El Agua en la Época Colonial – 2da. Parte por Mabel Crego

Ya desde la primera fundación de Buenos Aires, las condiciones sanitarias eran más que deficientes en la gran aldea. La geografía de la primitiva ciudad, distaba en mucho a lo que es actualmente. Había numerosos bañados en la zona de lo que hoy es la plaza Constitución y parte de Barracas, con agua estancada en lagunas y pajonales, sumados a los ríos que cruzaban la primitiva ciudad.

En 1605 tuvo lugar una gran epidemia que asoló a Buenos Aires. Un contingente de tropas, comandadas por Antonio Mosqueras, trajo el virus de la viruela y propagó la enfermedad a los porteños. En pocos días, murieron más de 500 personas, en su mayoría mestizos e indios, que no tenían defensas contra la enfermedad, hasta tal punto que la ciudad quedó desprovista de sirvientes y mano de obra. Según un cronista de la época «…las esposas e hijas de los españoles debían ir por sí mismas a buscar agua al río…». 
 
En el año 1608 estalló una gran epidemia de viruela y «tabardillo» (tifus) entre los negros, que se propagó también entre los indios y la «gente mossa».
 
A medida que la población iba creciendo, periódicamente era también azotada por la viruela, la escarlatina, el sarampión, el garrotillo o difteria, el paludismo o fiebre perniciosa y la llamada «angina gangrenosa». Toda una serie de epidemias, a las que se conocía con el nombre genérico de «pestes», fiebre pútrida, tabardillo o chavalango, entre las que eran, seguramente las más frecuentes, la fiebre tifoidea y el tifus exantemático. 
 
El desarrollo de las mismas se veía favorecido por la total falta de condiciones higiénicas, ausencia de medios profilácticos, promiscuidad de los enfermos infecto-contagiosos, «carencia de centros organizados» y muchas otras deficiencias propias de una organización incipiente y de la escasa cultura de la época.
 
Pero había dos grandes plagas en la ciudad: las hormigas y los ratones. Las primeras, horadaban las paredes de adobe hasta que se caían abajo, y los segundos, eran un castigo incontrolable.
 

El Agua en la Época Colonial ? 2da. Parte por Mabel Crego

A pesar de todo, en 1680, al cumplirse el centenario de su fundación, Buenos Aires ya estaba habitado por unas 5.000 personas y terminó de levantar su primer edificio de ladrillo, el resto seguía siendo de adobe, madera y paja.
 
El único modo de provisión de agua que existía entonces era por medio de los aguateros y los pozos o aljibes.
 
Hasta el año 1730 los edificios eran todos de adobe con techos cubiertos de paja. Fueron los jesuitas Primoli y Blanquí, que llegaron de Europa para construir la iglesia de San Ignacio, los que enseñaron la manera de cocer los ladrillos, comenzando así a modificarse la construcción. 
 
Para el año 1770 había 20.000 habitantes en Buenos Aires. La primitiva ciudad tenía 144 manzanas, 16 cuadras de frente por 9 cuadras de fondo. 
 
Las calles estaban mal cuidadas, llenas de pantanos que se convertían en depósitos de todo tipo de basura, con las lluvias e inundaciones, circulaba agua putrefacta por grandes zanjones, llamados terceros, que se utilizaban también para contener a los malones (ataque de las tribus de indios), muy común por aquellas épocas.
 
Cuenta Wilde que algunos pantanos eran tan profundos que fue necesario poner centinelas para vigilar e impedir que la gente de a caballo se hundiera en ellos y ahogara.
 
En un principio, cada vivienda disponía de amplios márgenes llamados por aquel entonces «huecos» que ayudaban a la dispersión y escurrimiento de basuras y líquidos, pero luego al aumentar la población, esos espacios fueron reducidos y de esa forma los líquidos cloacales, corrían como arroyos a lo largo de las calles. 
 
El virrey Vértiz emitió varias ordenanzas tendientes a mejorar la calidad higiénica y de salud de la primitiva ciudad, entre ellas, una ordenanza para que los negros esclavos «cargasen el agua del río en el límite norte de la ciudad, por estar el agua frente a las costas de la ciudad muy sucias del jabón de las lavanderas, no pudiendo aumentar el precio del agua por ello, bajo pena de recibir 100 azotes».
 

