Felicitas Guerrero y su trágica muerte por Mabel Crego

Mansión GuerreroCon los tibios días de esta primavera en Buenos Aires, recorriendo las calles de Barracas sin rumbo fijo, como dijo Jorge Luis Borges  y observando la hermosa arquitectura de fines de siglo XIX que todavía “sobrevive” orgullosa en el barrio, me detengo frente a la Iglesia de Santa Felicitas.

Quise investigar sobre la historia oculta detrás de la hermosa fachada clásica y neogótica, tratando de mantenerme al margen de las leyendas y comentarios de la gente del Barrio.

Por eso visité el Complejo Histórico de Santa Felicitas en la calle Pinzón 1480 y sus túneles de 1893, para conocer en forma documentada, la verdadera historia de Felicitas Guerrero.

Barracas era en aquél entonces un barrio de depósitos de frutos, cueros y  lanas cerca del puerto de la Boca, con un sector residencial de quintas y mansiones sobre la “calle Larga”  hoy avenida Montes de Oca, donde muchas familias adineradas tenían sus residencias de verano.

Entre ellas estaba la quinta de la familia Alzaga, que en el año 1872 fue heredada por  Martín Alzaga,  (nieto de Martín Alzaga y Olavarría que en el año 1812 fuera  fusilado y ahorcado por conspiración contra el gobierno, en la plaza Victoria el 6 de Julio de 1812, delatado por un sirviente).
La hermosa mansión ya no existe pero fue escenario de un drama pasional que estremeció a la sociedad porteña y apagó la vida de Felicitas Guerrero de Alzaga.

Hija de un comerciante vasco, Carlos José Guerrero (que introdujo al país desdeMansión Guerrero Inglaterra, en el año 1879 la raza de vacunos Aberdeen Angus, en sus tierras cerca del Rio Salado, hoy pueblo de Guerrero, ruta 2  km. 168)  y de Felicitas Cueto y Montes de Oca  (perteneciente a una aristocrática familia porteña).
El día 26 de Febrero de 1846 en medio de una fuerte tormenta, nace su primer hija, Felicia Antonia Guadalupe Guerrero y Cueto, la criatura más hermosa que se haya visto, quien desde ese día sería llamada Felicitas.
Cuenta Carlos Guido y Spano … “es la mujer más hermosa de la república, muy cortejada por los jóvenes de las familias más aristocráticas de la sociedad porteña”…
A los 15 ó 16  años la pide en matrimonio, Don Martín Gregorio de Alzaga, uno de los hombres más ricos del país, pero con 51 años y 4 hijos naturales.
Felicitas rogó a sus padres que no la entregaran a un hombre que no quería y que le podría ser su abuelo, pero en aquel tiempo la decisión de un padre pesaba más que los deseos de una niña.
Los carruajes de las más distinguidas familias porteñas, como los Montes de Oca, Ocampo, Demaría, Saez Valiente, Senillosa, Hernandez Plata, Cambaceres entre otras, se encaminaron hacia la calle Bolívar, todos deseosos de ver el casamiento de Felicitas y Don Martín.
La boda se celebró con toda pompa en la Iglesia de San Ignacio, ella la adolecente  más hermosa, él anciano más rico, belleza y fortuna, juventud y madurez, comentaban algunos.
La comida acalló los comentarios de la alta sociedad porteña, ricos manjares se ofrecieron en el banquete nupcial.
Al poco tiempo el 21 de Julio de 1866 nace su primogénito Felix Francisco Solano, en honor al padre y hermano de su padre, era su primer heredero legítimo.
El destino y las pestes de aquella época hizo que el niño enfermera de fiebre amarilla y muere el 3 de Octubre de 1869.
Felicitas estaba embarazada de su segundo hijo y el dolor la agobiaba, su abuela Catalina Montes de Oca de Cueto también fallecía dos meses después en su quinta de San Isidro.
Ese hombre mayor que tanto rechazo le produjo en un principio a Felicitas, finalmente  se ganó su admiración y su respeto, el fatídico 2 de Marzo de 1870  enfrentó con entereza la muerte de su segundo heredero, Martín, que viviera solamente unas horas. Solo unos pocos días antes, bajo el asesoramiento de Demaría,  había firmado su testamento cerrado a favor del niño por nacer.
Desolada Felicitas sólo encontraba consuelo en Don Martín, pero el corazón del anciano no pudo soportar tan dura  pérdida y quince días más tarde, el 17 de Mayo de 1870,  también fallece sumido en una terrible depresión a los 70 años.

