Carlos Suárez – A propósito de la Epidemia de Fiebre Amarilla de 1871

EPIDEMIAS Y MORTALIDAD EN BUENOS AIRES

Epidemia de Fiebre Amarilla de 1871
Epidemia de Fiebre Amarilla de 1871

En marzo de 1870 la fiebre amarilla llega a nuestra ciudad. Por entonces, las víctimas fatales fueron menos de 200. Esta cifra hizo pensar a muchos que se estaba en presencia de un hecho fortuito y azaroso, y que no eran necesarias medidas extraordinarias de prevención, ni programas concretos para mejorar la salubridad de la población. En 1867 y 68 Buenos Aires había recibido al cólera, sin embargo, en algunos sectores parecía que ello era un recuerdo lejano en el tiempo, a pesar de los 1.500 muertos que ocasionó.

Cuando a fines de enero de 1871 se reportan casos probables de fiebre amarilla en el barrio de San Telmo, hubo manifestaciones de incredulidad y subestimación, como máximo se esperaba algo similar al año anterior. Los primeros días de marzo las victimas diarias superaban las 100 personas. En el mes de abril debió ser habilitado, precariamente, el cementerio de La Chacarita, puesto que por entonces la mortalidad superaba los 300 casos diarios; el pico más alto se alcanzó el día 10 de abril con 563 víctimas.

El pánico se apoderó de la población, entre 50.000 y 100.000 habitantes abandonaron la ciudad. En los alrededores de San Martín, Luján y Morón se levantaron carpas y galpones para suplir la falta de viviendas. El Poder Ejecutivo, con el presidente Sarmiento incluido, se trasladó a Mercedes.

El 28 de junio de 1871, el Consejo de Higiene Pública informaba al Gobierno que el brote de fiebre amarilla desatado sobre Buenos Aires desde los primeros días de febrero de ese año, había perdido su carácter epidémico. El balance provisorio en cuanto a las vidas humanas que ha costado, es de alrededor de 14.000 personas, según las estimaciones de Mardoqueo Navarro, José Penna y Guillermo Rawson.

Mediados de 1871. Una ciudad abatida, conmovida, se replantea dramáticamente el tema de la higiene. No puede hacerse caso omiso a la experiencia, a la catástrofe. En el parlamento y el periodismo, en las sociedades científicas y las comisiones municipales por parroquia, se debate con amplitud el tema. Las coincidencias son varias sobre las medidas a tomar. La Comisión Popular de Socorro, surgida en un mitin convocado por los diarios había propuesto las siguientes:

  1. Creación de Comisiones por barrio
  2. Dictado de un reglamento de higiene pública
  3. Abolición de los conventillos
  4. Nombrar una Comisión Permanente de Obras Públicas
  5. Limpiar el Riachuelo y prohibir su uso como cloaca
  6. Prohibir la nivelación de las calles con basura

EL ESTADO SANITARIO DE LA CIUDAD

Guillermo Hudson en sus recuerdos de “Allá lejos y hace tiempo” llama a Buenos Aires ciudad de malos olores, sin cloacas ni agua. Un somero repaso nos ilustra:

Aguas: tres fuentes de provisión; la de pozo y la del rio, contaminada; la de lluvia era la más potable para el consumo.

Calles: angostas y cortas. Sobre la basura que se utilizaba para nivelarlas se asentaba el empedrado y por las grietas del mismo se elevaban los gases que producía la descomposición del relleno.

Espacios abiertos: pocos y reducidos.

Viviendas: insuficientes para la demanda que ya por entonces originaba la inmigración. Proliferación de conventillos, alquiler de camas y una población flotante en el Riachuelo.

Hospitales: insuficientes y precariamente instalados.

Cementerios: en barrios poblados y con deficientes servicios de inhumación.

Letrinas: pozos construidos bajo el nivel de las aguas subterráneas a las que contribuían a contaminar.

Basurales: cercanos a la ciudad y denunciados frecuentemente como focos de infección.