El Agua en la Época Colonial ? 2da. Parte por Mabel Crego

Vértiz ordenaba, con respecto a la higiene de la ciudad: «Las basuras se arrojarán en las zanjas del Norte y Sur (Terceros) por donde desembocan las aguas llovedizas de la ciudad, y no en otra parte; so pena por cada vez al contraventor de cuatro pesos, que si fuese esclavo se exigirá á su amo, como que estos deben celar de que cumplan con tan importante objeto, de la limpieza, bajo pena de multa, y plazo á mas tardar de veinte y cuatro horas» «…que por las cañerías que salen á las calles por bajo de las calzadas no se viertan aguas inmundas, por lo que perjudican á la salud pública llenando la calle de mal olor y de insectos..». Hacia 1800 uno de cada cuatro niños morían antes del año de vida y el promedio de vida mundial era de 35 años. 
 
En lo que respecta a los baños en el río, ya entonces regían estrictas reglas de buenas costumbres y «decencia». En uno de sus mandatos puede leerse que «… para extinguir la escandalosa costumbre de bañarse de día al frente de la ciudad, personas de ambos sexos, será del cuidado de los Comisionados procurar evitar semejante desorden, aplicando á los contraventores las penas impuestas en el Bando promulgado anteriormente y de contado el perdimiento que les encuentre, a fin de que con el escarmiento se consiga tan pernicioso abuso»…
 
Legisló también sobre la construcción de las casas, para lo que consideró necesario la intervención de algún «inteligente» o «piloto» de la ciudad, «que fijara la altura a que deben estar los pisos», etc., de manera de evitar la formación de pantanos, etc.» estableciendo una serie de medidas que están comprendidas en el «Bando de Buen Gobierno» y que se refiere al «Aseo, Limpieza y Policía».
 
Buenos Aires tiene barrancas que se avistan notoriamente, dejando una meseta con elevaciones que es donde se asienta la ciudad: 
  • al Este, la barranca del Río de la Plata, Avda. Del Libertador, Leandro Alem y Paseo Colón, 
  • al Norte y al Oeste la Avda. General Paz y 
  • por el Sur la barranca del Riachuelo que en la actualidad marca las calles Directorio, Lafuente, Castañares, Curapaligüe, Cobo, Caseros, Martín García. 
Dentro de la misma podemos distinguir siete elevaciones naturales: Parque Lezama, Plaza de Mayo, Plaza San Martín, la Recoleta, barrancas de Belgrano, Lomas del Cementerio de Flores y Villa Lugano. Las barrancas fueron horadadas por los cauces de los ríos Matanza-Riachuelo y Reconquista que junto con el Rió de la Plata conforman las aguas visibles de la actual ciudad de Buenos Aires.
 
El arroyo «Maldonado»: es el mayor de Buenos Aires, nace en San Justo. El Arroyo «Cildañez»: Fue conocido también como «Arroyo de la sangre» por la que los mataderos vertían en sus aguas. .
 
Los Arroyos «Los Terceros» fueron arroyos formados entre relieve de meseta, meseta del sur, meseta del medio, meseta del norte:
  • El arroyo tercero del sur transcurría entre la meseta del mismo nombre y la del medio, estaba formado por tres pequeños arroyuelos. El primero tenía origen donde hoy se cruzan las calles Lima y Cochabamba, cortaba en su trayecto las manzanas hasta llegar a Estados Unidos entre Bolívar y Defensa donde, uniéndose al segundo, que nacía algo más al oeste de Piedras y bajaba directamente por Estados Unidos, formaban un solo brazo que corría por Defensa buscando su conjunción con el tercero. Este descendía de Buen Orden por Méjico hasta Piedras, cruzaba los terrenos hasta Defensa y unidos allí los tres arroyuelos, todo ese caudal de agua descendía al río por Chile, pasando por detrás del Hospital de Belermos, hoy Casa de la Moneda.