Muy joven,  la hermosa Felicitas, se encuentra viuda, desconsolada y con una inmensa fortuna, en el transcurso de ocho meses, mueren sus dos hijos su marido y su abuela materna.
El velatorio se realizó en la casa de los Alzaga, en  Venezuela 115 entre Bolívar y Perú, pero Felicitas después de los esponsales, decide refugiarse a llorar su dolor, en la quinta de la Calle Larga, donde tan feliz había sido los fines de semana con su esposo, lejos del ruido de la ciudad y de las murmuraciones de la gente.
En su testamento, Alzaga declaró como su heredera universal a Felicitas y también reconoció a sus cuatro hijos naturales.
Su testamento reza:
…”Declaro ser de estado casado legítimamente con doña Felicitas Guerrero, en cuyo matrimonio tengo un hijo menor de edad, nombrado Felix  Francisco  Solano, a quien reconozco como mi hijo legítimo” …
…” Declaro que si mi hijo póstumo no puede por fallecimiento sustituirme legalmente como heredero es mi voluntad que entonces sea mi única y universal heredera mi esposa  Doña Felicitas Guerrero de Alzaga, por el gran cariño que le profeso y por las inequívocas pruebas de afecto y bondad, que he recibido de ella”…
….”Declaro que es mi voluntad instituir ahora por mis albaceas, los mismos hijos nombrados Angela, María, Martín y Enrique a quienes reconozco y declaro por tales a mis hijos naturales. Declaro haber dado a los expresados mis hijos, todo cuanto han necesitado para sus alimentos y educación y a la madre de éstos,  Maria Camino, cuatrocientos mil pesos moneda corriente para su uso particular”…

Es así, que cuando Don Martín Gregorio de Alzaga fallece, dejó a Felicitas en posesión de su cuantiosa fortuna, con una fresca belleza  y con solo 26 años de edad.
Luego de un riguroso luto, acostumbrado en la época, Felicitas comenzó a asistir nuevamente a las reuniones sociales.
Era famosa por su encanto, dulzura, buen carácter y su incomparable belleza, con profundos y vivaces ojos negros, blancas y finas manos y largos cabellos castaños, acompañados de sus refinados modales, fue denominada  ”la joya de los salones  porteños”.
En una de esas reuniones  de la alta sociedad porteña, a la que fue invitado el “dandy” Enrique Ocampo (tío de las escritoras Silvina y Victoria Ocampo) declaró su amor a Felicitas. A partir de ese momento empezó a acosarla con su presencia en todos los lugares a donde ella concurría.
En un principio Felicitas se sintió halagada, le atraía su figura y sus encantos varoniles,  pero luego le pareció frívolo, desubicado y por último hasta le fastidiaba su   presencia.
El  la sentenció diciéndole;….”Si no me permite ser el sol de su amor, seré su sombra” … palabras que parecían ser reveladoras.

