Se cumplieron, hace unos días, 172 años del fallecimiento del máximo prócer de la Patria y Libertador de América, General José de San Martín. Fue el 17 de agosto de 1850, a las tres de la tarde en su casa de Boulogne Sur Mer, tenía 72 años. Aunque su salud estaba resentida en los últimos tiempos, para su médico personal, su hija Mercedes y su yerno Mariano Balcarce, su fallecimiento fue sorpresivo. #SanMartin #libertadorsanmartin #NicolasAvellaneda #JustoJosedeUrquiza #BartolomeMitre
por Mabel Alicia Crego
El 23 de enero de 1844, en París, el Libertador José Francisco de San Martín testó por tercera y última vez. En la cláusula cuarta de su disposición testamentaria ordenó «Prohíbo el que se me haga ningún género de Funeral, y desde el lugar en que falleciere se me conducirá directamente, al Cementerio sin ningún acompañamiento, pero sí desearía, el que mi Corazón fuese depositado en Buenos Aires«.
El cuerpo del Libertador fue embalsamado y vestido con levita negra y durante los primeros once años luego de su muerte, permaneció en una de las capillas de Notre-Dame de Boulogne, alojado en las bóvedas subterráneas de la Catedral de Nuestra Señora de Bolonia.
En 1861, cuando la familia del prócer se mudó a Brunoy, en las afueras de París, su hija resolvió llevar con ellos el féretro de su padre para que fuera ubicado en la bóveda de la familia Balcarce (bajo la contratación y supervisión del esposo de Mercedes, se construyó este monumento).
El yerno de San Martín era miembro de la Legación Argentina en Francia, comunicó al Gobierno de Buenos Aires, que detentaba las relaciones exteriores de la Confederación, la infortunada noticia del fallecimiento del primero de sus servidores.
La respuesta del ministro Felipe Arana, representante del Gobernador Rosas, fue tibia y protocolar, tanto fue así que no se decretaron los honores y homenajes ameritados.
Fue el General Urquiza, días después de su Pronunciamiento, quien homenajeara al Padre de la Patria decretando, el 16 de julio de 1851, los honores correspondientes en Entre Ríos.
En 1862, bajo la presidencia de Bartolomé Mitre, se erigió la estatua ecuestre en la hasta entonces Plaza de Marte (de ahí en más renombrada Plaza San Martín) frente al Retiro en Buenos Aires, donde los granaderos 50 años atrás vislumbraron su gloria futura.
Mitre dijo en esa ocasión: «¡El breve espacio que llena ese soberbio pedestal de mármol será el único pedazo de tierra que San Martín ocupará en esta tierra libertada por sus esfuerzos, mientras llega el momento en que sus huesos ocupen otro pedazo de tierra en ella!«.
Nicolás Avellaneda fue quien más trabajó para concretar la repatriación de los restos de San Martín. El 5 de abril de 1877, en un discurso pronunciado en el marco del aniversario de la Batalla de Maipú, planteó: “Invito nuevamente a mis conciudadanos para recoger con espíritu piadoso y fraternal este santo legado. Las cenizas del primero de los argentinos según el juicio universal, no deben permanecer por más tiempo fuera de la patria. Los pueblos que olvidan sus tradiciones, pierden la conciencia de sus destinos, y las que se apoyan sobre tumbas gloriosas, son las que mejor preparan el porvenir.”
La voluntad sanmartiniana indicada en su testamento: “Desearía que mi corazón fuese depositado en Buenos Aires”, pudo cumplirse recién el 28 de mayo de 1880, día en que sus restos llegaron a Buenos Aires.
El Gobierno Nacional dispuso enviar un buque que se estaba terminando de construir en Inglaterra para conducir los restos y designar a Mariano Balcarce como representante oficial del gobierno argentino, a los efectos de ocuparse de los trámites y preparativos para la ceremonia de embarque del féretro, que se haría en el puerto de El Havre.
La comitiva incluía a los ministros Mariano Balcarce, Manuel Rafael García Aguirre, Emilio de Alvear, Manuel del Carril, Fernando Gutiérrez de Estrada (esposo de la nieta de San Martín) a la comisión de repatriación presidida por Mariano Acosta, numerosos argentinos y americanos residentes en París, los ministros José María Torres Caicedo (El Salvador), Toribio Sanz (Perú), Andrés de Santa María (Colombia), José María de Rojas (Venezuela), Miguel de Francisco Martín (Guatemala), coronel Juan José Díaz (Uruguay).
La comitiva llego a las 14 hs. a Le Havre donde fueron recibidos por el estado mayor del ARA Villarino y las autoridades del Havre y trasladados a la Iglesia de Nuestra Señora, catedral del Havre, donde esperaban los restos del Libertador y representantes del gobierno francés y sus fuerzas armadas, así como autoridades municipales y cuerpo consular.
Se realizó una ceremonia religiosa en la catedral de esa ciudad. Un batallón de infantería rindió honores militares cuando el ataúd, cubierto con las banderas de los países por cuya libertad había luchado (Argentina, Chile y Perú), quedó depositado en la capilla ardiente preparada en la cubierta del “Villarino” al mando del comandante Ceferino Ramírez.
La ceremonia era acompañada por el batallón N° 119 de Infantería de línea. Tras la ceremonia religiosa y el responso del cura Duval, canónigo de la Catedral, el cortejo marchó precedido y flanqueado por el batallón rumbo al Bassin du Roi.
