Tengo en verdad algunos relatos más de mi pasado, pero mi hermano me remitió este dibujito cuyo original se guardó él sin yo recordarlo.
Es un esquema de mi cuadra, la de Céspedes al 3400 entre Álvarez Thomas y Delgado, lado impar, retratada por mi mano y mi memoria.
Este dibujo representa mi recuerdo de lo que fue Céspedes al 3400 (lado impar), es decir la cuadra donde yo nací y crecí, en el tiempo que yo vivía casi tanto en la calle como dentro de mi casa.
Esa imagen es la que retengo del tiempo anterior a la construcción de departamentos, es decir con las casas originales, tal como habían sido construidas.
Lo que puedo recordar además de la imagen – y con mucho cariño y nostalgia- es a la gente que vivía tras esas fachadas.
La esquina con Álvarez Thomas era comercio y vivienda, y de los muchos rubros que allí funcionaron yo recuerdo que -con un mismo dueño- funcionó una zapatería, luego una funeraria, y más adelante una pescadería, aunque también para fin de año, el hombre vendía juguetes, y más adelante ya con otro locatario fue verdulería y carnicería. Actualmente: una agencia de venta de autos.
Le seguía una casa donde vivían las tías de unos amigos, y además una familia cuyas hijas eran todas muy lindas, aunque sólo retengo el nombre de Graciela; (me encantaría saber que fue de cada una de ellas). Su padre, durante un tiempo tuvo una motocicleta, y nos llevaba a dar una vuelta manzana a los chicos de la cuadra conocidos.
En el siguiente predio, donde hoy existe un edificio de 7 pisos, vivían 3 familias, pero a la que mas recuerdo es la que daba a la calle: Hernando. Tenían 2 hijas y un hijo. De las hijas, María del Carmen o Pocha era muy amiga de mi hermana, y a mi me gustaba mucho. Sabedores que mi comida preferida eran los ñoquis, me invitaban a compartir su mesa cuando su madre los hacía.
La casa siguiente, la de Don Facundo, un español ya mayor cuando lo conocí, siempre con su boina y sus tiradores y un bastón de madera – hoy casa remodelada y ampliada con una planta más – retengo de allí, cuando una tarde mientras jugábamos sentimos un estruendo y vimos salir polvo por la ventana del cuarto de este hombre. Se había venido abajo el cielorraso completo de ese cuarto que daba a la calle, y don Facundo en su cama con toda la estructura a menos de 60 centímetros de su cara llena de yeso. Se salvó porque soportaron el peso la cabecera de su cama de bronce, el ropero con espejos y la ventana que casi siempre tenia abierta.
La casa que le sigue también modificada en más de una oportunidad, era de alquiler y durante años vivió allí mi querido y recordado amigo Roberto Nicolás Di Pinzio y su familia, amén de otra familia que años después se mudarían ambas a la casa contigua a la mía. De esa casa recuerdo el patio del frente adonde solíamos ingresar en tardes de calor o carnaval para servirnos de una canilla que estaba en la medianera. En sus fondos un típico patio porteño que incluyó durante años limoneros y gallinas.
Después vivirían allí la familia Larrea y una tía de las chicas (Mirta y Bety) que más adelante terminarían mudándose a Mar del Plata.
En la casa que sigue, pueden verse 2 puertas. La primera daba a un patio de uso común compartido por las familias Gómez y Bivaqua. Los primeros con 2 hijas, una de ellas Cristina de mi misma edad, el igual que Mirta Larrea. En la parte trasera los Bivaqua cuyos hijos Liliana y Horacio, este ultimo muy amigo de mi hermano. De esta familia en particular recuerdo que eran gente de excelente humor y su madre cocinaba como los dioses. Mi hermano también solía ser invitado a comer con ellos y siempre comentaba lo rico que había estado.
En la siguiente puerta que daba a uno de esos interminables pasillos se llegaba a la casa de una señora que ya conocí mayor y cuyo nombre no retengo ahora, que siempre vi como una mujer sumamente educada, sería, que vivía con otra señora que imagino podría ser su hermana.
La casa de Moure, la que sigue, que en su momento era una réplica espejada de la siguiente casa (tengo entendido que este tipo de viviendas fueron de las primeras que se construyeron con fondos del Banco Hipotecario Nacional y que formaban parte del Plan denominado «Casa Baratas»). Hay una foto aérea de la Capital Federal que es de las primeras armadas completas, y que podía verse en el Museo Aeronáutico de la Fuerza Aérea en Aeroparque, donde ya se ven estas mismas casitas, datando la foto de 1927.
Cuando demuelen esta casa se construye el primer edificio de departamentos, de 7 pisos también, de ese lado de la cuadra.