En aquellos años la vida en Buenos Aires era tranquila y apacible, así nos lo cuentan Manuel Bilbao y Lucio V. Mansilla. Nuestro país iba estructurándose día a día, poco a poco se transformaba de gran Aldea a ciudad.
Pero a principios de febrero  de 1871,  el calor, la falta de lluvias y las malas condiciones higiénicas de la ciudad,  provocaron un terrible brote de fiebre amarilla que hizo estragos en la población.
En la zona sur se extendía los bañados,  pantanos y pajonales, cercanos al Riachuelo, donde los mosquitos transmitían la fiebre rápidamente de persona enferma a persona sana.
Por esa razón las familias aristocráticas de esa época  que vivían en mansiones y residencias, de lo que hoy es San Telmo y Barracas, huyeron hacia la zona norte,  hoy quintana y Libertad.
Era la presidencia de Sarmiento y este convocó a varios médicos como Cosme Argerich, José Roque Perez y Muniz (ya retirado del ejercicio de la profesión), presididos por el Dr. De La Serna, en una “Comisión de Higiene” para tratar de detener  la terrible epidemia.
Ni el perfume de las magnolias y los naranjos, pudieron embellecer la atmósfera de dolor y soledad.
Felicitas se fue con su primo Cristián Demaría a su estancia “La Postrera” ubicada a orillas del Rio Salado a hacerse cargo de su estancia y de la vida en el campo.
En enero de 1872 Felicitas organiza en su estancia una gran fiesta con motivo de la terminación de un puente que iba a inaugurar el gobernador  de la Provincia de Buenos Aires, don Emilio Castro,  el día 2 de febrero  y ella sería la madrina.
El puente de hierro llevaría el nombre del Coronel  Ambrosio Cramer (militar que cayó abatido en los campos de Chascomús en las batallas de la Revolución de  los Libres del Sur)
Felicitas conoce, una tormentosa noche que su carruaje se había estancado en el barro, a un vecino de su propiedad a orillas del Salado. Don Samuel Saenz Valiente.  Joven elegante y distinguido, dueño de extensas tierras linderas a “La Postrera”,  que la invita a guarecerse de  la tormenta en  su  estancia cubriéndola de atenciones y halagos.
Los distinguidos modales  caballerezcos y la fuerte personalidad de Saenz Valiente enamoran perdidamente a Felicitas.
Mantienen un romance a escondidas de sus padres, aunque los hermanos de Felicitas lo sabían y aprobaban.
Pero el destino ya estaba marcado para Felicitas, el 29 de enero partió de “La Postrera” al amanecer con destino al centro de Buenos Aires,  para ultimar los detalles del evento de inauguración del puente de hierro.
Al llegar a su quinta en Barracas le anuncian que Enrique Ocampo estaba esperándola.
Ocampo al despedir a su cochero le dijo: – ¡Juan  no me esperes, regresa a casa y di que voy a partir para un largo viaje,  no iré solo pues la señora de Alzaga habrá de acompañarme!-
Felicitas lo consideró inoportuno y no quería recibirlo, pero su primo Cristían Demaría quiso hacerlo  (quizá para decirle que amaba a su prima en silencio).
Para evitar un hecho violento Felicitas decide recibirlo ella misma y expresarle que no era bienvenido en su casa.
Hay varias versiones de cómo sucedieron  los hechos y qué fue lo que se dijeron.
Quizá Ocampo intentó persuadirla para que abandonara a Saenz Valiente y se casara con él. Algunos historiadores dicen que le dijo: -¡Serás mía o no serás de nadie!- Pocos minutos después se escuchó un disparo, el primo de Felicitas que estaba en la biblioteca atento a la discusión acudió rápidamente,  vio a Felicitas tambaleándose,  tratando de sostenerse del respaldo de una silla.
Se supone que, Felicitas al ver que Ocampo sacaba su revólver dio media vuelta para escapar, pero una bala la alcanzó por la espalda a la altura del hombro derecho.
Tampoco se sabe a ciencia cierta que ocurrió después, pues se escuchó otro disparo, algunos afirman que Ocampo le disparó a Demaría,  otros que se produjo una pelea entre ambos y el arma se disparó, matando a Ocampo.
La versión oficial que dieron los padres de Felicitas es, que luego de dispararle a su hija Ocampo se suicidó.
Cristian Demaría  abraza a Felicitas y se da cuenta que aún esta viva, acudieron rápidamente los doctores Montes de Oca  y Larrosa y consideraron que no se podía extraer la bala pues le había perforado el pulmón derecho y se desangraba.
Sus últimas palabras fueron  – ¡ Samuel me muero ! –
Al día siguiente, en la mañana del  30 de enero de 1872, murió Felicitas Guerrero de Alzaga, su vida se truncó trágicamente a los 26 años de edad.
Su hermano Carlos que estaba en la estancia “Juancho” al enterarse partió hacia Barracas a todo galope, dicen las crónicas que reventó dos caballos en el viaje el “lomillo porteño”  con Carona y cincha de tigre con que ensilló, fue expuesto en el Palacio Errazuriz en el año 2002.
La velaron en su casa natal, de la calle México  144.
Las crónicas de la época cuentan  que los cortejos fúnebres de Felicitas y Enrique Ocampo se cruzaron en la puerta del Cementerio de la Recoleta.
Hoy sus restos descansan por fin en paz, en la bóveda de la familia Alzaga.

También se sabe que Cristian Demaría la amaba en silencio y durante toda su carrera como abogado primero y como juez del Crimen en Dolores después, fue un encendido defensor de los derechos de la mujer inexistentes en esa época.
Su tesis doctoral presentada en la universidad e Buenos Aires en 1875,  la tituló:  “La condición civil de la mujer”.
Los momentos tan traumáticos vividos o tal vez el amor secreto hacia su prima, hicieron que Cristian Demaría pensara distinto a todos los hombres de su tiempo.

Mabel Alicia Crego  email


Fuentes:

Barracas en la historia y en la tradición – Enrique Puccia
Todo es historia – cuadernillos N° 124, 149 Y 296
Testamentaria de Don Martín de Alzaga – Archivo General de la Nación
Buenos Aires – Manuel Bilbao
Barracas, Santa Felicitas – Areas de protección histórica  G.C.B.A.  UBA
Las beldades de mi tiempo – Santiago Calzadilla

Las fotos que ilustran la nota son de Mabel Crego.

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