La llama de la leyenda por Ricardo Tarnofky

 El comienzo

La llama de la leyenda, por Ricardo TarnofkyLos europeos llegaron a estas tierras allá por el Siglo XVI procedentes de España.

Vinieron en el año 1536, al mando de Don Pedro de Mendoza. Más de 1.200 personas cruzaron el océano Atlántico en 14 navíos con la intención de asentarse en estas costas, y así lo hicieron. Llegaron marineros y soldados, religiosos y médicos, aventureros y delincuentes, artesanos y algunas mujeres. Construyeron un caserío, más bien precario. Comenzaron relaciones con los aborígenes querandíes, con quienes intercambiaron objetos por alimentos. Esta situación amistosa no duró mucho tiempo. Los españoles querían imponer su fuerza a costa de las buenas relaciones. Los querandíes comenzaron a hostigarlos para que se fueran; los colonizadores levantaron una empalizada para protegerse. El caserío se transformó en Fuerte y lo bautizaron con el nombre “Real de Nuestra Señora Santa María del Buen Ayre”.

Sus armas de fuego marcaron el límite de acercamiento de los hostigadores. Este aislamiento provocó un problema muy serio: la escasez de alimentos, el aumento de las enfermedades y, también, de muertes.

Un hecho insólito generó, quizá, la primera leyenda relacionada con nuestra Ciudad de Buenos Aires.

Entre los pobladores del Fuerte, se encontraba una joven española a quien llamaban “la Maldonado”. Ella no estaba dispuesta a morir de inanición por respetar la prohibición estricta a abandonar el sitio.

Al inicio del crepúsculo, en un descuido de la guardia, huyó con destino incierto. 

A poco de andar, se precipitó una lluvia torrencial. Continuó escapando, a pesar de las fuertes ráfagas de viento. Así, empapada, llegó al borde de un arroyo que, alimentado por la lluvia, amenazaba escaparse de sus márgenes, y, de persistir la intensa lluvia, lo lograría. Intentó cruzar el arroyo, no pudo, se detuvo, avanzó por la orilla, evitando ser arrastrada por la correntada. La lluvia sólo le sirvió para atenuar la sed. Por fin, encontró un refugio, una cueva abierta sobre la brusca y prolongada pendiente de contención del cauce del Arroyo. Entró en cuclillas, se desplomó, hambrienta, y se durmió. Esa cueva era territorio de un enorme puma hembra que apareció sigilosamente husmeando y olfateando a la intrusa. Satisfecha de tanto comer, dejó caer, al lado de la mujer, un trozo de carne que le había sobrado de su cacería.

Cuando la Maldonado despertó, comió lo que encontró  sin interesarle su procedencia. Poco después, escuchó un rugido desgarrador desde la entrada de la cueva. Descubrió a la puma que estaba echada, a punto de parir. La Maldonado,  se acercó, la acarició, le habló, hasta que, finalmente, la puma lamió con su lengua áspera a los dos cachorros recién nacidos. La felina convirtió sus estremecedores rugidos en mansos rezongos. La mujer se alegró y rió.

Al amanecer, los indios querandíes que merodeaban a lo largo del Arroyo vieron, sorprendidos, a la mujer, la puma y sus crías paseando juntas (y de inmediato sintieron un gran respeto por esa mujer que no le temía a las fieras). Cuando los animales se alejaron, llevaron a la mujer a la toldería, y la cuidaron. A partir de entonces el hambre y las enfermedades ya no fueron problemas.

Un día la Maldonado que caminaba sola por los alrededores, fue sorprendida por una patrulla de soldados españoles que andaba en busca de alimentos.

Al regresar al Fuerte, la enjuiciaron a la Maldonado por desobedecer las órdenes y la condenaron a muerte. La ataron a un árbol cercano al arroyo donde fuera encontrada, y la dejaron a disposición de las fieras y las alimañas. 

Cuando llegó la noche, un rugido estruendoso, estremeció la soledad que la rodeaba, presagiando un final  trágico. Vio dos fieras trabadas en lucha. Poco después, la vencedora, se le acercó con sus ojos llameantes y gruñó suavemente, luego, le lamió los pies.

Cuando los soldados regresaron la mujer seguía atada,  la puma que no se movía de su lado lanzó un rugido amenazante. Pero varios disparos al aire, hicieron que la puma y sus cachorros se apartaran del lugar, manteniéndose alejados de los humanos.

Finalmente, los soldados llegaron al Fuerte y contaron lo sucedido, la condena quedó sin efecto. “Las fieras no la atacan; al contrario, la protegen”, se escuchaba murmurar entre los pobladores. “Nosotros no podemos actuar en contra de la voluntad del Creador ¡La Maldonado queda absuelta!”, dictaminaron las autoridades del Fuerte.  

