La ropa que elegimos, nos refleja, señala nuestro deseo de seducir, de decir quiénes somos o que soñamos ser, nos identifica a un grupo, profesión o categoría, responde a múltiples códigos personales o sociales.
En términos más amplios y más allá de su aparente intrascendencia o frivolidad, la moda define estéticamente una época, se manifiesta en lo efímero, pero alude a lo esencial.
Históricamente la moda se basaba en una creación de lujo, que consumían las clases altas y una producción en serie y económica que imitaba los modelos de alta costura y era consumida por las clases más bajas.
En la modesta y plebeya colonia del Río de la Plata de 1776, prevalecía la influencia española con la mantilla, la peineta “teja” y el rebozo y los estilos borbónicos en la indumentaria masculina. Durante mucho tiempo las señoras se vestían “a la española”, según cuentan muchos viajeros ingleses, eran elegantes y “airosas”. En general los vestidos de las damas, eran de seda clara y algodón con gran cantidad de encajes, no usaban gorros o cofias, dejando suelta su abundante cabellera.
Usaban gran cantidad de enaguas, que pasaban la rodilla terminada en un vuelo de encajes. Usaban también una especie de chaqueta de terciopelo muy armada, abrochada adelante con lazos primero y botones después, con largas puntas que caían alrededor de la enagua y de cuyos extremos colgaban perlas y una capa de gasa o de genero de algodón muy fina, que llegaba hasta el suelo, en ocasiones lo prendían a un costado con un broche de piedras preciosas, con el cual se cubrían y descubrían, según la ocasión.
Este paño de seda medía una vara y media de largo. Se usaba cubriendo la cabeza y el cuello cayendo sus extremos sobre el pecho. Para sostenerla no empleaban broches, sólo lo sujetaban graciosamente con la punta de su abanico, (sin el cual ninguna porteña salía jamás, lo empleaba con gran destreza para ocultar sus lindos ojos o descubriendo el rostro según la circunstancia). El tocado de gala de las señoras distinguidas lo completaba una gran mantilla de encaje.
Usaban además, (según la ocasión) gran cantidad de chales livianos y muy largos con los que se cubrían la cabeza si bajaba la temperatura y los bajaban a la espalda cuando los rayos del sol lo ameritaban. Las clases humildes sirvientas, criadas o esclavas usaban “el rebozo” de tela de bayeta, con mucha frisa, casi siempre de color pasa, medía dos varas y media de largo por una de ancho, muy útil en las crudas noches de invierno.
El traje de iglesia era siempre de seda negra, con medias de seda blanca y botines de satín también blancos, con la infaltable mantilla negra.
Nos dice Bárbara Brizzi «Para principios del siglo XIX España estaba ocupada por Francia, gobernada por el emperador Napoleón. Por lo tanto, la moda “imperio” era la que había llegado a estas tierras, donde (según se conoce a través de los relatos de viajeros) se seguía con bastante rigor. Las distintas clases sociales, como en la actualidad, vestían según los usos de cada momento, los menos pudientes con telas y hechuras más baratas. Tenían aún las mujeres de clase alta, muy pocos vestidos, e incluso éstos eran recibidos en herencia de madres a hijas. Por tanto, su afirmación era a través de la coquetería y los modales”. En un principio, cada señora confeccionaba sus vestidos y hasta sus zapatos que eran de tela con suela de badana. Los desposeídos (esclavos, pordioseros, marginales), por supuesto, quedaban fuera de estos menesteres.
De ahí que ante la imposibilidad del cambio frecuente prefirieran la calidad. Esto también permitía que las clases de menores recursos pudieran vestirse adecuadamente y que las clases sociales más elevadas no fueran muy exigentes y se conformaran con lo que ofrecía el comercio rioplatense. Por eso, la vestimenta en ese momento no estaba asociada al prestigio de la clase.
Además, madres e hijas se ejercitaban en las labores de costura, cortando y cosiendo sus propios vestidos, tarea que empobrecía el lujo de los conjuntos. “Toda la gente común y la mayor parte de las señoras principales, no dan utilidad alguna a los sastres porque ellas cortan, cosen y aderezan sus batas y andarieles a la perfección, porque son ingeniosas y delicadas costureras”, relata Concolorcorvo.
