Ricardo Lopa: La de Constitución y el año de los paraísos perdidos

Estimada Mónica:

Tratando de ser lo más objetivo posible, relaté parte de las vivencias en mi ‘escuelita’ primaria de Boedo, de la cual hoy soy docente en la ‘secundaria’.

Atte., te saluda Ricardo Lopa

La de Constitución y el año de los paraísos perdidos

Le cuento que el profe Ricardo, supo ser una vez Ricardito, y como integrante de la familia boedense no podía escapar de la primaria en la Escuela de Constitución, entonces Intendente Alvear. Al pibe le laburaba el bocho; “voy a ir al colegio donde fueron todos los muchachos grandes, que orgullo”.

De la mano de mamá Elsa, y previo jopo engominado, obra de arte de la abuela China, hace su aparición en el turno tarde, en aquel glorioso año del Libertador General San Martín. Se lo ve bajando las escaleras enfrascado en el delantal que hacía de guiaba de tan duro que estaba. Testigo mudo es la foto familiar que por ahí debe andar, que uno no se anima a desempolvar, será; ¿de puro nostálgico? ó para que no deschave la falta de un par de molares. Aseguro que la ausencia de los masticables inflacionariamente fue en aumento; con la diferencia que ahora no se nota, bueno eso creo. ¿por qué el recuerdo de la salida y no la entrada al colegio? ¿Será el alivio lógico de la tensión del primer día ó que como a todos los pibes les gusta más salir que entrar?. Aconsejo, para acertar, hay que jugarle sin miedo a lo último.

¿Quizás no cuente nada en especial que no difiera de otro cualquier inicio de clases de un pibe de seis años?. Nada distinto por aquel tiempo, pero hay que recordar que efectivamente era el primer día que pasaba unas horas fuera del hogar, pues minga jardín de infantes ó las famosas salitas de la actualidad. Además hijo y nieto único. Si hasta contrataron a un tipo con pinta de profesional para que sellara el acontecimiento; ¡nene!, ya te empezaba a pesar la mochila.

Tercer grado, Ricardito porta la nacional, arrebatándole el derecho consuetudinario a los de sexto. ¡qué tal! Era tan chiquito que en el primer intento de ensartarla en el apoyo de la banda casi sucumbe, ¿será por la Brancato que recargaba el elevado peinado de moda? o seguramente por ser la nuestra la de más peso. ¡Qué orgullo! Juro por Dios nuestro Señor que en lo posible hago lo imposible por lo nacional, pero a veces me siento contramano en mi patria y hasta en mi barrio. ¿Cómo, sos tangero? Y que corno querés si nací y vivo en el Boedo de Homero, Julián, Cátulo, entre otros muchos, que no es poco. Pobre Homero, el que eligió escribir letras para los hombres en vez de ser un hombre de letras, si se viera encapsulado en una esquina. Pero en realidad la culpa no la tiene la esquina, que encima lo rescata, sino los hombres para los cuales escribió que no lo leen, ni se preocupan por saber que el tipo que los eligió para escribirles era algo más que una esquina.
¡Hay la bandera!. Confieso que doña Elsa, de vez en cuando, una atención le enviaba a la maestra, pero doy palabra de honor, que el nene a pesar de su corta edad, se negó en todas las ocasiones de arrimarle personalmente el obsequio, no quita que llegara a destino por vía materna.

Grado va grado viene llegó el quinto, con Torraza, el primer maestro varón.
Año jodido, como quien dice. Primero una gran decepción, no todas son flores. Había clase de canto grupal. La profesora de música en uno de esos días cantando la Zamba de Vargas, “vení Ricardito”, primero el jopo rabioso y luego el nene sacando pecho, ”esta es la mía”, “Si señorita”, “mirá , vos serás muy buen alumno pero en mi clase tan solo mové los labios hacé que cantás pero no emitas sonido, te libero. ¿qué habrá pasado en la mente de un pibe de 11 años, seguramente desentonaba, un rrope como quien dice?; la cuestión que Ricardito tuvo la voz prohibida al igual que el pobre Felipe, que cayó en el Pozo del que nunca pudo salir.
No pierdo el optimismo, que algún día de esos, me sorprendan en el cole, violando la orden de la de música, cantando la Zamba de Vargas, pero, con los retoques que le debe dar la otra historia a los blancos bigotes del caudillo. Supongo que la señorita me estará fichando desde el cielo y comprenderá.