Los pobladores recibieron la decisión con júbilo, y el arroyo, que fue escenario de sus aventuras y desventuras, fue bautizado, desde entonces, “Arroyo de la Maldonado”. 

Existen algunas versiones de la leyenda con un final trágico.  El autor prefiere el final relatado.

Hoy, cuatrocientos setenta años después, podemos afirmar que lo que también perdurará para siempre es la “Leyenda de la Maldonado”.

La primera fundación de “Buenos Aires” fue efímera. Después de 5 años de permanencia, los españoles se retiraron.

Cuarenta años después volvería una nueva expedición española, no atravesando los mares como la anterior, sino, desde Asunción del Paraguay, conducida por Don Juan de Garay, esta vez para quedarse para siempre.  

La leyenda continúa – 1

Desde las primeras décadas del siglo pasado, los habitantes de Buenos Aires han realizado inmensos esfuerzos para dominar el ímpetu natural del Arroyo. Construyeron puentes y vados con variado éxito. Después, decidieron entubarlo, dejándole cierta libertad de movimiento, de expansión.  Decir “entubarlo” es en forma figurada. En realidad, se construyó un túnel de 17 metros de ancho por 5 metros de altura, con robustas columnas alineadas en todo su trayecto. Fue una obra de ingeniería descomunal. Lo taparon. Construyeron una gran Avenida sobre su traza serpenteante, con varios tramos rectificados, atravesando toda la ciudad desde el noreste en el barrio de Palermo, hasta el oeste en Liniers. A su paso, cruza o en algún caso limita los barrios de Villa Crespo, Caballito, Villa General Mitre, Villa Santa Rita, Floresta, Vélez Sarsfield, Villa Luro, Versailles. Recorre 10 barrios relacionados con el pasado, el presente y el futuro del indómito Arroyo.   

A la Avenida  la nombraron Juan B. Justo, en honor a quien fuera destacado médico y político argentino, y, también, fundador del Partido Socialista en la Argentina. El color que identifica a ese Partido político es el rojo y es por eso que las veredas se embaldosaron de ese color. Es verdaderamente inaceptable que hoy día sólo queden algunos tramos con el color original y no se cumpla la norma que le dio origen.

Pavimentaron los carriles externos con adoquines pequeños de granito –denominado “granitullo”, distribuidos en semicírculos concéntricos- para el tránsito pesado y los otros con carpetas asfálticas para los vehículos más livianos.

Todo estaba bien mientras no lloviera. Cuando ocurría, es más, cuando hoy mismo llueve, ya entrado el siglo XXI…, el  Arroyo se agita y se rebela, se asoma vivo a la superficie y produce serios problemas por las inundaciones que genera.  

Es entonces cuando la antigua leyenda cobra actualidad.

La leyenda continúa – 2

Cuando los vehículos urbanos se desplazan rodando sobre el pavimento asfáltico mojado por la lluvia, producen un sonido característico que es debido al efecto combinado de la rodadura de sus cubiertas de goma en contacto con la superficie lisa de la calzada y el agua desplazada velozmente entre los vericuetos de sus dibujos bajorrelieve. ¿Tiene un nombre particular este sonido? Tal vez. En todo caso, pareciera ser la conjunción, en forma irregular, superpuesta o alternada, de siseos, silbidos y chasquidos.  Pero, a este sonido complejo por sí mismo, nunca se lo escucha aislado.

Generalmente, superpuesto, puede distinguirse el goteo múltiple de la propia lluvia sobre el pavimento, sobre los vehículos y sobre los árboles cercanos.

Si la tormenta viene acompañada por fuertes vientos de superficie, se producen silbidos ululantes que se suman al concierto improvisado. Y si el viento se desplaza en ráfagas, tal vez sea mejor no estar presente en ese escenario.

Envueltos por este cúmulo de múltiples sonidos variados, discordantes, desacompasados, altisonantes, muy pocos se han aventurado a aproximarse a alguna de las tantas bocas de registro ubicadas cada tanto sobre la calzada, a lo largo del extenso trayecto del Arroyo canalizado bajo el pavimento, para escuchar el sonido que emerge por las ranuras de ventilación de las pesadas tapas de hierro.

Algunos relatos resultan estremecedores: “… las aguas del arroyo, avanzan impetuosamente con su caudal creciente y arrollador a medida que corren hacia su destino final para derramarse en el Río de la Plata. Esto provoca un ruido ensordecedor como resultado del efecto de amplificación que produce la propia estructura envolvente del túnel. Y como si fuera poco, se agrega la multiplicidad sonora del entorno: lluvia intensa, ráfagas de viento, el rodar de los vehículos con sus esporádicas frenadas y bocinazos, truenos y descargas eléctricas desde las alturas”. Este relato es común escucharlo en Floresta, Villa Santa Rita, Villa Gral. Mitre, Villa Crespo o Palermo.

