Hermosa tarde de verano. Los paraísos y fresnos que engalanan Boedo con su verde esperanza, cobijan a los gorriones, compañeros infaltables del arrabal mistongo.
Cierro los ojos y ahí están los pibes de Castro, que al igual que los pajaritos andan revoloteando a la hora de la siesta. La cosa era ser libres como los gorriones que andaban picoteando de aquí y de allá, jugar y jugar. Carrera de autitos, y ahí estábamos, aprovechando la soledad que genera la hora en la que arrecia el calor, toda la vereda nuestra.
La pista elegida, era la vereda de Luisito, la única de la cuadra que tenía baldosones lisos. Gálvez, Fangio, Froilán, estaban representados en las máquinas de cada uno de los niños participantes. No faltaba algún excéntrico, que eligiera ser Villoresi, Farina o Ascari.
Te cuento, cuando el doctor Pugliese me extrajo las amígdalas, me llenaron de helados y regalos. ¡Qué tipo el tordo! Afincado en Luna al 100, Parque de los Patricios, era el médico de la familia. Te decía, de la operación y de los obsequios. Lo raro que al día de hoy, después del devenir de la vida, me acuerdo de solo un regalo. Un autito simulando a un turismo carretera rojo, que papá me lo trajo al caer la tarde de vuelta del laburo. Mirá que mamá me habrá hecho regalos, pero, solamente recuerdo mi autito rojo. Le puse masilla y a la pista. La cosa era balancearlo y darle peso para que no volcara y dirigirlo con destreza en el momento de la competencia.
En una tarde de esas que no se empardan, en plena competencia, a un par de gorriones se les ocurre dar la araca. La ingenuidad de los animalitos no era correspondida por la cultura arraigada en la ciudad, la hondera o gomera siempre presta.
La cuestión era conseguir un trozo de madera en forma de Y. A los extremos superiores, ajustarle bandas de goma que las uníamos a una bolsita inconclusa en la que encajonábamos la piedra mortal, estirábamos y ahí tenemos nuestra arma casera.
Motivo de fabricación, defensa de un supuesto ataque de un enemigo inexistente o la caza de los inofensivos pajaritos que deambulaban embelleciendo y alegrando nuestra ciudad. Bueno, en realidad, todo era apronte, pues nadie embocaba a ningún gorrión, que, como te dije, era el tipo de pájaro que paseaban tranquilamente por el barrio de Boedo.
Gorrión pájaro proletario, que no es vistoso como un cardenal, ni tiene el canto melodioso de un jilguero. Humilde él, eligió, entre los barrios a frecuentar a nuestro Boedo, arrabal. Y será, que por ser un pájaro bochinchero, se entreveraba con los purretes como uno más de la barra. Además, quién no tuvo como colado, a uno picoteando algún resto de comida por esas casas de patios abiertos al sol de Boedo.
La realidad nos marcaba que los gorriones, no jodían a nadie, y formaban parte de la cotidianidad, al igual que las mariposas, pero los pibes, con el aval de los mayores, nos empeñábamos en destruir a unos y a otros.
La cuestión que el bochinche de los gorriones apareció de repente, la alegría que desparramaban, no fue correspondida, y aparecieron las gomeras. Todos apuntaron, todos tiraron, solamente, el quía a un gorrión embocó.
Malherido movía las alas sin poder elevarse. La hazaña se transformó en mezcla de dolor propio por el dolor del otro y de imputación por la maldad humana. El pobre me miraba y sus ojos preguntaban ¿por qué? Cuando uno es pibe, cuando la mano viene fulería, solo atina a ir a buscar a los papás, no fui la excepción.
El viejo, haciendo como una cama con sus manos, levantó al gorrión y lo llevó para casa. – es macho – ¿cómo lo sabés papá? – pues tiene un mechón negro en la garganta ¿andaba a los saltos o volaba? – a los saltos – entonces es un gorrión, pues los canarios generalmente vuelan. Malherido, Papá le hizo las primeras curaciones.
Cuando apareció Manolo, tal el bautismo al gorrión capturado, en casa habitante exclusiva era La Rubia, nuestra mimada gorriona. La misma moraba en una hermosa jaula rosa. Parecía una irrespetuosidad hacia la mina hacerle compartir la jaula, de la que era reina y señora. Ahí estaba la hembra, que lo fichaba en silencio. De su garganta color amarillo, al igual que el vientre, no se escuchaba dejo de solidaridad, pero, tampoco de reproche. Revolviendo en el cuartito del fondo, apareció una jaula del tiempo de ñaupa. Color indefinido, media chicuela, pero apta para superar el trance, total Manolo andaba todavía medio boleado, apoliyaba y morfaba.
El tiempo que casi todo lo cura, también lo hizo con Manolo. Un día esplendoroso en que el sol caía a pleno sobre el patio de casa, tímidamente, comenzó con el chamuyo característico. Con los días se transformó en parlamento, pues, La Rubia, que en silencio había convivido, empezó a darle bolilla animadamente desde su pituca jaula.
La cura fue acelerada, y Manolo, gorrión anarco, revoloteaba dentro de la jaula buscando la libertad que autoritariamente le habíamos choreado.
Fruto de una larga charla con el jovato, se decidió darle el alta a Manolo. Un domingo primaveral, se procedió a la operación dignidad. Viérase al quía asomando la cabecita. Miró para un lado, luego al otro y partió. Voló unos metros, se detuvo, giro, a La Rubia fichó, y un gorjeo de su boca salió. Ésta le respondió y satisfecho, en busca de la libertad partió.
La primavera fue progresando, el clima templando y el cuadro, con los paraísos brotando y los gorriones alborotando, se fue completando. Sin embargo el canto de La Rubia bochinchera, desde la partida del Manolo, se fue apagando. La lechuga y el pedacito de zanahoria que tanto le agradaba, las fue dejando. Es que había partido su amigo, compañero ¿y algo más?
Enero, los mismos chicos, el mismo lugar y mi autito rojo a mitad de pelotón. Pintura del pasado trasladada al presente, y también reapareció Manolo, mi gorrión, el del viejo, y, desde ahora, de todos los pibes. Y se acurrucó en mis manos, al igual que el día de la cobarde agresión, como queriéndome decir, te perdono. Lo cobijé un rato, los pibes se acercaron y el gorrión partió.
No lo volví a ver en un par de estaciones. Una mañana de esas que no se olvidan, oigo lo deseado, a La Rubia emitir su bullanguero sonido. Estaba alegre la mina ¿por qué será?, ¡la primavera quizás! que está golpeando para entrar, y empecé a investigar. Era domingo temprano, la paz reinaba, los sonidos en su esplendor. Por ahí se me entremezclan cánticos, afirmo, “hay más de uno”. La pesquisa continúa, los sonidos vienen del alero, entre las tejas. Era un proyecto de nido y el artífice laburante, nuestro Manolo. El que te jedi venía a saldar la asignatura pendiente; La Rubia.
Parece, que durante la estadía recuperatoria, habían echado migas. El Manolo comenzó a revolotear alrededor de la jaula de La Rubia, fichaje va, fichaje viene, y chamuyo compartido.
No hubo mucho que meditar La Rubia en libertad debe andar. Pico va pico viene. Viérase a la hembra, ayudando al gorrión macho a construir el nido de amor en libertad. Y fue en Boedo nomás, en la casa de un chico que un día llegó a ser hombre, y al que La Rubia y El Manolo, le enseñaron lo que es el amor.
Ricardo Lopa
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agosto de 2010