Alberto Pereira Ríos – Los Varela, una familia villamitrense – Espiga

– III – Espiga –

 

Alberto Pereira Ríos - Los Varela, una familia villamitrense - Espiga
Alberto Pereira Ríos – Los Varela, una familia villamitrense – Espiga



29 y 30 de marzo de 1930

Villa Mitre” era el periódico del barrio, su influjo excedía con creces sus límites. Desde su aparición en enero de 1923 y hasta el “30”, fue el órgano oficial del Centro de Fomento y biblioteca popular Ciencia y Labor. En enero de ese año, se hizo cargo del mismo don José Marchese, que lo había dirigido desde sus comienzos. Ayudaba a distribuirlo un joven conocido con el seudónimo de Espiga, su nombre real era Mateo Varela Funes. Realizaba esta tarea durante el tiempo que se lo permitían sus estudios en la facultad de Agronomía. Los vecinos lo apreciaban porque era un muchacho servicial y solidario. Tal vez un ligero estrabismo lo cohibía para relacionarse con alguna de las pibas del barrio. Había días en que se adueñaban de su mente evanescentes imágenes de su ideal de mujer.

Tales delirios lo perturbaban hasta el punto de trasformarse en una carga insoportable e inocultable, que lo incitaba muchas veces a beber mas de la cuenta. Las comadres del barrio decían: -¡pobre, los abuelos hicieron lo que pudieron pero, el muchacho se crió sin madre ni padre y eso no se remplaza!

Con los que ya conocía su expresión era abierta y frontal, esquiva y casi huraña ante extraños. No lucía mal a los veintidós, porte distinguido, espigado, con rasgos regulares, que no desmerecían dos prematuras arrugas que surcaban su frente. Ropa de buen corte, elegante sin afectación.

Las cosa marchaban bien en el periódico, don José estaba contento, había sumado nuevos suscriptores, pese a la inquietante crisis económica que sobrellevaba el país.

Hacía calor aquella tarde del 29 de marzo, por tal razón, había comenzado su reparto alrededor de las 18.30 frente al Club Deportivo de la empresa Vasena. Años antes había sido la quinta del escribano Juan Forte que abarcaba la manzana comprendida entre: Caracas; Luis Viale; Gavilán y Gaona.

Conocedor del estado de las calles trataba de evitar las de tierra, las que se transformaban en verdaderos barrizales cuando llovía. Encaró entonces por Gavilán con la intención de cruzar el arroyo y de paso campanear si estaban los pibes que hacían apuestas a ver quien era capaz de hacer equilibrio sobre las barandas de las pasarelas tendidas sobre su cauce, las cuales no tenían mucho más de quince centímetros de ancho. Al no avistarlos pensó que estarían en la de Condarco, ó que los había corrido la cana. Se fue desplazando lentamente tomado de las barandas ya que la pasarela no tenía más de un metro y medio de ancho, la zarandeó, tal como lo había hecho desde siempre, tal vez para probar su fragilidad. Luego se encaminó hacia el este, tomando la senda que bordeaba el talud del Maldonado, cubierto siempre de yuyos, miró hacia abajo y solo avistó un hilo de agua, sobre su lecho barroso. Estaba aún fresca en su memoria la gran devastación que produjo el súbito desmadre durante los días 27 y 28 del mes anterior. Llegó a Boyacá para entregar el Villa Mitre en la casona de los Piana.

El heladero de Laponia, pasó voceando a su lado. Se gratificó con un palito de 00,5 centavos.