Todas estas, eran condiciones favorables al desarrollo de cualquier tipo de epidemia y por lo tanto son denunciadas por los diarios como causas presuntas del flagelo, y si bien solo una década más tarde se sugiere con seriedad que el mosquito es el portador del virus y en 1900 los científicos descubren la forma de propagación, los diagnósticos periodísticos se acercaron bastante a la verdad:

“Algunos periodistas recordaban que las pesadas lluvias a fines de 1870 habían inundado las áreas bajas de la ciudad; las letrinas habían rebalsado y las materias fecales habían llegado a las casas, patios y calles. A medida que avanzaba el verano, los enjambres de mosquitos se convirtieron en una verdadera plaga. Un periódico acotó que la ‘propagación de la fiebre amarilla parecía seguir el curso de las cloacas’ y observó que los peores estragos ocurrían en las calles que servían como drenajes de la ciudad.” (Scobie, 157-58).

LOS CURSOS DE ‘HIGIENE PÚBLICA’

Una consecuencia, beneficiosa, fue la proliferación de artículos y monografías sobre las ventajas de la higiene. La jerarquización de la materia en el ámbito de la Facultad de Ciencias Médicas, los cursos anuales en la enseñanza media y la posterior creación del Departamento Nacional de Higiene.

Desde 1827, la enseñanza de la Higiene tenía su lugar en la formación médica. En la cátedra Materia Médica y Terapéutica a cargo del Dr. Juan Madera, se incluía la temática. En 1835, con el nombre de _Materia Médica Higiene y Patología, será dictada por José Fuertes y Argibel. En 1852, nueva denominación, _Terapéutica, Materia Médica e Higiene y nuevo profesor, el Dr. Luis Gómez.

En 1872, Higiene es separada de _Materia Médica y al año siguiente, a propuesta de la Facultad de Medicina, se designa al Dr. Guillermo Rawson para la enseñanza de Higiene Pública. Era una respuesta, en el plano de lo académico, que buscaba profundizar el conocimiento de reglas y enseñanzas para una mejor calidad de vida. Los trabajos que el Dr. Rawson elaboró y estimuló a elaborar en sus discípulos, se enmarcan dentro de las preocupaciones de los denominados higienistas, corriente de pensamiento que tiene especial consideración de la influencia del entorno ambiental y social para el desarrollo de las enfermedades. (Recalde, 9-12).

El curso del Dr. Eduardo Wilde

En 1867, siendo todavía estudiante, había tenido destacada actuación en la epidemia de cólera. Se graduó en 1870 y comenzó a colaborar en la “Revista Médico-Quirúrgica”, al tiempo que era designado médico de Sanidad del Puerto. Como médico de la parroquia de Monserrat le toco atender, en febrero de 1871, a los primeros enfermos sospechosos de fiebre amarilla.

Eduardo Wilde no vaciló en aseverar que se trataba de casos positivos y que había que terminar con las especulaciones al respecto; el diario “La República” del día 11 de febrero, había titulado la primera página NO HAY TAL FIEBRE AMARILLA. Ello motivo una carta abierta de Wilde exigiendo mayor responsabilidad a los editorialistas y llamando a “no extraviar el juicio público respecto a la epidemia del barrio de San Telmo”. La actitud y comportamiento de Wilde en oportunidad del flagelo, mereció el reconocimiento de la población.

En 1873 se lo designa profesor sustituto de Anatomía en la Facultad de Ciencias Médicas y en 1875 profesor de Medicina Legal y Toxicología. Un año después será profesor de Anatomía en el Colegio Nacional de Buenos Aires. Allí propondrá y llevará a la práctica, en 1877, un “Curso de Higiene Pública”, destinado a los alumnos de 6to. año, que tuvo una vasta resonancia por sus características preventivas y por la difusión general que se hizo del mismo. La versión taquigráfica del curso se publicó al año siguiente. Se trataba de un total de veinte lecciones, cuyo contenido era el siguiente:

  1. Nociones generales de higiene y definición. Utilidad de la higiene pública. Acción de los gobiernos. Ojeada histórica. Método y plan de estas lecciones.
  2. Urbanización. Causas de las agrupaciones. Ubicación de las ciudades. Extensión y población. Edificación. Vía Pública.
  3. Urbanización. Aire. Aire libre y confinado. Luz. Influencia de la luz sobre lo organismos. Luz artificial.
  4. Alumbrado público en Buenos Aires. Gas y petróleo. Provisión de agua en las ciudades.
  5. Provisión de agua en Buenos Aires. Obras construidas para la provisión. Cantidad de agua suministrada.
  6. Suelo. Pavimento de las ciudades. Barrido y riego. Extracción de basuras. Extracción de líquidos impuros.
  7. Diversos sistemas de letrinas. Letrinas y meaderos públicos.
  8. Alcantarillas y cloacas. Obras de salubridad de Buenos Aires. Sistemas de conductos.
  9. Obras de salubridad. Higiene de los tubos. Limpieza y ventilación.
  10. Obras de salubridad. Influencia perniciosa de las materias de cloacas. Destino de estas materias.
  11. Obras de salubridad. Empleo agrícola de las materias de cloaca.
  12. Obras de salubridad. Dosis por hectárea. Valor del agua de cloaca. Aplicaciones a Buenos Aires.
  13. Obras de salubridad. Irrigación y cultivo.
  14. Policía de los suburbios. Mejora de las ciudades.
  15. Cuestiones relativas a las defunciones. Destino de los cadáveres humanos. Cremación. Embalsamamiento. Inhumación. Cementerios.
  16. Distancia, exposición, topografía, calidad del terreno, extensión, muros, salas y habitaciones de los cementerios.
  17. Detalles de las inhumaciones. Signos de la muerte real. Conducción de cadáveres. Exequias. Sepulcros. Monumentos.
  18. Traslación, desinfección y clausura de los cementerios. Descripción de cementerios modernos.
  19. Higiene industrial. Industrias insalubres, incómodas, peligrosas. Población fabril. Profesiones industriales. Educación de operarios. Socorros entre obreros.
  20. Alimentación y educación pública. Movimiento de la población. Matrimonios. Nacimientos. Defunciones. Estadísticas.

Todo un programa y no solamente un curso de prevención y difusión. Resulta llamativa la incorporación de temas referidos a la Higiene Industrial y colaterales, en especial si tenemos en cuenta el escaso desarrollo de esta actividad entre nosotros, por esos años. Es probable se tratara de no dejar cabos sueltos, aunque solamente sean los contenidos de una materia.

En el plano académico y de prevención los cursos de Rawson y Wilde. En el de las políticas concretas las obras de salubridad encaradas en los años setenta y ochenta. Las vivencias dramáticas de la epidemia de 1871 había conmovido fuertemente a los distintos sectores sociales y estaba claro que ningún proyecto podría realizarse si no se garantizaba un mínimo de condiciones vitales.

Los higienistas argentinos, entre los que se encontraba Eduardo Wilde, desarrollaron una línea de pensamiento social y en consecuencia no limitaron su accionar al campo sanitario, sino que actuaron en política, como funcionarios, legisladores, etc., adhirieron en su mayor parte al liberalismo económico y participaron en los gobiernos de Julio A. Roca, Juárez Celman y Pellegrini. Los temas del pauperismo y la beneficencia, la moralidad y las costumbres, los sistemas políticos y la cuestión social (como preocupación por el conflicto), estuvieron presentes en Rawson, Coni, Wilde, Bunge, Ramos Mejía y tantos otros. Las páginas del Curso de Higiene Pública, son demostrativas, ejemplarizantes y descriptivas. En ellas pueden enumerarse los problemas que planteaba la denominada “modernización”.

por Prof. de Historia Carlos Suárez

Fuentes y bibliografía:

  • Cremona Guillermo, Saab Jorge y Suárez Carlos _Salubridad y Saladeros. Una discusión en torno a la fiebre amarilla de 1871._ Buenos Aires, Todo es Historia, (Nro.285) Buenos Aires, 1986.
  • Recalde Héctor. _La higiene y el trabajo (1870-1930)._ Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1988.
  • Scobie James R. _Buenos Aires. Del centro a los barrios, 1870-1910.Buenos Aires, Solar, 1986.
  • Wilde Eduardo. Curso de Higiene Pública. Buenos Aires, 1914.
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