“Las mujeres que no cosían su propia ropa podían comprarla, según su condición social, en las tiendas de ropa o en las pulperías, donde se vendían faldas de bayeta de fuertes colores, enaguas de lienzo blanco, jubones y pañuelos para el cuello”, dice Susana Saulquin.
La moda se acercaba a los estilos clásicos grecorromanos, es decir, vestidos muy claros, de muselina transparente, de colores claros, de linón o seda, en forma de vaina que usaban en invierno y en verano. De los grandes escotes cuadrados partían frunces que eran recogidos por una cinta debajo del pecho“ resultando vestidos angostos, de medio paso, sencillos y de gran refinamiento. Hacia 1820 las damas acompañaban el conjunto, con un abanico, mantilla y flores naturales en el peinado.
Cuenta Thomas Love, que las damas sufrían del “mal de la muselina”, (seguramente bronquitis de hoy) porque los vestidos eran tan livianos, que en las tertulias de invierno, “se juntaban varias niñas en un sillón para darse calor”. Se calentaban con braseros y también aspiraban el monóxido de carbono, que el carbón emanaba.
La moda entra en el Río de la Plata a mediados del siglo XIX, cuando aparece un sistema de producción y difusión (desconocido hasta el momento) a causa de la Revolución industrial. Inglaterra ya abastecía al puerto de Buenos Aires de telas y manufacturas que poco a poco cubrirían todas las necesidades del mercado rioplatense y provocarían el empobrecimiento de las economías provinciales.
En el libro Historia de la vida privada en la Argentina, Mariquita Sánchez cuenta, por ejemplo, que era común ver a los pobres con los pies desnudos, de dónde proviene el término chancleta: «La gente humilde andaba descalza (…) Los ricos daban los zapatos usados a los pobres y estos no se los podían calzar, entonces entraban lo que podían del pie y arrastraban lo demás».
Después de la revolución de mayo la moda femenina, importó el lujo francés iniciando, hacia 1815, una influencia gradual que desplazaría a la española y que tuvo sus años de mayor apogeo a partir de 1870, cuando la inmigración y la riqueza del país hicieron posible un lujo hasta entonces desconocido.
Los habitantes de Buenos Aires, plebeyos y sin títulos de nobleza se fueron convirtiendo, negocios y contrabando mediante, en una activa clase media, de la cual emergió una pretenciosa clase alta que disfrutaba de “ir de tiendas” con un doble propósito: revolver telas y vestidos recién llegados de Londres, París, Lyón y Manchester y concretar un noviazgo.
En un polo, la industria y la moda europea y en otro, la confección, adaptación y uso de esos modelos, con la irrupción de creaciones propias como la vestimenta rojo punzó, de los años de Rosas y los descomunales peinetones de Masculino, de 1832.
Don Manuel Mateo Masculino instala locales de venta y fabricación de peines, peinetas, en Buenos Aires y Montevideo y comienza a hacer maravillosos peinetones, finamente tallados en carey y hueso con incrustaciones de nácar y oro, de gran tamaño, (algunos alcanzaron a medir 1,20m).
Este es el gran aporte a la moda que se hace en estas costas, porque esto no se vio en Europa.
Dice la museóloga Bárbara Brizzi, “Buenos Aires estaba muy ligada a España, desde donde llegaban todo tipo de noticias, incluidas la de la moda”.
Los peinetones fueron creciendo poco a poco hasta convertirse en “verdaderas jaulas” los miriñaques y volados eran lo último de la moda.
Explica Saulquin, que para 1830 hacen su aparición los vestidos de tarde y paulatinamente, los modelos para distintas ocasiones. La diversificación de estilos se completó después de 1860: “En 1837 apareció el periódico La Moda en donde escribía Juan Bautista Alberdi, que divulgaba las distintas usanzas en nuestro país. Tiempo después, comenzaron a llegar modistas y sastres de España y de Francia y hacia mediados de siglo XIX ya se podían conseguir en estas tierras, los catálogos y las revistas españolas, como ”La moda elegante” que incluía moldes detallados e instrucciones precisas para confeccionar las prendas, bordados y manualidades”.
En los años de Rosas la moda era “americana” y se declaraban como “gringas salvajes unitarias”, a todas las señoras que usaran hojas verdes, confeccionadas por la famosa modista Madama Ristorini.
