La Boca se moviliza por la casa de Filiberto

El 11 de noviembre de 1964, fallecía en su casona de la calle Magallanes 1140, quien fuera, por su significativa y trascendente obra musical, llamado «el Himalaya del tango argentino». El 12 de noviembre, el pueblo de La Boca lo despidió en inigualable cortejo de duelo, convocando a miles de admiradores de su genio artístico.

«Comisión Permanente de Homenaje Popular a Don Juan de Dios Filiberto en el Cincuentenario de su Deceso y Pro Celebración del Ciento Treinta Aniversario de su Natalicio».
 
Para conmemorar tan importantes hechos históricos de la cultura argentina, el 29 de agosto del año en curso a instancias de la República de La Boca y el Museo Histórico, quedó constituida la Entidad del epígrafe, en concurrida Asamblea, llevada a cabo en su Palacio de la Avenida Almirante Brown, esquina Lamadrid.

Luego de un valioso intercambio de ideas, el Señor Rubén Granara Insua, proclamó los fines y propósitos del naciente grupo, que fueron aprobados por unanimidad: 1º) Proyecto a presentar en el Congreso Nacional: «Casa de Juan de Dios Filiberto, Escuela de Música de La Boca y Museo»; 2º) Proyecto a presentar en el Fondo Nacional de las Artes: Reedición del Libro «Juan de Dios Filiberto, La Boca, el tango», del escritor Antonio J. Bucich; 3º) Presentación ante la Legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Nominación de «Esquina Mundial del Tango», al cruce de las calles Suárez con la de Necochea, en conmemoración perpetua al Creador de la Canción Porteña.

Asimismo, quedaron aprobadas una serie de acciones y movilizaciones, tendientes a promover y difundir el contenido de la reunión de referencia, solicitando las adhesiones correspondientes a Instituciones Gubernamentales de Ciudad y Nación, como a todas aquellas del país y del extranjero, amantes de la tradición argentina.

La Comisión provisoria, ha quedado constituida de la siguiente forma: Rubén Granara Insua, República de La Boca; Pablo Abbatangelo y Sergio Elías Zillo, «Fundación Museo Histórico de La Boca»; Martín Scotto, Asociación «El Trapito»; Gustavo Poggio, «Ateneo Unión Italiana de La Boca»; Alfredo Alberti, «Asociación de Vecinos La Boca»; Carmelo Schiavone, «Centro Siracusano de Buenos Aires»; Axel Kibel, «Partido Socialista Comuna 4»; Ulises Gelos, «Barrios de pie»; Señores Luis Alberto Punturo, José Pérez Pellegrini; Norma Torello, Periódico «Conexión»; Edda Cinarelli, Periódico «Voce d’Italia».
 
FUNDAMENTOS Y ANTECEDENTES PARA LOS PROYECTOS DE LEY
 
Juan de Dios Filiberto creador de la «Canción Porteña» nació y murió en La Boca.

Dedicó su vida a la música y al trabajo que no se agotó en su arte porque fue un luchador de las más nobles causas sociales.

Dejó una obra conocida e inmortal y otra todavía inédita no acabadamente mensurada. Su recuerdo pervive como un compromiso en el barrio al que le entregó su pasión y donde proyectó al mundo el encanto y calidad de sus creaciones.

Nació el 8 de marzo de 1885 en la calle Necochea, identificada como cammin vëgio, en la lengua de la mayoría de los inmigrantes genoveses que habían recalado con las grandes oleadas en esos bajos anegadizos de un rincón de Buenos Aires, la mano del largo brazo del Riachuelo, al decir de Don Antonio J. Bucich.

En esa calle que parecía escapar del río, a la altura entonces del 201 y hoy del 1078, llegaba a la vida el hijo de un bailarín de tangos primitivos, el músico que trascendió muros y enlazó con su arte a una Nación en ciernes.

Para él todo comenzó en esa calle fundacional del emblemático barrio, cuna del tango con sus cafés de las distintas regiones itálicas y colectividades y que después, albergase a las cantinas, cuyos cantos y alegrías perduran en el recuerdo.

