en alguna partida de truco.  Se las llamó pulperías, negocios que proliferaron en la segunda mitad de la centuria. La más antigua del lugar fue la «Pulpería del puentecito» ubicada en la ochava de Vieytes y Luján, poseedora de una tradición que comenzó con su primera fundación ocurrida en el año 1750: frecuentada en su momento por Esteban Echeverría.
 
En las inmediaciones del lugar que hoy ocupa la Plaza Colombia, en la esquina de la Calle Larga y Suárez se instaló «La Banderita» que según relatos de la época, el nombre estaba representado por una erguida caña tacuara que en su extremo superior mostraba una bandera roja; era la señal inequívoca de que en el lugar se organizaban carreras cuadreras.
 
Cercana al riachuelo con sus aguas que ya comenzaban a enturbiarse con los desechos de las curtiembres instaladas a su vera, se encontraba otra pulpería llamada «Tres Esquinas» ubicada en la esquina de la Calle Larga y Osvaldo Cruz, lugar este, donde finalizaban las carreras de caballos que se largaban en «La Banderita». 
 
Otro lugar de reunión fue el bar «La Luna» en la intersección de la Calle Larga y Uspallata; establecimiento frecuentado por trabajadores de los saladeros de cueros y barracas acopiadoras, aquí durante las noches se oían las voces de algunos trovadores que pulsando una guitarra contaban la realidad de un tiempo duro y complejo de la historia política del país, los morenos Gabino Ezeiza e Higinio Cazón ambos famosos payadores, fueron entre otros, habitúes del lugar.
 
Un político apellidado Burgos, persona de holgada posición económica que supo ser secretario de Bernardino Rivadavia, debido al permanente hostigamiento que los mazorqueros de Rosas le infligían por su militancia unitaria, había resuelto emigrar a la vecina República del Uruguay; esta drástica decisión, motivó la necesidad de confiar la custodia de su hija Ramona a su fiel cocinera Flora Valderrama hasta que él volviese de la vecina orilla, luego emprendió la huída en compañía de el mulato Pastor Valderrama, devoto sirviente y esposo de Flora. 
 
En el año 1836 la persecución mazorquera aumentaba. Flora temiendo por la vida de la joven Ramona, no dudó en cambiarle el nombre y a partir de entonces se la conoció como Dionisia Valderrama. Con parte del dinero que al partir le había dejado Burgos, logró instalar una pulpería en la Calle Larga, cercana al entonces oratorio de Santa Lucía. El nombre, si es que alguna vez lo tuvo, se ha perdido en los recodos del tiempo. 
 
Dionisia, también llamada «La rubia del saladero» atendía en el mostrador a los parroquianos que en su mayoría eran peones de los saladeros y también soldados y payadores, todos deslumbrados por la belleza de la joven. Un asiduo concurrente al lugar de apellido Miranda, que supo ser soldado al mando del General Lavalle además de poeta y payador, se enamoró de Dionisia, amor que fue correspondido. Una noche, cuando el año 1840 llegaba a su fin y el acoso de «La Mazorca» arreciaba, Miranda se la llevó con él.
 
Se rumoreaba que dada la proximidad de la pulpería con el Río de la Plata, la pareja se embarcó con destino al Uruguay, tal vez para encontrarse con el exiliado padre de la moza. Mucho tiempo después, en abril de 1929, el poeta Héctor Pedro Blomberg le puso letra a la música que trasladó al pentagrama Enrique Maciel,  inmortalizando esta historia de amor en el vals titulado «La Pulpera de Santa Lucía».
 
Era rubia y sus ojos celestes                                     
y cantaba como una calandria                                   
la pulpera de Santa Lucía.                                      
Era flor de la vieja parroquia                                      
¿quién fue el gaucho que no la quería?                       
Los soldados de cuatro cuarteles                           
suspiraban en la pulpería.                                          
 
La llevó un payador de Lavalle
cuando el año cuarenta moría;
ya no alumbran sus ojos celestes
la parroquia de Santa Lucía.
No volvieron los trompas de Rosas
a cantarle vidalas y cielos;
en la reja de la pulpería
los jazmines lloraban de celos.
 
Y volvió el payador mazorquero
a cantar en el patio vacío
la doliente y postrer serenata
que llevase el viento del río:
«¿Dónde estás con tus ojos celestes
oh pulpera que no fuiste mía?
¡Cómo lloran por ti las guitarras,
las guitarras de Santa Lucía!».
 
Avenida Montes de Oca es el actual nombre de la antigua Calle Larga, en honor al doctor en medicina Manuel Augusto Montes de Oca, (1831-1882). Ilustre personalidad en su profesión y en la actividad política, fue legislador en la provincia de Buenos Aires y también ministro de relaciones exteriores en el gobierno de Nicolás Avellaneda.
 
Ya no existen las suntuosas mansiones ni las quintas de fin de semana de las familias pudientes de entonces. Con el devenir del tiempo el lugar se fue vistiendo con un ropaje distinto. En primer término fue el pétreo adoquinado quien borró las huellas que los pesados carretones dibujaban en la polvorosa senda, después, mucho más tarde, la negra cobertura de asfalto cubrió para siempre a los rústicos adoquines. 
Todo lo que ya no existe pasó a ser parte de la historia barrial, que celosa, guarda como genuino testimonio del ayer.    
 
Algunas residencias fueron conservadas y cedidas a instituciones de bien público, otras, la mayoría, fueron cayendo ante el demoledor ataque de la piqueta, en la actualidad en su lugar se alzan colosales edificios que se acercan a las nubes.
 
Imagen: Carlos Morel. La Calle larga de Barracas, c. 1840, óleo s/cartón entelado, 26 x 56 cm. Colección Fortabat. Buenos Aires
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