Somos pueblo

Somos pueblo por Cristina Puricelli

A principios de este año me preguntaba si acaso dolía la lucidez. Desde dónde he construido mi manera de percibir al otro, abriéndome al esfuerzo cotidiano de ver más allá de lo que miro: me duele.
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por Cristina Puricelli
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Y aún alivianando mis estructuras, me duele tanto la posibilidad de que la lucidez que me acompaña no resista la necesidad de sostener cierta utopía, como la falta de planificación, el debilitamiento del bien común, la falsa catarsis que nos imponen como anestésico para disfrazar la ausencia de politicas de estado, la vacuidad de esteriotipos audiovisuales que opacan las aspiraciones de concretar sueños y los «otros» y «nosotros» en una eterna contienda que más que hacernos crecer en la aprehensión enriquecedora de las diferencias, sólo contribuyen a desdibujarnos como sujetos de derecho.

Y me duelen los que repiten sin entender, analizan sin conocer, juzgan sin piedad e instalan la duda no como instrumento de reflexión, sino como único motor de «su verdad». ¿Qué verdad?

Hoy, afortunadamente observo que la «no noticia», que construyó la ficción del ex Cambiemos, se marchita arrastrando al vacío a maquiavélicos personajes que decían poner al servicio de la sociedad su mejor equipo, mientras denodadamente alimentaban sin pausa los escuálidos cerebros de los que se autodenominaban defensores y seguidores de la democracia, la honradez y la ausencia de corrupción. Pobres e insípidos ilusos, escasos de sensibilidad social, rebaño incondicional de los medios hegemónicos de comunicación e intereses foráneos. Pobres de conciencia, que olvidando sus orígenes, renegaban de lo popular. Quejándose de los derechos humanos, pero viviendo en el patio trasero de la patria; añorando ser y tener lo que no tienen ni son y desdeñando a todos los que sí son esencia de la patria: el pueblo.

Pero si esto no es un partido de futbol; ni luz o oscuridad. Tampoco vecinos o ciudadanos, ni eficacia o pereza, ni formas o espontaneidad, euforia o apatía, ni mucho menos equipo o populacho.

Se trata de dejar de caer. Los gobernantes se erosionan por sus propios errores y los ciudadanos eligen. Eligen y exigen que quienes los representen suden la calle, los perciban desde el contacto, pongan el oído en el pavimento y traduzcan sus carencias. El gobierno está desnudo, vacío de iniciativa, paralizado ante su propia ineptitud. Herramientas como la instalación del miedo no le han dado resultado porque hay muchos «nosotros» y muchos de los «otros» que decidieron por lo colectivo. Somos pueblo.

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