«Para cualquier historia del tango que se intente realizar, habrá que enfocar, siempre, esa ya famosa calle Necochea de antaño» previene Bucich, en «Juan de Dios Filiberto, La Boca, el Tango».
Asiento de negros y en consecuencia del retumbar nostálgico de sus candombes allí cerca de las esquina de Necochea y Brandsen estaban los Filiberti antes de 1860, un apellido que Juan, el padre de Juan de Dios, mantuvo como tal y que, en cambio, el gran artista legalizó como Filiberto para recuperar la grafía de origen.

Tuvo sangre zeneize por parte de su abuelo paterno Santiago y criolla por parte de su abuela Benjamina Rodríguez, hija de india y español. Igual que Santiago, sus abuelos maternos eran genoveses.
Juan de Dios fue el mayor de tres hermanos (Filomena, Otilia y Dante), se casó con una argentina de origen irlandés, Catalina Mac Namara y tuvo dos hijos, Nahuel Facundo y Queranda. Viudo, sus últimos años tuvo a su lado una compañera que le prodigó cuidados y esmeros, Rosa Gómez, a quien el pueblo bautizara como Rosita Filiberto, incansable protectora de su memoria.

Conjunción de culturas, hábitat e hijos predilectos como Juan de Dios y Quinquela Martín hicieron de La Boca del Riachuelo el símbolo de la comunión del trabajo y el arte.
La paleta del pintor, su gran amigo, simbolizó para él un pentagrama imaginario por donde las orillas del barrio fueron arrimando las cimientes del tango y el tango-canción que lo proyectaba hacia el interior, como un Pampero en dirección contraria.

Filiberto concilió sus primeros sueños en la calle donde flauta, clarinete y guitarra tocaban tangos en la academia de Zani, en Necochea y Suárez, y en la de Tancredi, en Necochea entre Suárez y Brándsen, y en la de Nani, que quedaba en las cercanías.

Decía ?le decía a Bucich en charlas que el destacado historiador boquense recogió en el trabajo mencionado- que el tango era el «fruto de la orillas», por donde convergían sentires de puertos lejanos.
Lazo de urbe y pampa, de pequeño comenzó sus visitas al interior, dado que su tío era dueño en el pueblo bonaerense de Lobos del perigundín «La Estrella», donde fue muerto por la espalda el temido Juan Moreyra. Y tomó forma en su primer tango titulado «Guaymallén», en honor al lugar de Mendoza que a los 30 años eligió como sitio de obligado descanso en la casa de un familiar, según la recomendación del reputado médico psiquiatra José Ingenieros, a quien el músico acudiera enfermo de nervios y tensiones por las exigencias de rigores propios y ajenos.

Creador en síntesis de la llamada «Canción porteña», donde se amalgaman barcos y mieses, tuvo siempre su música «las fragancias del paisaje» como sintetiza Bucich expresadas en obras como «El pañuelito», «Caminito» y «Clavel del aire».

Hombre de mil oficios -y artista hasta en su afán de ser pintor, vocación que relegó en beneficio de la música- tuvo por ello la identidad de un obrero comprometido en causas y luchas sociales en ese barrio en el que con Quinquela lograron reducir a la mitad los 100 kilos de peso de las bolsas en la fatigosa estiba portuaria, que ambos bien conocían.

En esa simiente, aunque ajeno al barrio, un joven abogado, Alfredo Palacios, se transformaría en 1904 en el primer legislador socialista de toda América.

Vinculado con  pintores que ganarían su propio renombre como Santiago Stagnaro, Fortunato Lacámera, Xul Solar y Miguel Carlos Victorica y literatos como Antonio Porchia y Roberto Mariani, Filiberto fue transformándose en el alma de La Boca así como Quinquela sería su corazón.

Filiberto frente a la puerta de su casa en Magallanes 1140

Luego de otras mudanzas por las cercanías, ese hombre y su familia hallarían residencia definitiva en la casona de la calle Magallanes 1140.