Las damas se veían obligadas a usar en sus cabellos el moño punzó del lado izquierdo de la cabeza como distintivo federal.
Se dice que al salir de la iglesia, la dama que no tenía su moño punzó, la mazorca se lo “pegaba” con alquitrán en el cabello.
“Con el comienzo de la sociedad industrial, en 1860, también los hombres renuncian a los pantalones “chupados” de vestir y adoptan un traje más acorde con una sociedad que tenía entre sus obsesiones la producción«. Los caballeros, en consonancia con la Revolución Francesa y su “estilo de la simplicidad”, tomaron distancia de la moda francesa y adoptaron las tendencias de la moda inglesa hacia una cierta uniformidad: chaqueta larga, muy entallada, de color oscuro con faldones separados y pequeño cuello con solapas, ceñido pantalón blanco y botas de caña semi altas. “Para los días de frío se abrigaban con tradicionales capas, largas como las españolas y anchas como las francesas y largos y entallados “redingotes” con doble hilera de botones.
El sombrero de fieltro de copa alta y ala ancha escondía un peinado corto y ligeramente enrulado, usando algunos largas patilla como las de Juan Martín de Pueyrredón, Facundo Quiroga y José de San Martín”, detalla Susana Saulquin.
Mas tarde, adoptan la chaqueta o frac, corta por delante y con largos faldones atrás, de color azul, negro, gris oscuro o café.
“La fantasía quedaba reservada para el corte y los materiales de los chalecos que se confeccionaban en piqué blanco, en terciopelo o seda negra, azul o verde y se cerraban en botones dorados.
Las camisas, bordadas y con pliegues, mostraban un refinamiento que ya anunciaba el romanticismo”, escribe la experta.
Para Susana Saulquin hasta 1860 las costumbres criollas eran muy sencillas. «A partir de entonces, con la inmigración y el accionar de la generación del ´80 hubo un fuerte desarrollo económico que influyó directamente en la forma de vestir. El lujo se instaló y fue en aumento hasta la crisis de 1929».
Un dato interesante, en el Museo Histórico de la Ciudad de Buenos Aires se conserva el único vestido de Remedios de Escalada que no fue quemado debido a su enfermedad.
“El vestido es de linón bordado en punto beauvais, con trabajo de pequeñas lentejuelas doradas recamando el bordado; el escote es redondo y las mangas cortas tienen forma de globo. De talle no demasiado alto parte una falda que reúne los frunces en la delantera y se ven claramente en el ruedo los pesos que les colocaban para que no se levantaran al caminar”, describe Saulquin, que especula que el vestido fue confeccionado en una fecha cercana a su muerte (3 de agosto de 1823) “ya que los talles altos fueron lentamente bajando y buscando su lugar natural hacia 1825”.
Bárbara Brizzi (coordinadora del Museo del Traje en Buenos Aires) dice que, los cambios en la vestimenta están íntimamente relacionados con las transformaciones sociales, políticas, económicas y culturales de una sociedad. «Desde luego que no siempre fueron tan rápidas como las de hoy. Esto está estrechamente relacionado con la velocidad en la difusión de las noticias y los sistemas de fabricación de telas, telares, etc. y de confección de prendas por ejemplo, aparición de la máquina de coser«.
Mabel Alicia Crego – Maestra Secretaria
Docente JIC 4 d.e. 6º
FUENTES:
- “Cinco años en el Río de la Plata “un inglés (Thomas Love)
- La moda en la Argentina, de Susana Saulquin;
- El lazarillo de los ciegos caminantes, de Concolorcorvo;
- Buenos Aires y Montevideo, de Emeric Essex Vidal;
- El 80 y su mundo, de Noé Jitrik;
- Costumbres y costumbrismo en la prensa argentina desde 1801 hasta 1834, de Paul Verdevoye
- “La sociedad de Antaño” de Octavio Ballota.
- “Recuerdos del Buenos Aires Virreynal” de Mariquita Sánchez de Thompson.
- “Historia de la moda Argentina “de Susana Saulquin.
- Entrevista a la Museóloga Bárbara Brizzi coordinadora del museo del traje.
- “La mujer Argentina “de Héctor Iñigo Carrera.
- “Buenos Aires” de Manuel Bilbao
Imágenes y fotos del museo del traje y de internet