Homenaje al Arquitecto e Ingeniero Francisco Salamone en el Espacio Lezama Arte

Miércoles 6 de diciembre, a las 18 h., en el Espacio Lezama, Av. Martín García 346 PB, La Boca, se inaugurará la Muestra «Paisajes Salamónicos» de Ana Sapia y Leonardo Alejandro Fortunato y el comienzo de Ciclo de Cine «Salamone 120» con films presentados por su director Andrés Tórtola.

Espacio Lezama Arte es la galería del Palacio Lezama (ex fábrica de bizcochos Canale) dependiente del Ministerio de Desarrollo Urbano y Transporte del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. 

El Espacio Lezama Arte, conmemorando el 120° aniversario de su nacimiento, le rinde homenaje al arquitecto e ingeniero Francisco Salamone, quien desarrolló una serie de monumentos de características excepcionales en la Provincia de Buenos Aires durante la década del 30.

Se presentará la exhibición «Paisajes Salamónicos» de Anabella Sapia y Leonardo Fortunato, con curaduría de Cecilia Medina y en el marco de Pantalla Lezama, el ciclo de cine denominado «Salamone 120» en donde proyectaremos el film «Las minas del rey Salamone» de Andrés Tórtola.

Estos eventos se realizarán el 6 de diciembre en Hall y Foyer del Salón Independencia, ubicado en Av. Martín García 346 con el siguiente cronograma: 

  • 18 horas: Café de recepción.

  • 18.30 horas: Proyección del film «Las minas del rey Salamone» con charla posterior a la exhibición de su director Andrés Tórtola.

  • 19.30 horas: Vernisagge de la muestra «Paisajes Salamónicos» de Anabella Sapia y Leonardo Fortunato.

Espacio Lezama, emplazado dentro del Distrito de las Artes, en la ex Fábrica de Bizcochos Canale, donde se desarrollan muestras con artistas plásticos reconocidos y emergentes, que traten sobre temática urbana.

Facebook /EspacioLezamaArte 

Arquitecto/Ingeniero Francisco Salamone
(fuente: http://argentear.com/francisco-salamone-arquitecto-la-piedra-liquida-recorremos-obra/)

Francisco Salamone D’Anna, nació el 5 de junio de 1897 en Leonforte, Sicilia, Italia. 

Arribó a nuestro país en 1903 junto a sus padres y hermanos. Concluyó sus estudios como Técnico Constructor en la Escuela Industrial Otto Krausse. 

Poco después comienza arquitectura en La Plata, Posteriormente se radica en Córdoba donde trabajó junto a sus hermanos, en la construcción y pavimentos mientras estudiaba en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad Nacional de Córdoba, graduándose como Ingeniero Arquitecto primero e Ingeniero Civil posteriormente. 

En 1919, gana dos medallas por sus diseños en exposiciones internacionales de Milán y Barcelona (también incluía esta información en sus sellos). 

Tuvo una breve militancia política: fue candidato a senador provincial en 1923, pero luego de perder se aleja del Partido Radical y de las arenas políticas). 

Se inscribe en la Sociedad Central de Arquitectos porteña pero se mantiene al margen de la actividad intelectual y social de sus colegas. 
En 1924, sale segundo en un concurso para el diseño de carátula de la revista de la SCA, pero no le publican el material pese a que era tradición publicar siempre todos los trabajos premiados.

En 1925, a los 28 años se casa con Adolfina, hija del cónsul británico en Bahía Blanca José Croft, relación que luego le abriría las puertas a su obra más importante.

En 1926, genera un escándalo en otro concurso, esta vez para la construcción de la Bolsa de Comercio de Rosario, donde el proyecto ganador es, según Salamone, un calco del Banco de la República de Uruguay, donde el jurado era sugestivamente el mismo que en el concurso de la Bolsa de Rosario. Salamone acusa de fraude al jurado (integrado por la cúpula de la SCA: el presidente Coni Molina y el arquitecto Christophersen) y la SCA amenaza con echarlo de la institución. No se sabe bien por qué el asunto no pasa a mayores, pero la relación queda francamente deteriorada: desde entonces, las únicas comunicaciones entre la entidad y su asociado son una serie de reclamos por el pago de la cuota que culminarán, unos años después, en la decisión final de Salamone de quitar de su tarjeta y papelería el título de arquitecto. Pero antes de eso tiene lugar un drástico golpe de suerte que cambiará la vida del joven siciliano: se muda a Buenos Aires y aquí conoce a un caudillo nacionalista de Avellaneda devenido gobernador de la provincia por su estrecho vínculo con el golpista Uriburu: Manuel Fresco.

En 1935 se instala en la ciudad de Buenos Aires donde realizó un edificio en Av. Alvear esquina Ayacucho.

Interviene en planes de obras públicas de la Provincia de Buenos Aires, durante la Gobernación de Martínez de Hoz, y luego por contratación directa, durante el mandato de Manuel Fresco.