¡Año complicado!. Era un día de esos que no se empardan, prueba de lengua. Ricardito meta y ponga, nervios, baño, responsabilidad, colegio, pizarrón, tema a la vista. Cuando apareció, tipo mediodía, la salvación para los pibes y la muerte para muchos. Estruendos en la calle, (“festejos no puede ser, pues lo único que le faltaría al pobre Belgrano, que encima que quedó estacado en la Bandera, tiremos anticipadamente cuetes por el aniversario de su fallecimiento”) movimientos en el colegio. De repente el jovato, pucha si era la primera vez que aparecía y trajeado el hombre. ¡pasará algo en casa!. El temor individual se fue disipando al aparecer familiares de compañeros, y pasó a ser colectivo. El retiro fue masivo. Ya en la calle los confites continuaban con mayor intensidad en aquel fatídico mediodía del 16 de junio de 1955. El rumor fue corriendo de boca en boca, era la aviación naval, junto con algunos prestigiosos civiles, que según se comentaba tratando de matar al presidente, bombardeaba y ametrallaba al pueblo indefenso; o su verdadero objetivo, según decían algunos mayores más serenos, era darle un escarmiento a la masa popular último sustento del poder político, ¿vaya uno a saber?. La realidad fue que quedó un reguero de sangre argentina, que es la única verdad.
¿Qué hizo Ricardito?. Que puede pensar y hacer un pibe de 11 años. Primero abrir lo más grande posible los ojos y observar extasiado el espectáculo que lo circunda. Como pretendiéndose alejar de la plata de la avenida, aliado a la constitución que le enseñaron a respetar, dejando atrás a los orientales y a Quintino el brasileño, aparece Castro como escala previa a don Mariano, la encara, siempre con la mano apretada de papá Antonio. Se dibujan en la mente recargada, infinidad de camionetas de una empresa de productos lácteos de la época que se apropian de la calle, desplazando ese día aciago el monopolio de la Nena, si la yegua de Carlitos el lechero que lo acompañaba en la recorrida de los clientes vecinos tan solo por un simple silbo. Está de más aclarar que nuestro lechero iba a pie y la pobre Nena le hacía el aguante a su manera, llevándole la carga abastecedora de recambio. No me diga ¿qué de chico no le gustó ser lechero?.
La presencia de vehículos se justificaba pues el edificio del sindicato de los lecheros se encontraba un poco más allá de la mitad de cuadra, tirando Justo para la liminar Pavón de la doblez . Al rato nomás, se le agregan, unos cuantos camiones repletos de hombres con palos y banderas argentinas, vitoreando al presidente. Por ahí se escucha, “van a La Plaza a defender a Pocho”, “están locos, palos contra bombas y metralla”.
Con el alboroto de los acontecimientos junianos, los viejos en un momento dado perdieron a Ricardito que para no desentonar también hizo travesuras, claro, menos atroces. En la confusión aparece en la casa vecina de su amiguito Coqui que abarcaba toda la esquina juntándose con nuestra Tarija. Inmensa; pero lo más preciado era LA TERRAZA, no cualquiera la tenía, que va a hacer son lujos que se daban los porteños del 50’, tener un lugar bien alto para contemplar más cerca nuestro cielo. Para la ocasión el nene fue testigo de lo que nunca hubiera querido ver; innumerables aviones que se lanzaban en picada sobre el centro de la Ciudad de Buenos Aires, bombardeando una y otra vez. La réplica se hizo esperar un poco, pero llegó y llenó de fuego el panorama; eran bolas que iluminaban la tarde oscura como queriendo que los habitantes vieran como se mataban entre argentinos. Mientras se pudo, y lo fue por largo rato, presenció como por su cabeza boedense usaban el barrio para efectuar el radio de giro los revolucionarios para volver a atacar. Mientras se pudo, porque tipo media hora apareció mamá Elsa al rescate. Descifrar su expresión al día de hoy es un enigma, mezcla de alegría por el hallazgo y de azorada porque no podía creer que su Ricardito se le hubiera piantado provocándole la angustia que solo ella sería capaz de experimentar. La vieja era tan piola, que hasta me dejó el tiempo necesario para que fuese testigo calificado del horror de aquel día aciago de junio del 55’.