Después de labrarse el acta de entrega del féretro, leyeron los discursos de despedida el ministro argentino en Francia Don Mariano Balcarce, su par en Londres Dr. Manuel R. García y el Dr. Emilio de Alvear.
Finalizada la ceremonia y ubicado el féretro, tras la partida de los visitantes se embarcaron cajones conteniendo las piezas del monumento a San Martín construido por el escultor parisino Louis-Robert Carrier-Belleuse, destinado a la Catedral Metropolitana de Buenos Aires.
Acompañado por una salva de 21 cañonazos de la batería de la plaza, dejó el puerto el 21 de abril a las 9 de la mañana y arribó en São Vicente el 27 de abril, sin inconvenientes y manteniendo una velocidad de crucero de 11 nudos.
Al llegar el buque al puerto de Montevideo el 24 de mayo, se descendió el ataúd para ser llevado a la Iglesia Catedral donde recibió honras fúnebres en medio de una gran adhesión popular. Fue despedido por el ministro argentino en esa ciudad, Dr. Bernardo de Irigoyen. Desde allí el “Villarino” fue escoltado por una división naval dispuesta por el gobierno nacional y el sábado 28 de mayo fondeó finalmente en la rada interior del puerto de Buenos Aires, que por su calado no podía llegar hasta el muelle. A su paso la batería “Once de Septiembre” contestaba las descargas que de hora en hora hacían los otros buques de la escuadra nacional.
Especialmente acondicionada, en la modesta lancha a vapor llamada «Talita», depositaron el féretro del general y a remolque fue seguida por gran cantidad de pequeñas embarcaciones que enfilaron hasta el muelle de las Catalinas, donde una compañía de cadetes y aspirantes del Colegio Militar y la Escuela Naval esperaban para efectuar el desembarco.
Fue recibido en tierra con los acordes del Himno Nacional. El sarcófago cuádruple, formado por dos cajas de plomo, una de pino y la superior de encina, fue cubierto con la bandera del Ejército de los Andes. Multitud de coronas de palmas de Yapeyú y gajos del pino de San Lorenzo lo engalanaban.
Domingo Faustino Sarmiento pronunció un interesante discurso en nombre del Ejército que finalizó con una emotiva oración: “Vosotros y nosotros, pues, hacemos hoy un acto de reparación de aquellas pasadas injusticias devolviendo al general don José de San Martín el lugar prominente que le corresponde en nuestros monumentos conmemorativos. Podremos aspirar libremente, como quien se descarga de un gran peso, cuando hayamos depositado el sarcófago, que servirá de altar de la patria, los restos del Gran Capitán, a cuya gloria sólo faltaba esta rehabilitación de su propia patria y esta hospitalidad calurosa que recibe de sus compatriotas.”
Luego, en la Plaza San Martín, frente a su monumento ecuestre, Avellaneda y el ministro peruano Evaristo Gómez Sánchez pronunciaron sendos discursos, para luego conducir el féretro hasta la Catedral Metropolitana, acompañados con el máximo respeto del pueblo. Calcularon los periódicos de la época una concurrencia de entre 30 mil y 100 mil personas acompañando el cortejo fúnebre por las calles Florida, Victoria, Defensa y Rivadavia hasta su último destino. La multitudinaria comitiva enfiló hacia la catedral donde esperaban el arzobispo de Buenos Aires, monseñor Aneiros, y miembros del clero.
Terminados los honores y el desfile, el General San Martín ocupó su morada definitiva, luego de 30 años de espera. Veinte soldados cargaron el sarcófago al interior de la Catedral.
A continuación, el féretro fue colocado en la nave central, dando comienzo a la ceremonia religiosa y posteriormente fueron velados.
Toda la noche permanecieron en la capilla ardiente, el general Mitre y el poeta Carlos Guido Spano quienes, al despuntar el día, hicieron la venia ante los restos del Gran Capitán.
En horas de la mañana se celebró un solemne funeral, acto en que el presidente Avellaneda no asistió.
Finalmente, el ataúd fue trasladado a la cripta de los canónigos donde permaneció hasta que quedó terminado el mausoleo. Una vez ahí, fue ubicado en forma oblicua dentro del monumento (en un próximo capítulo escribiré una reseña sobre este mausoleo con leyendas urbanas que giran en torno a San Martín, con referencia a la posición del féretro dentro del Mausoleo en la Catedral).
Fue habilitado al público el 1° de octubre de 1880.
De esta forma volvieron a la patria los restos del más respetado de sus hijos que, desairado en vida, reivindicado en su muerte.
por Mabel Alicia Crego
Maestra jubilada, vecina de Barracas
FUENTES
- “Historia de San Martín y de la Emancipación Sudamericana”, Bartolomé Mitre, Bs As., Peuser. 1946.
- El Mausoleo del General San Martín Bs.As. Bedoya, Jorge M. Casa de Gobierno, 1975.
- “Gobernantes argentinos que murieron lejos de la patria.” De Soiza Reilly, Juan José, Ilustres Caras y Caretas. Año XXXV. N° 1756. Marzo 1932.
- “Repatriación de los restos de San Martín” El mosquito N° 908, año 1880
- Nota de Sabrina Aguilera – Área de Comunicación CONICET Mar del Plata
- “A la voz del gran jefe” Felipe Pigna ed. Planeta 2017