Metros más allá, avistó el paredón del convento, siguió con la intención de llegar a César Díaz y de allí hasta Artigas. Atrás quedaban las emblemáticas y añosas palmeras. Le había escuchado alguna vez afirmar a Florencio Fernández que allí estaban antes de la llegada de las hermanas de la Congregación del Sagrado Corazón, al despuntar el siglo. Fundadoras éstas del establecimiento religioso y primer colegio de la zona. Instantes después caminaba abstraído, ni siquiera los traspiés de su andar por el paso de piedra que vinculaba ambos lados de la calzada, le impidió quedar abismado ante una evanescente imagen producto de su exaltada sensibilidad que provocaba en él sentimientos tan profundos como inescrutables. No había visto jamás en dimensión real una criatura dotada de tan singular belleza. Un ciego impulso le hacía a veces extender su mano para acariciar aquel rostro angelical. Vovió abrutamente a la realidad tras escuchar gritos destemplados ¡¡bizcocho, bizcocho!! ¡ A vo’ te estamo hablando gil! La grita partía de una banda de mocosos atorrantes de no mas de diez ó doce años que estaban cazando pájaros a los hondazos, los muy turros. Amagó correrlos y pusieron distancia, sin dejar de mortificarlo. Llegó a Gral. Artigas medio con bronca porque detestaba andar por César Díaz una calle de tierra y llena de pozos, que le estropeaban sus botines. La circundaban viviendas de una planta del tipo chorizo, sus veredas, mitad ladrillo mitad tierra, rezumaban siempre aguas servidas que drenaban del interior de las viviendas a cielo abierto en dirección a las cunetas eternamente cubiertas de yuyos. Tomó para el lado de Jonte con la intención de entregar los últimos ejemplares del Villa Mitre. A mitad de cuadra se detuvo a entregar uno a la señora de don Cayetano Lizarraga, la que con iluminada presencia paseaba su bebé: –El es Luis Narciso y tiene cuatro meses. Me acerqué alcochecito y le dije: es un bebé muy lindo señora y ojalá Dios le dé provechosa vida durante muchos años. Siguió hasta el Centro de Fomento Villa Gral. Mitre, que estaba en la esquina de Magariños Cervantes, institución presidida por don José Marchese. Entró al local juntamente con Francisco Pesce, encargado de la biblioteca Ciencia y Labor, llegaron en medio de una acalorada reunión de la que participaban una treintena de vecinos. Debatían el temario de la asamblea vecinal que se iba a efectuar al día siguiente a las nueve de la mañana en el cine Presidente Mitre. Habían acordado solicitar de los poderes públicos y a Obras Sanitarias la urgente reanudación de las obras de entubamiento del arroyo, de forma de neutralizar las cíclicas inundaciones que perturbaban desde siempre la vida del barrio. El humo de los cigarrillos, las voces de los efervorizados asistentes y el irreprimible deseo de empinarse una caña, lo impulsaron a dirigirse a La Barra, un bar que estaba haciendo esquina con Camarones. Apenas respondió al saludo del pibe Nico Purita que desde la puerta de su casa le gritó:

-Espiga, no olvides que tenemos una partida de ajedrez pendiente por un helado de Burgio  (1) ¡de los de veinte eh! Llegó, se apoyó en el estaño y ansioso pidió una doble. Cuando salió ya caía la tarde. Se apuró a cruzar la calle para dejar el diario en la farmacia Villa Mitre de Alfredo Capocasale. Sintió entonces que alguien lo tomó del brazo con fuerza al tiempo que le decía. ¡Cuidado zalame! Que los Witte no frenan. Salió de la farmacia y unos metros mas allá por esa mano entró en la colchonería de Juan Zambaglione, el negocio lucía mejor que antes del incendio.

-Me costó plata y esfuerzo pero … volví a la lucha con más ganas. ¡Ah! decile a don José que … No terminó de escucharlo … por segunda vez en ese día emergió la inquietante visión de su amada virtual, llenando de luz su campo visual y se superpuso a su realidad en fuga … Le sonreía y con gracia sin igual, prometía retornar esa noche. Al cabo, su imagen se fue diluyendo hasta desaparecer … Espiga, Espiga ¿estás bien?

Si, sí, contestó como un zombi, te decía, que los muchachos del Centro podrá contar con el apoyo de todo el comercio de Artigas. Era hora que se uniera todo el vecindario para que los de arriba se enteren de que nuestro barrio existe y sabrá defender sus derechos.

Termino su recorrida en lo de Juan Rico.

Hola pibe!, mucha bronca hay ¿no? Mañana vamos a estar todos para apoyar!

Estaba contento, motivos no le faltaban, poco tiempo antes, habían terminado de pavimentar Jonte y comenzado con Artigas en el tramo hacia las vías del ferrocarril Al Pacífico.

-¡Adiós Espiga! la hija de Juan lo despedía con una sonrisa.

Se había hecho de noche, cruzó Jonte y entró en el café del tano Marcos. Campaneo el ambiente, solo lo de rutina: al fondo el chamuyo de los que escolaseaban al tute y al codillo, hacia el centro del salón, el entrechoque de las bolas de billar y dos vagos empeñados en lucirse a tres bandas.

Hay un asalto en lo del Rulo, somos los encargados de poner las guirnaldas. Dale vení, compramos algo de chupar y nos vamos para allá.

No dudó en decirles que no estaba de humor para ir a algún lado. Al tiempo advirtió que se desocupaba una mesa frente a la ventana. La calle lucía como un sábado por la noche.

El mozo le sirvió una doble, conocía sus hábitos. Antes de marcharse sus amigos insistieron, les respondió negativamente con un gesto. Liberado de aquellos, apoyó la cabeza en el vidrio, cerrando los ojos, ajeno a todo tal vez cautivo de su delirio. Al tiempo, un perceptible golpeteo sobre el cristal lo alertó.