¿Cómo siguió la cosa?, escuchar, escuchar; a los viejos, la radio en su apogeo. “Se rajaron a Montevideo”. Pucha empezaron a brotar dudas, preguntas; ¿esto no es la ficción de las películas yanquis de moda? Era la cruda realidad. Muertos en serio. La cosa venía fulería. “uno se amasijó” evidentemente no era el muchachito, que minga va a morir. ¿Tomó consciencia?. El pibe no alcanzaba a comprender ¿por qué eran recibidos como héroes en la vecina orilla? ¿daba para tanto la cosa? ¿el odio, justifica lo injustificable?

Fracasada la revoluta, el invierno del 55’ llegó sin muchas ganas, llevaba demasiadas muertes de argentinos a cuesta, hubo que pasarlo, el frío se hizo sentir con mayor intensidad que otros años, hasta le diría que con algo de nieve en julio, parecía que la huesuda lo acompañaba en el duro trajinar en busca de las flores de primavera.
Acercándonos a la nueva estación, se conmociona nuevamente el barrio ¡renunció el presidente! La recidiva del desfile en apoyatura del líder. La cuadra lechera cambia los palos de junio, por bandera y bombos en apoyo a su hombre. La tragedia toma otra cara, se nota en los rostros de esos hombres el fervor ingenuo del amor sin condiciones, a pesar de las imputaciones de maniobra política del hecho en que se involucran.
El agosto 31 de la renuncia y del cinco por uno ya es pasado, mientras a Ricardito se le pronuncian sus vellos juveniles, la primavera es reacia a imitarlo y decir presente. En sus proximidades, la sensacionalista radio Colonia anuncia un nuevo foco revolucionario tantas veces amagado y esta vez no desmentido; Córdoba. Esa noche del 16 de setiembre, la novedad; reflectores sobre el cielo boedense que si bien decían que buscaban aviones que nunca aparecieron, para los pibes del barrio era un chiche nuevo, descubrir estrellas que jamás hubieran podido reconocer sino por culpa de la incipiente revolución. ¡para algo sirvieron!. Otra vez la sensación horrible e imborrable del bombardeo y la metralla. ¿será posible?. Noches frías, heladas por lo temerosas, ¡recuerde viejo que el que bombardea y metralla una vez! . La amenaza de los buques de la armada sublevada era cierta, los pibes del barrio nos preguntábamos ¿llegarán los refucilos hasta Boedo? ¿se dice que tienen alcance hasta Liniers? ¡Será verdad!. ¿nos visitará otra vez la parca? El presidente no les dio ocasión de probarlo, renunció y se tomó el piro al Paraguay. Para muestra vale un botón.
Ese año, los porteños no abrimos la ventanas a la vida. La primavera no pasó por Boedo, los árboles angustiosamente recién brotaron tenuemente llegando el verano, el odio impidió el normal crecimiento. Fue el año de los paraísos perdidos.

Ricardo, sube como unos muchos cuantos años atrás las escaleras del ahora el secundario Comercial 22, y le confieso, gracias a Dios, sin dificultad. Me están esperando mis alumnos a los que todos los años, indefectiblemente, les cuento la experiencia primaria del 55’, en realidad dudo si el relato es para ellos o para mí. Bueno que más da, es indudable que aquel fatídico año se archivó en la mente de Ricardito y cada tanto reaparece como un virus imposible de borrar.

Boedo, año lectivo de 2006

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