Esta poesía la escribí para mi abuelo Antonio Torchetti, un inmigrante italiano que nació en Potenza-Calabria-Italia y que un día como tantos inmigrantes vino a esta tierra nuestra a encontrar un lugar en el mundo.
Aquí se casó, tuvo cuatro hijos, (dos mujeres y dos varones), una de ellas era mi mamá Rosa. Mi casa de la infancia, era una casa con parrales, donde vivían mis abuelos maternos, en la misma cuadra vivían mis tíos y mis primos. Mi infancia fue muy feliz siempre compartida con la familia, mis padres, mi hermano, rodeada de amor, de contención y de esas vivencias tan ricas que sólo dan los abuelos, por sus años.
Recuerdo que me encantaba escuchar los cuentos de su pueblo en Italia, de cómo vino a la Argentina, primero él y luego mi abuela Francisca., contaba las peripecias que pasó en el barco. Cuando venía un paisano, íbamos al puerto a esperarlo, no puedo olvidarme de la cantidad de gente que venía y todos gritaban los apellidos en voz alta hasta que al fin se encontraban, traían noticias de su tierra, de su madre, sus hermanos, todos los que quedaron allá.
Cuando llegaba una carta, todos nos sentábamos alrededor de la mesa y mi abuelo leía, a veces eran cosas alegres, pero a veces eran malas noticias y todos acompañábamos el dolor con respeto y con mucho amor todos juntos siempre, para que la pena se comparta y duela menos.
Era un tiempo donde los mayores eran escuchados, donde se los respetaba, donde eran útiles y así se sentían, donde su palabra era aceptada y donde se aprovechaba el tiempo que ellos tenían para nosotros, sus nietos.
El bario de Barracas, también fue un barrio donde los inmigrantes se alojaron en busca de trabajo, donde nacieron sus hijos y luego sus nietos, en homenaje a todos los que alguna vez dejaron a sus padres y algunos nunca más los volvieron a ver va este homenaje.
Esos ojos celestes de mirar cristalino
tenían la tristeza que viene con los años,
pero a pesar de todo, yo pude ver el mar
que te alejó del pueblo donde quedó tu madre.
Al llegar a mi tierra, formaste tu familia
y de esa hija tuya, un día llegué yo
para alegrar tus tiempos.
Me regalaste todas las horas de tus días
y también tus momentos tan llenos de experiencia y de sabiduría.
Como un libro de cuentos lleno de personajes que habitan el pasado me los contaste
todos, para que por las noches, cuando termina el día
yo cerrara mis ojos y durmiera tranquila.
Vos fuiste mi maestro, tenías el diploma, que te extendió la vida y junto a vos y al diario,
aprendí a leer las letras y a escribir las palabras que me permiten hoy, plasmar en estos
versos, tus mimos, tus caricias, tu ternura de abuelo que se selló en mi alma.
Y hoy cuando recorro el patio con parrales de mi casa de niña, te veo transitar,
con el paso tranquilo y te quiero contar, que he sido tu discípula,
todo lo que me enseñaste, lo trasmití a mis hijos.
Ellos saben que yo, aunque ha pasado el tiempo, guardo como un tesoro,
tu mirada serena y toda la nostalgia de esa lejana tierra,
donde nació aquel gringo.