Si se aguza el oído se podrían distinguir las diferentes frecuencias sonoras: los sonidos más graves, los más agudos, los externos, y los provenientes de las profundidades oscuras de las aguas revueltas, y así, hasta lograr reducirlas al nivel sonoro de un murmullo.

Quien logre esto último, escuchará con absoluta claridad un rugido desgarrador, el que surge de las entrañas del antiguo Arroyo, como un recordatorio del episodio vivido por “la Maldonado”. ¿Qué duda cabe? Es el rugido del puma hembra acompañado por el dúo de gruñidos y maullidos chillones de sus dos cachorros.

La llama de la leyenda

Al correr la década del ’60, los “Refutadores de Leyendas, una abominable secta racionalista de Villa del Parque, se hacían contar viejas historias para luego mostrar su falsedad”. Así lo asevera Alejandro Dolina en su “Crónicas del Ángel Gris” (1). La antigua “Leyenda de la Maldonado” no escapó a los ataques descalificadores de los Refutadores de Leyendas que divulgaban una versión muy diferente de la original. Así, se relata en las mismas Crónicas, la existencia de una gran serpiente que habita en el Arroyo soterrado, ocupando toda su extensión, que comete acciones horrorosas. Sin duda esa era una intención perversa para crear en la gente el desconcierto y la incredulidad. Con el correr del tiempo, perderían fuerza ambas leyendas hasta que fueran definitivamente olvidadas. Tal era su finalidad.

Este grupo fundamentalista contaba con el apoyo de “Los Amigos del Olvido”, pequeña organización de Caballito, “quienes patrocinan la abolición del recuerdo, según dicen, porque duele”, y no se cansan de enunciar que “todo recuerdo es triste”. Este apoyo era más retórico que práctico. Por su propia idiosincrasia, estaban condenados al fracaso. Prometían apoyarlos y poco tiempo después la promesa caía en el olvido. Por esto último, los Hombres Sensibles de Flores, nunca llegaron a inquietarse. Sus verdaderos oponentes eran los “Refutadores de Leyendas”.

Los Hombres Sensibles sabían que no sería fácil, pero estaban dispuestos a luchar por sus ideales. Ellos mantendrían viva la llama de los mitos y leyendas que alimentan el espíritu. Estaban convencidos de que, día a día, se engrosarían sus filas, porque aseguraban que “muchas personas son Hombres Sensibles sin siquiera sospecharlo”.

Es indudable que, la nueva agrupación de las “Mujeres Sensibles de Villa Santa Rita”, tuvo una fuerte influencia en “Los Hombres Sensibles de Flores”.

Como no tenían local propio, se reunían en el Bar de la esquina de Nazca y Gaona, en el límite con el barrio de Flores. Allí se encontraban, proponían ideas, discutían, buscaban como promover su filosofía de vida. Rápidamente, esta noticia llegó a conocimiento de “Los Hombres Sensibles de Flores”, sus vecinos de barrio, quienes no tardaron en cruzar la frontera norte para conocer a sus émulas santarritenses y así relatarse sus experiencias,… y acercar sus “sensibilidades”.  Los Hombres Sensibles, bien lo sabemos, se enamoran para siempre. Ahora sí, podían dejar atrás los infortunios causados por las señoritas “Amigas del Olvido” que se paseaban por el barrio de Flores, enamorándolos, y luego “se olvidaban rápidamente de ellos sin el menor remordimiento”.

No está demás agregar que, con el correr del tiempo, se formaron parejas de Hombres y Mujeres Sensibles, quienes en las noches tormentosas salen del Bar y caminan juntos por Terrada o Artigas hasta la Av. Juan B. Justo, se acercan sigilosamente a las bocas de ventilación del arroyo y aguzan sus oídos para escuchar los estremecedores rugidos de la puma y sus cachorros. Ellos y ellas pueden hacerlo, y se sienten felices.

No está demás agregar que, con el correr del tiempo, se  formaron parejas de Hombres y Mujeres Sensibles, y, también, matrimonios que procrearon Niños y Niñas Sensibles.

Desde entonces, han pasado más de 50 años. Hoy, finalizando la primera década del Siglo Veintiuno, podemos afirmar con alegría que, mientras los Refutadores de Leyendas son cada vez menos, los Hombres y Mujeres Sensibles somos cada vez más. Por esto último, podemos confiar en que la Leyenda de la Madonado permanecerá.

(1) DOLINA Alejandro – Crónicas del Ángel Gris – Ediciones de la Urraca, 1988.

Ricardo Tarnofky
contacto: [email protected]
Buenos Aires, junio de 2009 / Modificado: diciembre de 2010

 

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