Testigo de la intimidad del artista cuando comenzaba su final, describe Bucich: «Sentado a la puerta de su alcoba ?en ésta había un armonio que siempre lo aguardaba- dejaba pasar silenciosamente las horas. Se estaba callado, aunque esto no fuera hábito muy de él. Ahí, en Magallanes, se cerró la parábola de su vida el 11 de noviembre de 1964. El patio retiene aún algunos de sus recuerdos en las paredes. Las carátulas de los tangos enmarcados cubrían el corredor de la breve galería. En esas portadas se podía seguir el itinerario de su laboriosidad. Todos los nombres de sus principales tangos. Pero él tenía otras versiones de su talento guardadas recatadamente en los anaqueles de su estudio. Era la producción que casi no trascendió y que, sin embargo, constantemente lo preocupó (?). Seguramente cuando se quedaba callado a la puerta de su aposento, ahí, en la calle Magallanes, se sumía en las melancolías que invaden al inconforme, que son los pesares que más abruman».
Después de «Guaymallén» (1915), siguieron «Cura segura» (1915), «De mi tierra» (1916), «Suelo argentino» (1916), «Se recomienda solo» (1917), «El jilguero» (1919), «Quejas de bandoneón» (1920), «Quince abriles» (Vals, 1920), «El pañuelito» (1920), «La vengadora» (1920), «Que me la traigan» (1921), «La cartita» (1921), «Mi rancho viejo» (Campero, 1921), «El musicante» (1921), «De mil amores» (1922), y «El último mate» (1922), títulos que en muchos casos desprenden su mirada lejana de arrabales.

Siguieron: «Amor que muere» (1922), «Mentías» (1923), «Brasil» (1923), «El ramito» (1923), «La tacuarita» (Zamba, 1923), «Querime (sic) serrana» (Canción, 1924), y «El besito» (Estilo, 1924).
Continúa su producción con: «La Vuelta de Rocha» (1924), «Chúcaro» (Gato clásico, 1924), «Ay Zamba» (Zamba clásica, 1924), «María» (Vals criollo, 1925), «Langosta» (1925), «Amigazo» (1925), «Amor» (Gran Buda) (Shimmy, 1925), «Yo te bendigo» (1926), «Caminito» (1926), «Compañero» (1926), «Ladrillo» (1926), «Cuando llora la milonga» (1927), «Saturnia» (1927), «Malevaje» (1928), «Comadre» (1929), «Batarasa» (Ranchera, 1929), «Clavel del aire» (1930), «Linyera» (1931), «Cariñosa» (Polka, 1932), «La Charlatana» (Mazurka ranchera,1932), «Botines viejos» (1932), «Y el amor se lo llevó» (estilo), «Pa’muestra basta un botón» (1937), «Sainete» (sainete lírico, 1937), «Introducción y copla» (1940), «La canción» (1961) y «Mi credo» (1962), además de «Nahuel», tango dedicado a su hijo y que llevó su nombre (1965, año en que fue registrado).

Entre otros, tuvo por letristas a Gabino Coria Peñaloza, Miguel A. Camino, Nicolás Olivari, Discépolo y Fernán Silva Valdez.

Y entre sus célebres choques públicos se recuerdan los que tuvo con Jorge Luis Borges con relación al origen del tango y con Coria Peñaloza, quien pretendió vengarse diciendo que la letra de «Caminito» que escribió para la música de Filiberto no pertenecía a ese pasaje de La Boca sino a uno de una localidad riojana, como afirma Rubén Granara Insúa.

Acción, vehemencia, músculo y nervio, Filiberto fue por dentro dueño de una notoria sensibilidad musical sostenida a lo largo de su vida.

Entre sus producciones registradas en la Sociedad Argentina de Autores y Compositores (SADAIC), de la que fue su inspirador, hay obras para cámara, piano y orquesta y otras composiciones.

El 11 de noviembre de 1964, a los 79 años, fallecía en su casa de la calle Magallanes 1140, donde fueron velados sus restos con la presencia de grandes figuras como Francisco Canaro -en su último hálito de vida, y sostenido en pie por dos amigos-, Asuzena Maizani, Osvaldo Fresedo y los maestros Pascual de Rogatis, Pedro Sofía, Bruno Bandini y Luis Sanmartino, entre otros.

Lloró La Boca y acongojó al país el fin de una vida asumida con pasión en la que sobresalió su música sin tiempos.

Su histórica orquesta tocó sus célebres piezas toda la noche, mientras una multitud iba cubriendo la plaza Matheu.

La Boca lo despidió como un desgarro, con el ataúd llevado sobre el autobomba de los Bomberos Voluntarios; pegado a él, su gran amigo Quinquela Martín, muy cerca un joven de corbata voladora balbuceó un discurso trunco que terminó en llanto.

La muchedumbre a paso lento coreaba «El pañuelito», desde los balcones acompañaban arrojando flores.

