Barracas a pesar de haber nacido extramuros, sin saberlo sería lentamente asimilada por la ciudad, los sucesivos crecimientos de la Aldea apretaron al viejo pueblo, dentro de sus imaginarios muros.
Barracas será así sucesivamente, pueblo, arrabal, barrio y puerta sur de la ciudad. En este barrio, Buenos aires, se convierte en orilla, pero también margen de la llanura y el baldío es la inclusión de la pampa, dentro del incompleto trazado urbano.
Esta nueva condición orillera, irá transformando a Barracas en un lugar de complejas y antagónicas superposiciones. Las antiguas fronteras naturales, se ha convertido en marco de controvertidos hechos culturales.
El Riachuelo, fue un lugar de muy temprana ocupación, como un puerto incierto al comienzo y como radicación de la protoindustria de la ciudad después. En sus orillas nacen las primeras barracas, como depósitos de frutas y junto a ellas primitivas industrias como los saladeros de carnes, los secadores de cueros, los sitios de limpiado y empaquetado de lana y precarias agroindustrias dispersas por las costas del sur y del norte del riacho.
Los saladeros instalados de las dos márgenes del Riachuelo, se convertirían en la primera industria contaminante del mismo, ya que luego de la primera mitad del siglo XIX, durante el apogeo de los saladeros, la principal fuente de contaminación orgánica que aún hoy caracteriza con patético pintoresquismo la naturaleza perturbada del viejo río degradado.
La Barraca que durante casi tres siglos había definido los límites de la ciudad, fue alojando sobre sus bordes otras actividades subsidiarias de la aldea como los Corrales y los Mataderos, o la Convalecencia, uno de los lugares extramuros que la sociedad destinó para los enfermos y menesteroso.
Hacia la llanura por la calle Larga se ubicaron las quintas de Barracas, que en un principio, proveyeron de frutas y verduras a la aldea, se habían multiplicado para convertirse en exclusivos lugares de veraneo del patriciado urbano.
En el Bañado y junto al Riachuelo progresaba el incipiente pueblo de la Boca.
Las quintas, los saladeros, el matadero y los corrales del sur, las barracas ribereñas y la Convalecencia, iban sucediéndose y coexistiendo en el tiempo, definiendo, a semejanza de la ciudad un territorio de conflictos y armonías. Es significativo que José Mármol y Esteban Echeverría eligieron como escenarios para sus creaciones literarias a Barracas.
La trágica historia de Amalia, relatada por Mármol en la novela homónima, que transcurre en la apacible vida de las quintas de Barracas, o el cuento de Echeverría, representan metáforas de otros conflictos que se producían en la sociedad porteña en tiempos de Rosas.
Mármol intencionalmente desarrolla en su novela el paralelismo Rosas-Amalia, de la misma manera que Echeverría opone al rústico Matasiete con el anónimo unitario “cajetilla”.
La polémica contra El Restaurador, condicionó la elección de Barracas y el lugar se convirtió en espejo de la sociedad.
La generación literaria del 37 se identificó con el debate central poscolonial, la civilización frente a la barbarie en sarmiento, el europeo opuesto al criollo, el gringo reemplazando al gaucho, la ciudad en guerra con el campo.
Al escoger ese sitio de la ciudad, estaban confirmando uno de los lugares visibles de este maniqueísmo estéril.
Las violentas transformaciones políticas y económicas, en un país desangrado por estériles luchas civiles, culminaron con la federalización de Buenos aires.
En este proceso, en el que la sociedad porteña apostó a su hegemonía, los profundos cambios sociales, modificaron visiblemente a la ciudad porteña.
Barracas fue uno de los escenarios, de estas transformaciones y el paso de la vieja aldea al incipiente fenómeno metropolitano, dejó profundas e irreversibles huellas.
La naturaleza que señoreaba en Barracas dejó de manifestarse a través de su belleza original, para dar lugar a una naturaleza degradada.
La primitiva industria saladeril había dejado paso a los frigoríficos y junto a ellos otra incipiente industria, la ganadera.