  • El arroyo tercero del medio transcurría entre la meseta del mismo nombre y la del norte, corría desde un poco más al sur de la actual avenida de Mayo, aproximadamente a la altura de Libertad, doblando por la de Tucumán, al sur del hoy Teatro Colón y tomando por Cerrito hasta Viamonte, llegaba por ésta hasta Suipacha. Allí se encontraba un estrecho puentecito de madera, conocido como el «puente de los suspiros». Luego el Tercero derivaba por la calle Paraguay hasta dirigirse al río, por la calle Tres Sargentos.
     
  • El arroyo tercero del norte transcurría fuera del casco de la ciudad, por las actuales calles Gallo, Austria, desde la esquina de Suipacha y Córdoba, corta diagonalmente la manzana, corre por Paraguay hasta Florida, atraviesa por los terrenos de Matorras, que le dieron nombre y en línea casi recta hasta desaguar en la ribera. 

El Agua en la Época Colonial ? 2da. Parte por Mabel Crego

Llamaban al del Sur de los «Granados» y al del Norte de «Matorras», apellidos de los propietarios cuyos terrenos cruzaban. El agua torrentosa en aquellos cauces arrastraba las basuras hacia el río en los tiempos lluviosos pero, cuando había seca, los zanjones se convertían en sucios lodazales de difícil tránsito. Para facilitarlo, el Cabildo y vecindario, mantenían puentes de tablones sin baranda. 
 
La denominación de Terceros se debía, según dicen, a dos posturas: por ser los tres desagües principales y por llamarse terceros los encargados de recoger el diezmo y, según parece, arrasaban con todo, como los arroyos antes mencionados. El entubamiento de estos arroyos y los ríos no han guardado su Furia. Están aquietados pero brotan con furia en días de fuertes tormentas.
 
Hacia 1810, la ciudad de Buenos Aires, tenía unas 40.000 personas. La industria del agua de los aguateros se reglamentó con edictos de la Policía, estableciéndose dónde debían cargar su agua; los esclavos negros, por lo general, cargaban el agua en sectores del río indicados, aunque a veces lo hacían en sectores sucios o contaminados por las descargas de las sentinas de los barcos. Un Bando dictado en 1810 por la Junta Provisional de Gobierno del Río de la Plata, prohíbe arrojar aguas servidas a los albañales.
 
La ciudad se proveía de agua del Río de la Plata. La costa del río estaba cargada de actividad: lavanderas, pescadores que a caballo y con redes atrapaban el pescado que luego vendían en las calles, y también los habitantes de la ciudad, que aprovechaban las amplias costas para bañarse y dejar, también allí, los animales muertos.
 
La Policía también estableció dónde podían ejercer sus prácticas «las lavanderas» y dónde la gente gaucha podía tender sus redes para la práctica de la pesca. 
 
Las Lavanderas eran, en su gran mayoría, esclavas negras, que estaban todo el día en las orillas del río, en los veranos más calurosos y en los inviernos más fríos. Era común escuchar sus estruendosas risas y cantos, como así también sus chimentos. Las discusiones, y hasta peleas, por el lugar de lavado, eran de todos los días, ya que aprovechaban los pozos naturales que se formaban en la arcilla del terreno. Además del lavado de la ropa, era necesario almidonarla, especialmente las enaguas y los delantales, para cuando se recibían visitas. La ropa de uso personal, y la de cama e higiene, se deterioraba bastante por el método utilizado para lavarla, ya que los jabones usados estaban fabricados en base a lejías que debilitaban, cuando no carcomían, las fibras de los tejidos, junto con el apaleamiento a las prendas que hacían saltar los botones y deshilachaban las ropas.

El Agua en la Época Colonial ? 2da. Parte por Mabel Crego

El agua turbia del Rio de la Plata era recogida por los aguateros, quienes la repartían en carros para su posterior utilización y consumo. Otra fuente de provisión de agua, para uso de la población, provenía de los pozos y de los aljibes. Para el abastecimiento se recurría a los «pozos de primera napa a balde», que extraían el agua del subsuelo, pero el agua era salobre y áspera. 
 
En el año 1759 se construyen los primeros aljibes de la ciudad en las casas de Domingo Basavilbaso y Manuel del Arco, utilizándose para el almacenamiento y posterior uso del agua de lluvia. 
 