En 1936, el gobernador Fresco (un hombre cuyas simpatías fascistas lo llevaban a saludar públicamente con el brazo en alto, además de ensalzar sin pudor al Duce), decide encarar un ambicioso plan de edificaciones en los 110 municipios de provincia, para «dignificar el perfil oficial y paisajista de la región». Mientras el «patricio» ministro de Obras Públicas José María Bustillo adjudica a su hermano, el arquitecto Alejandro Bustillo, la magna tarea de urbanizar la playa Bristol en Mar del Plata, queda para Fresco el enorme patio trasero que era el sudoeste de la provincia, y éste elige a Salamone para «consolidar urbanísticamente» todos aquellos humildes asentamientos que, hasta los años 30, seguían siendo sucedáneos de los fortines defensivos que se habían levantado a fines del XIX para protegerse del indio, o bien habían nacido como puntos intermitentes de concentración sembrados cada cincuenta kilómetros por la avanzada del ferrocarril.

El gobernador Fresco le encargó la construcción de más de 60 obras públicas en 14 delegaciones de la provincia de Buenos Aires, que construiría en tan solo 4 años (1936-1940). 

Las obras de Salamone se centraran en tres instituciones-eje en la vida de los pueblos pampeanos, como cementerios, mataderos y municipios. El gran aliado material de Salamone en esta tarea fue el hormigón (llamado por entonces «piedra líquida»), una innovación que permitía no sólo conquistar las alturas sino de elocuencia hasta entonces inimaginable. A eso le sobreimprimía revoques lisos y uniformemente blancos (el color democrático, además de económico). También se encargaba obsesivamente del diseño de los interiores, combinando siempre geométricamente pisos de granito (que venía de las canteras de las sierras pampeanas), con aberturas de hierro, metales cromados y opalinas en los artefactos lumínicos y carpinterías en nogal. Los baños eran de diseño igualmente funcional y luminoso, con azulejos de piso a techo y griferías sin molduras innecesarias (vale aclarar que, en el caso de los muebles, sus diseños no eran especialmente felices, ni en innovación ni en comodidad, como puede verse en la silla oficial del intendente de Laprida, cuyo respaldo altísimo repite los trazos de la torre que remata la sede municipal).

La tremenda ironía es que, mientras Bustillo se dedicaba a inaugurar en Buenos Aires el tedioso edificio del Banco Nación, que según sus propias declaraciones a la prensa «fijaba el punto de partida del Estilo Clásico Nacional Argentino» (sic), las demenciales moles de hormigón de Salamone se alzaron en localidades ínfimas, además de perdidas (en la mayoría de los casos su población no alcanzaba al millar de habitantes, como Salliqueló, Urdampilleta, Saldungaray, Puán, Laprida, Lobería, Cacharí, Carhué o Carlos Pellegrini), casi «a espaldas» del progreso pretendido prepotentemente por el gobernador Fresco. 

Con la intervención que hace Castillo a la gobernación provincial en 1940, queda interrumpido de cuajo el proyecto urbanístico de Fresco. 

Salamone sigue trabajando para el gobierno, pero en las provincias del Norte, con la empresa de pavimentación que había creado con uno de sus hermanos, y dedicado exclusivamente al trazado de caminos (misteriosamente, se abstiene de encarar toda edificación). Las nuevas autoridades lo fuerzan, poco después, a exiliarse de apuro en Montevideo, acusado de irregularidades en su relación con el gobierno provincial (aquí nuevamente discrepan los estudiosos, pero el proceso judicial no se debe a su relación con Fresco «si bien el caudillo provincial no sólo salteó siempre a la Dirección de Arquitectura a la hora de contratar a Salamone, sino que además le aplicaba un sistema «especial» de liquidación» sino por una de las licitaciones de caminos en Tucumán). Lo cierto es que, luego de casi tres años de proceso, Salamone es sobreseído y vuelve a Buenos Aires, «reivindicado su buen nombre».

Hasta su muerte, en 1959, Salamone tuvo una tertulia vespertina en su palacete de la calle Uruguay al 1200, frecuentada por el historiador Levene, el inefable Arturo Capdevilla (a quien algunas maestras de escuela aún deben definir como escritor) y un monseñor Lafitte, entre sus miembros más conspicuos. 

Si bien después del exilio su actividad profesional se mantuvo acotada a la empresa de pavimentación (suprimiendo el título de arquitecto de sus sellos y ahora participando sólo de licitaciones de vecinos, no estatales), hay al menos dos edificios en Buenos Aires que llevan su firma, aunque el tiempo se encargó de anonimizarlos, cada uno a su manera: a uno de ellos, ubicado en la esquina de avenida Alvear y Ayacucho, le sacaron la placa con su firma cuando le blanquearon la fachada; el otro, en la calle Zufriategui, que fue sede de su empresa de pavimentación, corrió suerte similar al quedar bajo la sombra de la unión de las avenidas General Paz y Libertador cuando se construyó el puente de la Lugones.

En la década del cincuenta parte de su familia se radica en Mar del Plata donde construyó, quizás su última obra, una casa en Rawson y Tucumán.

A causa de la diabetes y ocho infartos su salud se deterioró para fallecer finalmente a los 62 años el 8 de agosto de 1959 en el más absoluto de los anonimatos.

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