Mónica:
Soy Cristina Suárez, escribo para Barracas, pero nací en el barrio de Parque Chas.
La escuela primaria la hice en la escuela Petronila Rodríguez. En el año 1953 comencé a los 5 años el primer grado inferior, mi maestra fue la señorita María Antonia San Jorge quien también fue mi maestra de cuarto grado.
Cuando me recibí de maestra, la docente conocida del barrio era ella y ningún niño/a iba a venir a prepararse con una maestra recién recibida como yo, por eso que me asocié a la señorita María Antonia y comencé a preparar a los alumnos que iban a hacer el examen de ingreso para entrar en la escuela secundaria.
Recuerdo que en su casa de la calle Constantinopla, entre Burela y Altolaguirre, iban muchos niños de distintos niveles, y había varias habitaciones donde los niños hacían los deberes y se les enseñaba algunos temas que no entendían en la escuela.
Siempre guardé un afectuoso recuerdo de la maestra del barrio, era muy seria, recuerdo que cuando se paraba al lado mío en la escuela, yo no respiraba, ella era alta y se peinaba con una trenza enroscada en un rodete, con el guardapolvo almidonado y los zapatos abotinados.
Cuando tomé la primera comunión en la iglesia del barrio San Alfonso de la calle Barsana (antes Barcena) la fiesta la hicieron en mi casa y la señorita María Antonio vino invitada por mi mamá.
Antes la maestra era una persona importante para nosotros, los alumnos, y para nuestros padres. Ellos depositaban a sus hijos en la escuela y admiraban y confiaban en ese ser (docente) que les enseñaría a sus hijos no sólo las primeras letras y los números sino también a ser buenas personas y buenos ciudadanos.
Había respeto y nadie iba a contradecir la palabra del educador, la escuela era una institución respetada, valorada, formadora de una niñez pura, inocente, dispuesta a aprender y a admirar al educador y de unos padres pobres, algunos ignorantes pero con un sentimiento de amor y de confianza hacia esa llave que abriría a sus hijos las puertas del mundo como es la educación.
Este recuerdo es para mi maestra y para mi mamá Rosa Torchetti, que ya no la tengo, pero que nació y vivió allí en la calle Gándara entre Altolaguirre y Burela hasta su muerte hace cuatro años.