El largo itinerario pasó de la plaza Matheu a Caminito, plazoleta de los Suspiros, Avenida Don Pedro de Mendoza, Escuela-Museo, y Avenida Almirante Brown hasta el parque Lezama.

Sonaban las sirenas de los barcos, volaban las gaviotas y una estela de pañuelos blancos agitados gemían por quien se iba para transformarse en un símbolo de la creatividad y el tesón de una causa.

Un símbolo que sigue aguardando el lugar que lo exprese y que entre acechanzas y olvidos resiste de pie en Magallanes 1140, La Boca, Buenos Aires, Argentina.
 
VALORES HISTORICO-ARQUITECTONICOS DE LA CASA DE DON JUAN DE DIOS FILIBERTO SU ENORME PATRIMONIO INTANGIBLE
 
La finca de don Juan de Dios Filiberto, fue edificada hacia 1932, según proyecto del Arquitecto Eiriz Maglione, sobre las indicaciones del Maestro, quien la prefirió en estilo colonial, y para la cual también diseño sus luminarias en hierro forjado y rústico mobiliario, en maderas oscuras acorde a la idea general.

El ingeniero José Luis Ariño, tuvo a su cargo la construcción, compuesta por seis amplios ambientes en plata baja, entrada de garaje, gran patio, galería con columnas y tejado, salón estudio, comedor, tres dormitorios, cocina y huerta, y en la planta alta, estudio, dormitorios, baulera y otras dependencias.

Su sobria fachada, que luce gran portón de tablas abulonadas y característico balcón con barandas de madera, fue embellecido por un gran mural en cemento policromado, que sobre un motivo de Quinquela Martín: «La canción popular», realizara el artista Constantino Yuste, además de un bajorelieve, no menos significativo, obra del escultor Agustín Riganelli.

Sus techos de tejas, y en especial el perteneciente al frente, de cuatro aguas y veleta de hierro, completan su noble aspecto.

La blanca mansión, ya famosa antes, que fuera ocupada por su ilustre dueño, devolvió al paisaje ribereño, antiguas reminiscencias hispánicas, no como una casualidad, sino como parte de un profundo ideario, compartido entre notables personalidades de aquella Buenos Aires.

Luego, el desfile de visitas relevantes y hechos notables, cientos de reportajes periodísticos mostraban sus interiores, donde la simbólica parra, ya iba cubriendo la pérgola del patio.

Mientras tanto desde allí fue creciendo la fama de la «Orquesta Porteña», que luego de distintas denominaciones, y siempre dirigida por su fundador, se convertiría en la «Orquesta Nacional de Música Argentina Juan de Dios Filiberto», que mantuvo hasta fines de la década del ochenta la sublime impronta que le insuflara su creador, además de un atrayente repertorio del acervo musical argentino, que despertara inigualables ovaciones del público.

El vecindario se vestía de fiesta cuando se abrían los balcones del emblemático caserón, pudiendo escucharse a los cuatro vientos los ensayos de los recientes estrenos de las inmortales obras como «Botines viejos», «Nahuel», «La canción» y «Mi credo».

El 11 de noviembre de 1964 fallecía en esa casa, donde fue velado ante un incesante desfile de vecinos y personalidades de todos los ámbitos, constituyendo una gigantesca demostración de duelo, de los habitantes de La Boca del Riachuelo y de la Ciudad, en homenaje a Don Juan de Dios Filiberto, a quien bautizaran como el «Himalaya del Tango Argentino».
                  
Textos y compaginación documentatoria, pertenecientes a la «Fundación Museo Histórico de La Boca«, con la colaboración del periodista Armando Vidal, según fuentes bibliográficas de Don Antonio J. Bucich. Fotografías pertenecientes al Archivo de la Fundación Museo Histórico de La Boca.

ADHESIONES
 
Las adhesiones personales o institucionales que han de prestigiar nuestros fines y propósitos, deben ser dirigidas a la «Comisión Permanente de Homenaje Popular al Célebre Compositor Argentino Don Juan de Dios Filiberto, en el Cincuenta Aniversario de su Deceso y Pro Celebración del Ciento Treinta Aniversario de su Natalicio», por Correo Postal a la calle Lamadrid 431, Código Postal 1159, y/o al Correo Electrónico [email protected] .-

Fotos: El creador de la canción porteña en su armonio y El maestro frente a su casona de Magallanes 1140

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