Ricardo Lopa: El tango que iluminó Boedo

A la luz del candil
A la luz del candil

Mi cuadra no fue la excepción. Allá por los sesenta supo haber también un carpintero. Ud. me dirá, ¿en qué la diferencia?. Por ahora en nada. Tipo de bigotitos de época, afable y buen porte, bueno, se podría sumar laburante, y paremos de contar. Ojo, por ahora, tan solo por ahora, no se impaciente. Tilín, el hijo del fulano, hacedor de barriletes, ¿recuerda las famosas ‘bombas’?, con el tiempo le agregó un entretenimiento más agresivo: empezó a tirar guantes. No me diga que no oyó hablar del Neptunia, Castro entre Salcedo y Las Casas, si allí se codeaba con el Titi. Claro el peso de éste lo sobrepasaba, simplemente fileteaban dos guapos. El Titi, que luego por razones promocionales, se hizo llamar Ringo, junto con Tilín supieron sacar pecho por el GON, en sus choques con los del Oeste de José M. Moreno y J. B. Alberdi. Vea que no es una ONG, sí la fusión de tres clubes, el mencionado Neptunia, el Garay, morador en la intersección de dicha avenida con la calle Castro y el Odeón, de Pavón y la bendita Castro. Sepa, que siendo los dos primeros inquilinos y el tercero propietario del inmueble. ¿Qué les parece si nos juntamos? No competimos, mire que había pica, y tiramos unidos para adelante. De hecho el GON (Garay-Odeón-Neptunia), persiste orgulloso sobre la calle de la batalla de la comprensible traición.

De paso, en vida del Garay, en su cuadra, moraban los hermanos Julio y Alfredo Navarrine, que, nacidos en los pagos del Gran Jauretche, Lincoln (Pcia.,de Bs.As), recalaron en Boedo de por vida.

Eh, viejo, empezó con el carpintero, continuó con el Tilín y el Titi, luego con los fusionados en el GON y ahora me sale con estos tipos. ¿A qué viene?

Espere, que ya llega.

Para hacerla más lunga, me mando con otros actores. Leo Varela, vivía enfrente de la carpintería don Alberto, ah no le había deschavado el nombre. Como todo pibe de Castro no escapó al aprendizaje de piano con doña Elsa. Don Alfonso, lo marcaba y Varelita estudiaba, rendía exámenes en el conservatorio Santa Cecila, pero también se mandaba algunos tanguitos. Un día de esos que no se empardan, el Leo, meta y ponga. Se cruza don Alberto; “sabés A La Luz del Candil”, decile a la profe que te lo enseñe. El pibe, obediente. Mamá Cata, se manda a la librería Castagno en pleno Boedo, a comprar la pieza. Al mes la melodía ya era suya, no sería Marianito, pero se la rebuscaba, por lo menos se entendía lo que interpretaba. Cada tanto, don Alberto en la ventana; “pibe tocala”. Parecían el yanqui y el grone en Casablanca.

Sepa que el carpintero, vivía en un PH consorcista de los Navarrine. A Julio se le había dado por componer, en cantidad y calidad. ¿A ver si recuerda? Su canción distintiva fue “A La Luz del Candil”, si esa que le pedía que interprete insistentemente al Leo.

¿Se arma el rompecabezas? Todavía falta, es lógico que pregunte, ¿y el carpintero que pito tocaba? Si repasamos la letra de la canción favorita:

“..Yo he sido un criollo bueno,
me llamo Alberto Arenas; ..”

don Julio, no tuvo mejor ocurrencia que ponerle al protagonista principal de su obra el nombre de su vecino:
Don Alberto, el carpintero, orgulloso no solo por su aparición artística, sino que también lo estaría por ser parte de esta, que involucró a varios protagonistas del Barrio Boedo, llámese Navarrine, Julio, Tilín, Titi Bonavena, mamá Elsa, la profe de música de Castro del 43’ al 2003’ (¡ qué tal !), don Alfonso y doña Cata. Los restantes, son los únicos que me constan que están vivos; Leonardo, hombre ya mayor y el GON, que parece no envejecer. Ah, y mi querido Boedo, que está vivito y coleando, que supo estar iluminado por la Luz de un Candil.

Ricardo Lopa
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