Mónica, que tal tanto tiempo, aquí estoy de vuelta con otra entrega después de tanto tiempo, estoy en Baires hasta la semana que viene y me llevo un montón de cosas más para escribir. No tenés una idea la cantidad de emails, que gracias a tus páginas me llegan, desde todas partes del globo, eso me da ánimo para seguir escribiendo. Gracias Mónica por este pequeño gran espacio que me diste para reencontrarme con mi presente pasado.
«Querido Saavedra, estoy caminando por tus calles, es una tarde fría de invierno, se me sacude el alma y se me estruja el corazón cuando piso , después de tantos años, Republiquetas, Cramer, Vidal, Núñez, García del Río, en fin esas calles de m i niñez, siempre escribí desde San Juan y hasta donde mi memoria me lo permitía, pero ese sábado fue distinto, hoy es diferente, frente a una Monroe transitada, y esperando encontrarme con uno de mis amigos de antaño, Daniel Milanesi, me transporto al ayer y al hoy, fui caminando despacio, con paso de viejo para llegar como joven hasta la ultima esquina, recordé mi ultimo cumpleaños, 12, en Republiquetas, y cuando pase el umbral de la heladería era el 24 de noviembre de 1972. La foto todavía la recuerdo, reunidos alrededor de la mesa, atrás del negocio del viejo, no podía imaginar que quedarían para siempre esas risas y juegos en las cuatro paredes e mi casa. Fue un diciembre que las persianas se cerraron por ultima vez, la heladería Venezia si iba al barrio de flores y yo no me sentaría más en su umbral a ver pasar las chicas de minifaldas, al viejo Balila, a Recio, jugador de Platense y de River, no vendrían más los pibes de la barra a buscarme para un picado. Hoy todavía veo la foto y la sonrisa de Patricia existe, el porte de gigante de Horacio, un bonachón de aquellos, ¿ habrá sido piloto?, las caras pícaras de Daniel, Carlitos, Pelusa, Edgardo, en fin los cumpleaños se festejaban así, en casa, con los amigos y compañeros, se jugaba, se reía, pero eso fue acabando, las persianas ya no chirriaban al levantarse, el bebedero se secó cual fuente abandonada, y mi mundo que era esa y que llegaba hasta Vidal y Besares se extendió, hasta Deheza y Vidal, Daniel se mudo a Naón y Olazabal, Calitos a Zapiola y Republiquetas ( C. Larralde), y ese encanto de pibes dio suelta a otra etapa de preadolescentes y jóvenes, se acallaron los gritos al balcón de Daniel, Carlitos ya no venía desde la vuelta y la heladería no fue más el centro de reunión.
Cuando terminé de pasar el umbral estaba otra vez en el 2005, muchos años más, más canas, más kilos, y muchos recuerdos, me apené al ver mi colegio, La Asunción, cerrado. Edificios altos reemplazaron algunas casonas y fabricas, solo la heladería, El Garage de al lado, la fiambrería de Yimi siguen casi iguales en la cuadra, sin dejar de recordar a Capitán Galán, la relojería de Duerte, el garage de enfrente del negocio, la ferretería, en fin era una tarde fría y desapasible de invierno, agarre por Vidal hacia Puente Saavedra, iba a ver a otro gran amigo, Carlitos Manteo, me puse las manos en el bolsillo, apreté los puños con un puñado de aire de Saavedra y a pesar clima volví a dejar un pedazo de mi corazón ardiente en mi querida heladería.
Jorge Nadín: El regreso al barrio
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