Las casas que tenían aljibe recogían el agua de las azoteas, por lo general, éstas eran planas y se juntaban, por declive, hacia una rejilla que conectaba conductos de ladrillos, baldosas o cañerías de hojalata. Cuando comenzaba a llover, se dejaba escurrir el agua inicial para que limpie la terraza. Luego se movía una palanquita y el agua se conducía por varios conductos hacia la cisterna del aljibe. El agua del aljibe era utilizada para beber y cocinar. En cambio, la de pozo, de baja calidad, llevaba otra finalidad: el aseo de la familia y la limpieza del hogar.
 
Confirma Mansilla «…Pocas casas de la ciudad tenían aljibe, indicantes de alta jerarquía de los propietarios y daban notoriedad en el barrio y mucho prestigio. Tal o cual vecino pasaba por grosero, por la cantidad de baldes de agua fresca que pedía a tal o cual propietario de aljibe, porque sólo a ciertas horas no estaba con llave el candado de la tapa del precioso recipiente…». El agua escaseaba. La observación de Mansilla confirma la escasez de agua potable y la dudosa pureza del líquido extraído del río. 
 
En el año 1874, el Dr. Guillermo Rawson, dictó una serie de conferencias sobre la higiene pública y privada en la Facultad de Medicina. Analizó exhaustivamente el problema del agua potable, de los aljibes, los pozos artesanos, los lavaderos, el agua de mar y de los ríos y su incidencia en la salud de la población, que unos años atrás se había visto enfrentada a la grave epidemia de fiebre amarilla. .
 
Posteriormente, ya hacia el año 1887, en la ciudad, había 20.787 casa con pozos, y 9019 con aljibes, lo que significa cerca de 80 pozos y aljibes por manzana en el casco histórico de Buenos Aires.
 
Haciendo comparaciones con diversas ciudades de Europa y América, en la misma época, concluía que lo ideal era que cada individuo contara con un mínimo de 100 litros de agua diarios para la buena higiene, los baños, el lavado de ropa, la limpieza doméstica, las comidas y bebidas y regado de quintas.
 
FUENTES:
  • 1. BELTRÁN., J. R. Dr.: Historia del Protomedicato de Buenos Aires, 1 Vol. El Ateneo. Buenos Aires, (1937).
  • 2. WILDE, JOSÉ A: Buenos Aires desde 70 años atrás.
  • 3. «Historias de la Ciudad – Una Revista de Buenos Aires» (Nº 13, diciembre de 2001) 
  • 4. «Historias de la Ciudad – Una Revista de Buenos Aires» (Nº 17, Septiembre de 2002)
  • 5. «Historias de la Ciudad – Una Revista de Buenos Aires» (Nº 18, Diciembre de 2002)
  • 6. «Historias de la Ciudad – Una Revista de Buenos Aires» (Nº 12, Noviembre de 2001),
  • 7. «Historias de la Ciudad – Una Revista de Buenos Aires» (N° 20, Abril de 2003),
  • 8. YOUNG, C. A. Dr.: «El saneamiento domiciliario en la época del Virreinato». Boletín OSN Nº 37 (1940) 12.
  • 9. FIDEL LÖPEZ VICENTE, Dr.: «Historia de la República Argentina».
  • 10. «El Censor» julio 18 de 1818.
  • 11. «La Gaceta Mercantil» febrero 8 de 1827.
  • 12. PILLADO, Antonio, «Diccionario de Buenos Aires». Buenos Aires. Imprenta del Porvenir, 1864.
  • 13. ALEXANDER, A. y PRIAMO, L., «Un país en transición». Christiano junior. 1867 1883. Buenos Aires, 2002
  • 14. MAGLIONI, C., «Conferencias sobre Higiene Pública dictadas en la Facultad de Medicina de Buenos Aires por el Dr. D. Guillermo Rawson». Donnamette y Hattu, París, 1876
  • 15. Molino San Francisco de Juan Blumeinstein y Augusto La Roche, situado en la calle Balcarce. Trelles R. A. de «Breve historia del desarrollo de la Ingeniería Sanitaria en nuestro país». La Ingeniería (1970). 
(Visited 11.020 times, 1 visits today)

1 COMENTARIO

Los comentarios están cerrados.