-¡¡No podía creerlo!! cerró sus ojos nuevamente pensando que tal aparición era parte de su recurrente fantasía, luego fue abriendo los párpados lentamente deseando que la imagen no se esfumara. Pero no. Ella estaba ahí, frente a el y le sonreía a través del vidrio. Salió a su encuentro como un alienado presa de incontenible emoción. Se encuentran el la puerta. Recién allí, tomó conciencia de su materialidad a partir de su mano cálida. En las honduras de su corazón, presiente que será su noche inolvidable. Instantes después, sentados frente a la mesa, se aislaron de todo y de todos …

-Soy Angel.

– Yo Mateo, pero ¿sos del cielo?

-No vivo frente al corralón de Condarco y Magariños, al lado de la carnicería.

Hablan y hablan, como solo pueden hacerlo dos antiguos confidentes que recuerdan inolvidables momentos de amor. Los repliegues de su alma, se desvanecen a partir del mágico efecto de su presencia, tanto como de la indecible pureza de sus ojos glaucos y el arrobo de su singular belleza. Al rato salen del café furtivamente y se pierden más allá de los claroscuros de aquella cálida noche de otoño.

Ya en su cama no puede conciliar el sueño. Se esfuerza en hilvanar las imágenes vividas, se impacienta al no conseguirlo, su corazón late a un ritmo inusual, martillando sus sienes. Lo único que rescata y que le ha quedado grabado en su mente, es la hora y el lugar de su feliz encuentro. De allí su prisa por llegar con tiempo al cine, lugar de reunión de la tan esperada asamblea vecinal. Habían acordado encontrarse a las 9 horas. Un rato antes, se lo veía impaciente entre los que ya se habían congregado en el foyer de la sala. Media hora después una concurrencia efervorizada ocupaba totalmente la capacidad del cine. Se hizo un respetuoso silencio cuando don José Marchese declaró abierta la multitudinaria reunión.

Atisbaba de a ratos el reloj de la boletería, ansiando su arribo. Desde la sala se oía una voz que daba lectura al borrador del memorial, el cual una vez aprobado, se iba a presentar ante el Consejo Deliberante y Obras Sanitarias de la Nación.

“…Advertimos sobre la significativa depreciación de los inmuebles adyacentes al arroyo …”

Los minutos corrían y la impaciencia se iba apoderando del joven, fue hasta la esquina para ver si la avistaba. Un loco impulso lo hizo irrumpir en la sala, buscando un milagro, empero, solo escuchó a don Luis López Delgado que oficiaba de secretario afirmar que: “-Las autoridades municipales solo están pendientes del puntual pago de los impuestos y contribuciones, lo que no se traduce en contraprestaciones

Salió. Miró con angustia el reloj que señalaba un imperioso ¡9.25!

-¿Dónde estará? Y ¿si se quedó dormida?

Decidió descartar ó confirmar tal posibilidad. Llegó corriendo a la esquina de Condarco. Frente al corralón había dos casitas, ambas con jardín al frente, golpeó sus manos ansioso y preguntó luego:

-¿Vive aquí Angel?

-¿Quien?

-Una chica de pelo castaño y ojos grises.

-Nó, acá no hay ninguna chica con ese nombre. No, no, … al lado tampoco, la señora tiene tres varones.

Quedó azorado. Decidió retornar al cine. A su paso, un par de conocidos advirtiendo su extrema palidez y sus ojos llorosos, se acercaron curiosos.

-¿Qué te pasa Espiga?

En su mente solo cabía el propósito de llegar, llegar, albergaba aún la vaga esperanza de que ella estuviera esperándolo.

El hall del cine estaba desierto, el reloj marcaba las ¡9.50!

Irrumpió en la sala con la intensión de buscarla butaca por butaca. El temor de perderla lo obnubilaba.

“-Exigimos la inmediata continuación de las obras de entubamiento del arroyo …”

-¿Han visto una chica de cabellos castaños y ojos grises?

-Nadie la ha visto-

-Dejá de hacer esas preguntas ahora Espiga no ves que estamos atendiendo cosas mas importantes.

“ … Después, tendría que diseñarse sobre él una avenida y a construir un canal aliviador, previsión indis…,

¡¡ Angel, Angel, soy yo, Mateo …!!

Schs, schs, ¡¡Que se calle ese idiota!!

Fue un lindo día de otoño el 30 de marzo de 1930. Ya la gente se aprestaba a disfutarlo. Lentamente iban abandonando la sala y comentando las incidencias de la asamblea.

Algún tiempo después, nuestro amigo, aún vagaba por calles del barrio preguntando a todos los que encontraba a su paso:

-¿No han visto a una chica llamada Angel, pelo castaño, ojos grises?

Nadie la había visto. Agobiado por el cansancio de su mente y con un rictus de amargo desconsuelo se encaminó sin desearlo en dirección a su vida real.

¡Pobre Espiga!, alguien debió decirle que la noche anterior, muchos lo vieron ¡hablando y riendo, absolutamente solo!

1) Heladería que estaba ubicada en César Díaz y Gral. Artigas.

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