La siguiente casa, donde vivía Don Manuel Ferrería y sus hijos, tuvo modificaciones varias y vivió durante años tal como mencioné antes Roberto Di Prinzio, y la familia Galeano (Don Pancho, doña Palmira, Cacho y su otro hermano cuyo nombre no recuerdo).
Le sigue la casa donde nací. Que fue casa y también Clínica obstétrica (Santa Rita) donde nacieron muchos chicos del barrio incluidos mis amigos.
Esa casa también data de 1927, fue construida por el Arquitecto Goñi cuyas hijas -unas rubias muy lindas que aparecían durante los veranos – eran admiradas por mi padre que por ese entonces vivía a pocas cuadras de allí, y solía juntarse con sus amigos en la esquina de Alvarez Thomas y Céspedes, precisamente donde hasta hace muy poco funcionaba un almacén.
Después de Goñi vivieron los Kornetz que sufrieron un robo que dejó como huellas las roturas en una de las puertas de un cuarto chico que daba a la calle, y por esa razón decidieron venderla. Mis padres la compraron en 1948, y perteneció a la familia hasta 1998. En otro envío puedo relatarle alguna de las tantas anécdotas de hechos ocurridos en esa casa. Creo que muchos de los de mi generación que vivieron por el barrio la recordarán no sólo en algunos casos porque allí nacieron sino por todos los juegos y reuniones que solíamos llevar a cabo en sus jardines y fondos (donde habíamos fundado el «Dorado Sporting Club» con varios chicos del barrio).
La siguiente casa, también ahora remodelada, pertenecía en ese entonces a la familia Juarros, con 2 hijos: Luisita y Adolfo. Este último, un radioaficionado, muy serio siempre, que solía encerrarse en un cuarto de la terraza del cual salía una antena de cable de cobre para su pasión. También tenía como hobby la cría de abejas, de cuyos panales salieron en una ocasión varias que me picaron siendo yo muy chico dejándome la cara y brazos hinchados. De Luisita recuerdo que tenia hermosos ojos y solía columpiarse en su jardín en una hamaca de la cual solo podíamos ver las cadenas pendiendo de un armazón de acero.
Le seguía la anteúltima casa, que todos conocíamos como la «casa de la quemada» porque vivía allí una mujer que posiblemente haya padecido vitiligo porque su piel se veía con notorias manchas más claras. Esta señora vivía con su esposo y un enorme perro ovejero (Tartufo) que parecía divertirse saltando sobre la puerta y ladrando en la oreja de quien pasaba distraído. Ella era muy particular, y de tanto en tanto podía vérsela regresando de algún mercado con una enorme bolsa de arpillera en la que traía la comida, haciendo equilibrio sobre su cabeza.
En la ultima casa hubo antes otros moradores pero yo los que recuerdo eran un matrimonio que tenía un hijo, menor que yo, que se llamaba Pablito. se mudaron años más tarde a solo 2 cuadras de allí.
Más allá de esta rápida descripción de una «fotografía» en el tiempo, lo que en realidad retengo con mayor cariño es que en aquellos años nos conocíamos casi todos. Existía un sentido comunitario de la vecindad diferente, que se fue perdiendo con el anonimato que brindaría años después el contar con 20 o más familias en un edificio donde antes solo vivían una, dos o a lo sumo 3 familias.
La vida tenía otro ritmo, los ruidos y los olores eran otros. Había más plantas y más verde en los fondos y en algunos frentes. La calle era un espacio público que se vivía con intensidad y hasta se disfrutaba. En verano mucha gente se sentaba en la vereda a conversar o simplemente a ver pasar la vida. Muchas cosas se hacían manualmente como el encender las luces de la calle (y apagarlas al siguiente día), los barridos y lavados a veces a diario de las veredas; eran otros los sonidos de los comerciantes, desde el flautín del afilador, la corneta del vendedor de pan, el grito del florista o el del botellero. La tracción a sangre no estaba aun prohibida y muchos de los comerciantes se valían de caballos para mover sus mercaderías, como el gigantesco carro colmado de canastos, escobas, sillas y plumeros del recordado mimbrero.
Era Buenos Aires de finales de los cincuenta, donde nadie hablaba de dólares, de inflación, o riesgo país. Pocos tenían un televisor y la radio era el medio de información y distracción masivo con novelas e historias contadas. Una Argentina mucho más inocente, desconocedora de su potencial, generosa con los inmigrantes, ilusionada con un futuro superador.
Así recuerdo yo aquella calle cuando miro ese dibujito.
Recuerdos de Buenos Aires, Guillermo E. Barrantes, Ushuaia, 2008