Los barrios guardan quejas de un bandoneón herrumbroso.
Esconden un empedrado de suburbio, atravesado de acero,
alfombras de rieles para un tranvía sepultado en el asfalto…
Como huella plasmada en el suelo, brillan los umbrales de mármol,
reverenciando a la entrada de las puertas cancel que se esfumaron
rendidas a los portales vidriosos de infinitos departamentos…
los conventillos de lujo.
En las escandalosas esquinas duermen el sueño perdido,
los vigilantes de antaño, refugiados en garitas, a la sombra de faroles
que se apagaron vencidos, ante la luz de neón…
Y los cafés abolichados de vermut y vino tinto, de pizza y picada criolla
transformaron su osamenta para erguirse en hormigueros de juguete,
en castillos de hamburguesas, en honor al rey Mac Donald.
Las calles acusan riesgos, se abren en pantanos, se precipitan en trincheras…
y se cierran en infiernos…
No tienen voz los saludos, no hay paseos de caminatas al cielo…
no hay edén en los zaguanes, ni paraíso en las plazas.
Sólo se oye el quejido, del bandoneón herrumbroso…
se vuelve angustia y zozobra , mezcla de cumbia y tango,
y del aullido de los trenes …que en las barreras desiertas, anuncian un trago amargo…
Hay una niebla que se impregna , en los pulmones, en el beso y en las manos…
Viaja por los hospitales, se introduce en las escuelas, hace el aire letal
y arremete su violencia avasallante...
Se hospeda en los rincones… donde los templos cibernéticos
rinden culto a un Internet que dogmatiza
la soledad tecnológica… de los abrazos virtuales.