Inevitablemente y Paciencia, dos trabajos de Susana Guaglianone premiados por la Casa del Tango Alberto Echague de la Municipalidad de Merlo. La entrega de premios fue realizada en la Casa de la Cultura de Merlo, con la presencia de autoridades y se entregaron placas, medallas, libros y el estímulo de seguir escribiendo.
Paciencia
1er Premio en Narrativa 2011 otorgado por la Casa del Tango Alberto Echague de la Municipalidad de Merlo
Era una tarde gris, robada de una letra de Contursi. El almanaque de los años ochenta se deshojaba en el otoño de las figuras esfumadas … de una mujer de pan y lana, y de un hombre de bandoneón, guitarra y ruiseñores.
Era el andén de la Estación de Flores, el alma divisaba alrededor glicinas, emparrados y malvones… como la burla que gimiera Cadícamo… Algunas sombras compartían la espera del adiós que siembra el tren… que Manzi les plasmara en la tristeza de ella y en la nostalgia de él.
Apenas se miraron, el convoy abrió su puerta… los destinos se entregaban…
Ya sale el tren, dijera Rubinstein, y el humo pinta el cielo… Compartieron asiento, ventanilla y silencios…
El corazón de ella padecía la ausencia del amor de su vida, se lo había arrebatado la muerte, y con impertinencia, se había interrumpido una historia de valses y milongas, del mantel puesto en la mesa con la presencia del asado o los ravioles caseros, o los mates con bizcochitos, para compartir en familia… Se había quedado desolada y sin el aire que la había acompañado por más de treinta años… sólo quedaba una vejez truncada, que no iba a ser jamás de a dos.
El corazón de él padecía la añoranza, de las luces de un teatro, de la melodía de los aplausos, de los ecos de su Paciencia, con el Rey del Compás… cuando El Tarta le atragantaba sílabas en la garganta anochecida de una bohemia porteña… latente en el arrabal, y El Hipo de un vino amigo le alegraba las cuerdas vocales, que juguetonas corrían detrás de un lunfardo urbano, del Obelisco… o de Rosario, que había quedado atrás.
Y pensar que en los años cuarenta… ella quebraba su silueta en los brazos del que partiera junto a Gardel … y se dejaba llevar acurrucada a su pecho hasta las nubes de un cielo de Troilo y de Pugliese … y dibujaban las baldosas de Villa Crespo con garabatos de dos por cuatro hasta el infinito… . Y las corcheas que volaban de la orquesta, se posaban en los pies… quemándole la piel… Y trazaban firuletes con los pasos y con los labios… convirtiéndose en una única figura apasionada, en una promesa de un solo latido eterno. Vibraba la voz de un cantor que arrullaba el abrazo de ellos -de ella y del que partiera junto a Gardel, su gran amor de mujer- era la voz armoniosa que se apoyaba en el repiqueteante aullido de un violín que lo guiaba, se mezclaba con el piano, dialogaba con el suspiro del bandoneón… Era el cantor de la orquesta más admirado por ella y por su gran amor. Los dos lo admiraban, lo escuchaban y lo observaban con simpatía compinche, con la simpleza de las fiestas de los clubes de barrio…
El tren se deslizó por sus carriles, había partido de Flores, donde vivía ella y donde había sembrado su cosecha de la mano del que partiera junto a Gardel. Ella había quedado muy sola, rodeada de hijos y de nietos, pero muy sola. El tren la estaba llevando a Merlo. Al lado, en el mismo asiento estaba él, el viejo cantor de tango, el mismo que era cómplice de ellos, cuando la juventud derrotaba lo imposible, cuando los sueños avasallaban las quimeras. El mismo cantor de tango que les regalaba tonadas de romance y fuego, para que puedan bailar juntitos, muy juntos… hasta la muerte.
Yo estaba en la estación, la estaba esperando… a ella y a su tristeza. La vi bajar del tren y me apresuré para abrazarla como cada vez que venía a visitarnos.
Detrás de ella bajó él, con su cansancio nocturno, iría camino a su casa… Llegaron juntos, y ni siquiera se miraron…
Hoy, que han pasado más de veinticinco años, y que ella ya hace un tiempo fue a encontrarse con mi padre, y que el cantor también partió junto a Gardel, un tango de D’Arienzo se escapa de la radio… me perfora la carne, se me mete en la sangre, está cantando Echague… se me inundan los ojos de una tristeza dulce , el tango de mi infancia se vuelve arrullo de cuna…
«¡Los años!… ¡La vida!…¡Quién sabe lo qué!…», acaricio el recuerdo … ¡cómo extraño a mi madre! … mientras Echague dice con resignado fraseo, con la sabiduría paternal del consuelo sencillo : » Paciencia… la vida es así».
Imagen: Estación Flores
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El eco de las voces de los padres de mi infancia,
mi abuelo tano y su regalo de la mar y el vapor
de una canzonetta atragantada en la nostalgia.
El patio de macetones alegres, con malvones y cretonas,
en la tierra y en las caras de las baldosas floridas.
El empedrado de la calle tempranera, mis primeros pasos
en la vereda de todos, de las sillas bajitas de mimbre,
del fútbol callejero, de las vecinas chismosas, entre mate y ensaimadas.
Villa Crespo y el Club Fulgor, templo barrial, historia heredada,
fundado por mis ancestros queridos, cuna de milongas…
donde dejaron las huellas de pies encendidos de ochos y quebradas,
en los mosaicos bailados, quienes me dieron la vida.
El tranvía que cruzaba la vieja plazita Serrano,
y el devenir de mis años, con mi adolescencia en Flores,
la Plaza Irlanda repleta de rock y blues en mi fuego…
Hoy una guitarra eléctrica hizo metamorfósis en el alma,
un bandoneón patriarcal se acongojó en mi garganta,
y miles de versos urbanos lloran pensamientos de familia,
de yo-barriada, de yo-navidades cantadas, de yo-mujer,
de yo-madre, de yo-madre de madre, de yo-poesía sin tiempo,
de yo-añoranza de los sueños nuevos, de yo-madurez insoslayable…
de yo-sangre de tango y de yo- tango en la sangre.
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